Así fue como la intolerancia, en este caso religiosa, acabó con los días de la luminosa biblioteca y la ciudad de Alejandría perdería su más preciado tesoro, despojando para siempre a la humanidad de todo el conocimiento contenido en los secretos que devoraron las llamas. De esta lamentable circunstancia poco conocida, pueden extraerse varias moralejas. Una de ella es que el conocimiento, los saberes, contienen de suyo un poder que atemoriza y espanta, más aun cuando se trata de todo aquello que pudiera cuestionar un nicho de creencias por lo cual hay que actuar como el califa converso, rechazando incluso con el fuego todo lo diferente, por distinto. La historia de la gente está llena de ideas, personas y cosas que han sido aniquiladas y forzadas al destierro.
Así se comportaron muchos honorables ciudadanos que hicieron uso de sus copas y platos para expulsar de restaurantes a aquellos que no consideraban sus pares. Haciendo también lo propio en urbanizaciones y aeropuertos. Diría Marcuse, la intolerancia es el ejercicio del fascismo operando desde las historias mínimas de la vida cotidiana. Cercar, aplastar, excluir es la práctica de la miseria humana que refugia sus bajas pasiones en los argumentos del califa.
Se trata de una suerte de grieta en la conciencia que de cuando en cuando inclina a muchos reeditar el macartismo. Suerte de porteros sociales que se autoerigen por encima de los demás y deciden quien tiene o no derecho para estar y existir. De banda a banda del espectro político, encontramos a émulos de la tragedia de Alejandría, tratando de hacer los puntos para entrar el exclusivo club de Hitler, Mussolini, Franco y Stalin.
La intolerancia también es utilizada en nombre de la democracia, recordemos por ejemplo, los “sacrificios” y desvelos de Carlos Andrés Pérez en este sentido, el mismo que acuño el eslogan “democracia con energía”, consigna que luego fue a parar a la Peste aquel 27 y 28 de febrero de 1989, con todo su lúgubre cortejo de muertos y recuerdos.
Por allí van algunos hablando entonces de reconciliación. Bien pero ello no es posible sin reconocimiento del otro, respeto mutuo y por sobre todo un elevado sentido de la justicia. Si estos ingredientes hubiesen estado presentes en la plaza Altamira en 2003, no se habría visto al califa por esos predios.
Comenzó la campaña desequilibrada de la MUD, que por cierto en ingles significa fango, MUD igual a fango, barro, lodo. También de enfangar, enlodar, embarrar. Quiera Alá que esa humedad que contiene la tierra con el agua empape a esos califas que componen a la MUD, y la biblioteca de Alejandría que vive abierta en Venezuela quede librada de su locura.
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