"Con esa tristeza del desterrado que es desterrado de su destierro".
Reinaldo Arenas
A Rayza
Por una palabra murió Severo Sarduy fuera de su país. Por una palabra Reinaldo Arenas fue humillado por vernáculos burócratas. Por una palabra miles de seres anónimos cruzaron el mar buscando otras oportunidades; en ese cruce muchos dejaron la vida, otros encontraron comida en los anaqueles, algo de paz y sosiego. Por una palabra muchos deliraron, se les hinchaba la vena del cuello gritando arengas a la nada, marchando hacia un destino incierto, hacia la nada también. Por una palabra unos fueron condenados; los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) te vigilaban, estaban atentos: ojos y oídos pendientes de alguna infidencia antirrevolucionaria; los CDR, ese organismo de delación y vigilancia generalizadas, parte de la infamia de una palabra.
Por una palabra el burócrata aquel, orondo y redondo, se pavonea con un whisky de alta factura por el palacio de gobierno; sus zapatos son muy caros, lo mismo que su camisa, chaqueta y pantalón. Contrasta toda su pompa y vestimenta con su discurso animoso de redención y sacrificio revolucionarios. Come un langostino, come otro y otro… Se seca la boca, algo chorreante de champaña (dejó el whisky atrás), con un pañuelo de seda china que le regaló otro burócrata del partido chino. En unos minutos dará un mitin en la Plaza de la Revolución. Allí, con discurso aprendido por años de doctrina, dirá que vendrán días mejores, que hay que hacer sacrificios, que se debe poner por delante el interés colectivo por encima del interés individual; que la Revolución es (no faltaba más) ¡Patria o Muerte! Por una palabra muchos aplauden; unos con entusiasmo desprevenido y utopista; otros, por costumbre; ya son casi 60 años del mismo discurso, de las mismas arengas y consignas.
Por una palabra muchos se lanzaron al mar en balsas improvisadas. Por una palabra hubo largos adioses en las estaciones portuarias, en los aeropuertos, en los muelles clandestinos. Abrazos tristes y dolorosos en las despedidas, en esos adioses que golpean en lo hondo de uno; adioses inciertos —no se sabe cuándo volverán a reencontrarse esos abrazos partidos, esas caras tristes de miseria—. Adioses amargos parecidos a la muerte. Por una palabra esos adioses aciagos. Por una palabra sollozos en los rincones de una casa que no es tuya sino que pertenece al Estado: "Llora tranquila, Macorina, llora en paz, a esta hora los del CDR duermen". Por una palabra estaba prohibido el llanto en público, lo mismo que la queja; no se pueden quejar. Las quejas están confinadas al espacio de la casa que nunca, ni por asomo, será tuya. Es la casa del Estado y así hay que aceptarlo. Por lo menos en la casa, que no es tuya, tienes el íntimo derecho de quejarte, de llorar en los rincones fuera de la vista de los CDR. No quedó de otra que sumarse al coro. Llorar de noche o de día —daba igual—, eso sí, en silencio, con sollozos apagados, entre cortados. Luego, hacer la mueca y el simulacro: gritar arengas, seguir en una cotidianidad rutinaria y monótona: largas filas para esperar la guagua, ir al trabajo estatal a seguir la rutina.
En las oficinas, siempre el ritual de un fingido (y desabrido) monolitismo ideológico; se saludan con otro fingido entusiasmo: "¡Camarada González, cómo anda todo! ¿Pudo ver ayer el mitin que dio el camarada ministro Pérez?" Siguiendo el ritual, el otro contesta desde un automatismo de casi 60 años: "Sí, magnífico. Ahora sí vamos a reconstruir el Partido, con los aportes de la militancia de base. Vamos a dar el salto adelante, ya lo verás". "El salto adelante", esa expresión vacía y sin sentido, pero que en un momento animó a tantas voluntades. ¿"El salto adelante" para quién y para qué? La racionalidad sólo es buena cuando se ajusta a los intereses del Partido, a los intereses de la burocracia; es buena cuando se ajusta a los designios de una palabra.
Por una palabra un son y varias trovas cómplices. Por una palabra la diáspora y la indignidad de la cara "dignidad". Porque todavía hay memorias del subdesarrollo que pegan en lo hondo, en los rincones de adentro. Por una palabra los sueños destrozados, partidas las ilusiones; por una palabra la vida reducida a los escombros de una esperanza que sólo funciona para los de arriba, para aquellos que detentan el poder político; para los que sí comen pescados y langostinos; beben Heineken y compran zapatos caros en dólares. Por una palabra muchos sacrificios, muchos dolores y penas. Dolores de pueblo y de gente con buenas intenciones. Gente que pagó las consecuencias de una palabra. Siempre en estas historias de "redenciones" y revoluciones, son los de abajo, los jodidos de siempre, quienes padecen los embates de la guerra, de los bloqueos y sanciones.
La Heineken está bloqueada para el pueblo, no para los de arriba. Los de arriba no están bloqueados ni sancionados, eso es lo que pasa. Son otros los que llevan sobre sus cuerpos dolidos las sanciones y bloqueos; son las mayorías las que padecen, además en silencio y confinados al rincón de la casa del Estado. Por una palabra fueron enviados a la guerra en países africanos; sin su consentimiento, bajo amenaza. La idea era dar la impresión de solidaridad, de buena voluntad… pero era la solidaridad sometida al yugo, una solidaridad que obligó a miles a vivir los horrores de una guerra que nada tenía que ver con su realidad inmediata. Las agencias de noticia reflejaban las bondades y solidaridad del pueblo. No. Era la solidaridad del Gobierno a costa del pueblo. Un pueblo obligado a ir a una guerra que no le pertenecía.
Nadie quiere luchar en una guerra, menos en una guerra ajena. Pero se obligó a miles a ir; total, lo importante era reseñar en los periódicos la solidaridad del Gobierno. ¡Patrañas! Esas heridas siguen ahí, el terror de miles que vivieron una guerra ajena todo porque su Gobierno quería ser el más solidario, el más benévolo ante los ojos del mundo. Por una palabra casi sesenta años de ignominia, de indignidad por "la búsqueda de la dignidad". Por una palabra bloqueos atroces contra el pueblo, otra vez por la búsqueda de la "dignidad". Sesenta años acostumbrados al peso de la cadena de una palabra; acostumbrados al hedor de su herrumbre y decadencia.
Por una palabra la diáspora, las despedidas atroces, los adioses sollozantes, las miradas tristes; por una palabra la gente llorando con llanto ahogado, en silencio porque está proscrita la queja, la crítica y cualquier conjunción adversativa (no hay "peros"). — ¿Y la libertad? — Una cuestión burguesa. Entonces, por una palabra, la libertad es otra, tiene que ser otra; la libertad en los límites de la vigilancia de los CDR. Por una palabra que ahora, sin son ni ton, quieren borrar; por esa palabra muchas frases mortuorias y luctuosas. Por una palabra (aunque la borren de leyes y normas) que quedará tatuada en la memoria de millones dentro y fuera de esa isla que duele, que padece y sufre. Por una palabra que contrastó con la musicalidad del pueblo… por una palabra, que aunque borren de las leyes y normas, quedará como memoria y signo de infamia, desasosiego y dolor. Por una palabra que no los salvará del juicio de la historia que, finalmente, no los absolverá.