El asunto es así: una revolución económico-social que excluya al pueblo como sujeto histórico de la transformación, sencillamente es inviable. No requiero de mayor teorización a este respecto. Dentro del PSUV las discusiones son escasas (por no decir que allí los simulacros de discusión están a la orden del día). Basta recordar la jornada electoral del 26-S, no creo que se hayan analizado a viva voz (y a “calzón quitao”) los resultados de ese proceso eleccionario, y cuán desfavorable fueron los resultados para los objetivos estratégicos de la Revolución. De igual forma, para evidenciar, aún más, el carácter vertical de un partido como el PSUV, uno se pregunta: ¿Por qué el candidato por el PSUV a la Alcaldía de Maracaibo fue Giancarlo Di Martino? ¿En qué momento la base del PSUV decidió tal cosa? Ya, por mi parte, crease o no, sabía que Evelyn de Rosales sería la ganadora. No porque aquélla reuniera condiciones excepcionales para ser la alcaldesa de la capital zuliana, sino que Di Martino era un candidato que no sólo tenía el rechazo de los marabinos, sino que ya su “tiempo” político en esa ciudad había pasado, pero desde “alguna” parte se bajó la línea, y se acató. La respuesta electoral no se hizo esperar: Di Martino perdió y la oportunidad de recuperar una plaza política importante se desvaneció.
Volviendo la mirada sobre el 26-S donde las “elecciones por la base” definirían a los candidatos y candidatas del PSUV para las pasadas elecciones a la AN. Nuevamente los poderes constituidos “asesinaron” al poder constituyente: un altísimo porcentaje de los candidatos y candidatas electos por el pueblo para que representaran al PSUV para las elecciones de diputados a la AN eran representantes del poder constituido, aliados a gobernadores y alcaldes. Vi cómo a un viejito en Bolívar se le dijo que él podía participar (en igualdad de condiciones) y ser el candidato por X circuito y representar al PSUV para las elecciones del 26-S, también vi cómo los candidatos del Gobernador tenían para sí toda una maquinaria dispuesta para que JAMÁS perdieran frente a un viejito ilusionado que pensó que podía ser candidato de “algo”: El viejito, con cuadernito en mano, le decía a la gente en la cola: “Vota por mí camarada, este es mi número en el tarjetón”, arrancaba la hojita y se la daba a la gente. Mientras que los candidatos del Gobernador repartían comida, tenían para sí camionetas del estado para trasladar a la gente a votar, tenían propaganda full color y además era la línea (soterrada) del partido (había que votar por ese), etc. Había para ellos dispuesta toda una maquinaria bien aceitada para asegurar el triunfo de esos candidatos y no otros (-ojo, cuidao y se cuela alguien que no está en “los papeles”, que no coja la línea que le bajen-). La pelea era así: conejo contra tigre. Aunque el llamado a ese proceso eleccionario, la convocatoria era democrática, plural, a todos y todas, los mecanismos que operaban de forma oculta (otras veces abiertamente), terminaron por favorecer a los elegidos, a los ungidos por los buenos oficios del poder regional y municipal (aunque en la mayoría de los casos se impuso la voz del poder regional). Esto tampoco se discutió en el seno del PSUV. ¿Cómo es que un partido revolucionario y popular (“el más democrático” de la historia de Venezuela), permite estas desviaciones, estos “pelones” elementales? ¿Será que en el fondo existe miedo a la base popular, a la acción crítica ejercida desde el soberano? ¿Por qué asegurarse la victoria electoral con los empleados y/o sujetos cercanos poder constituido de las gobernaciones y alcaldías y no darle real participación y relevancia a la base popular? ¿Es esto o no un engaño al pueblo por parte de la dirección del PSUV? ¿Por qué convocarlo a participar en “igualdad de condiciones” y luego salir con estas marrullerías adeco-copeyanas? Esas preguntas deberían orientar el debate a lo interno del propio partido, ¿habrá voluntad para ese debate? No es extemporánea la discusión, sobre todo si esas prácticas siguen teniendo adeptos implícitos y explícitos dentro de la particular lógica del PSUV.
William Izarra expresa en Aporrea que: “La dirección nacional del PSUV, si tiene conciencia revolucionaria, debería renunciar”. La pregunta es: ¿Quién compone la dirección nacional del PSUV? La “flor y nata” de la Revolución. Ergo, por qué debería renunciar, según Izarra; “algo huele mal en Dinamarca”, el asunto es quién se hace cargo del “hedor”. Lo grave de todo esto es que ya de suyo el partido, como figura política de facto, es la némesis de la propia participación popular. La contradicción es mayúscula, si atendemos el discurso participativo, protagónico y popular que está en la base misma de los estatutos del partido; es decir, hay contradicciones insalvables entre un discurso realmente popular y emancipatorio y unas prácticas partidistas absolutamente contrarias a esa participación anunciada y enunciada. La “lógica de fachada” que aparenta ser (pero no es) domina la acción, el compromiso se trasluce en valentonadas frases, en endilgarle a otros (sobre todo a la base del partido) el bajo compromiso revolucionario, en apelar a una ética revolucionaria a nivel fraseológico, pero no a nivel de las prácticas. Desde el confort de la camioneta y la seguridad de los guardaespaldas el burócrata de turno te señala con el dedo acusador y te dice: “camarada, luchemos por la emancipación social, por la Revolución permanente, por cambiar los modos de producción capitalistas, por las mejoras sustantivas del pueblo soberano, por…”. Ese mismo burócrata es quien le explica al pueblo qué es el poder popular. La lógica de los aparatos domina la escena, por muy poder popular que se enarbole, las prácticas continúan siendo reaccionarias y conservadoras; así, la Revolución puede esperar.
Lo otro que se debe discutir es hasta qué punto el silencio, el solapamiento de este tipo de actitudes no termina siendo funcional a dos vertientes aparencialmente contrapuestas: por un lado termina favoreciendo a la derecha que se place mientras las contradicciones (negativas, que no dialécticas) se multiplican a lo interno del proceso revolucionario; ellos puede traer saldos negativos a nivel político y electoral (ya hay ejemplos a ese respecto). Por otra parte, termina siendo funcional a las apetencias y avaricias de los que en nombre del pueblo se llenan los bolsillos –cuidado, no te metas en vaina, recuerda que ese carajo es un “cuadro” fuerte del diputado C. o del ministro N. por tanto debes tener cuidado con lo que dices, te pueden pasar tu factura-. Temo a la depreciación simbólica de los enunciados más representativos de las luchas populares, temo al “puteo” de todo aquello cuanto representa la lucha por las reivindicaciones sociales. Temo a que la derecha nos espere en la “bajaíta” por miedo a activar una comunidad crítica fuerte que logre partirles el espinazo a los burócratas, a las lógicas conservadoras y corruptas de todo tipo. No puede ser que la “selectividad política” del partido sólo mire fuera de sus propias lógicas y no sea capaz de mirarse dentro para denunciar equívocos, yerros y metidas de pata. Sí, es cierto, hay corruptos por montón del lado de la derecha; ¿y de nuestro lado no los hay? ¿Entonces cómo es eso de la “boliburguesía”? No creo que sea un mito urbano, y aún si lo fuera, un partido revolucionario se encargaría de investigar esas denuncias que forman parte de nuestro pan de cada día. Hasta qué punto estar siempre “engatillados” en función de ser “estratégicos” no termina por hacerle el juego a las dos vertientes arriba señaladas.
Finalmente, también es sabido que quien intente generar ese debate (maldito) en el seno del partido puede ser considerado como un “débil ideológicamente hablando”, un lacayo del Imperio, un escuálido que “no entiende los procesos”; caramba, eso me parece reaccionario y distante de cualquier proceso entrópico a lo interno de la Revolución. ¿Quién es el verdadero lobo de la Revolución? Ledezma, Rosales, Pablo Pérez, Mendoza, María Corina, Leopoldo López… Lo son, sin duda; pero son adversarios de “papel”, la derecha venezolana no tiene que mostrar como oferta política seria. Los enemigos duros los ubico por otro lado, los veo por los burócratas corruptos, por los funcionarios políticos que se han enriquecido a más no poder a partir de una gramática socialista fácil, aprendida en manualitos, el folletitos, en suma, el lobo de la Revolución está más cerca de un ministro ineficiente que de uno de estos cadáveres insepultos de la oposición; eso deberíamos, digo yo, por lo menos pensarlo y discutirlo, ¿o no? Amanecerá y veremos.
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