CONFERENCIA EN LA UNIVERSIDAD DE VERANO EN LA PUEBLA DE BOLÍVAR EN VIZCAYA
El mundo se descoloniza
Avanza el mundo entre conmociones que imponen las cadenas de la explotación y sacudidas que las fracturan.
Las
independencias son rupturas de vínculos con el explotador
internacional; las revoluciones, aniquilación de órdenes impuestos por
explotadores internos y sus aliados transnacionales.
Emancipaciones y
revoluciones son las grietas que rompen la trama de la explotación del
hombre por el hombre: toda independencia aspira a ser Revolución.
Señalo
siempre que la Conquista de América fue el mayor proceso de
colonización de la Historia. Con las riquezas expoliadas se mantuvo la
hegemonía de España durante dos siglos, y luego la de Europa sobre el
mundo hasta fines del siglo XIX.
La Independencia de América fue asimismo el mayor proceso de descolonización del mundo.
El
segundo gran proceso de descolonización se cumplió en el siglo XX, con
la masiva emancipación política y en parte revolucionaria de Estados en
Asia, África y Europa.
El tercer gran proceso emancipatorio y
revolucionario de la Historia arranca ahora, abarca el planeta entero y
afecta incluso a las potencias hasta hoy hegemónicas.
Las condiciones maduran
En esos tres grandes procesos liberadores concurren las mismas condiciones:
1) Debilitamiento coyuntural de potencias imperiales por pérdida de hegemonía o pugnas entre ellas
2) Forzada imposición asistemática de elementos o prácticas de la modernidad a países o estratos sociales dominados
3) Preservación o creación, dentro de los países o estratos sometidos, de culturas con alto grado de disonancia hacia las de las potencias hegemónicas 4) Masivas movilizaciones de clases o sectores sociales populares de los pueblos sometidos, en contra de la explotación y en defensa de sus especificidades culturales.
Todas y cada una de dichas condiciones se intensifican en el mundo contemporáneo:
1)
Las potencias imperiales pierden hegemonía por el colapso del
capitalismo, que les impone deudas públicas impagables, negación de
todas las conquistas sociales de sus ciudadanos, crecimiento de la
inflación, incremento de los impuestos y motorización de la economía
mediante una producción armamentista que desemboca en guerras imposibles
de ganar.
2) La imposición asistemática de elementos de la
modernidad por las potencias hegemónicas a países del Tercer Mundo
deriva en modernización deforme, signada por dependencia económica,
intercambios desiguales, destrucción ecológica y depauperación masiva de
poblaciones a las cuales se destruyeron sus medios tradicionales de
vida sin ofrecerles inserción segura ni remunerativa en el sistema
capitalista.
3) El Tercer Mundo, a pesar de la ubicua penetración
cultural, preserva y crea elementos culturales que evitan que la inmensa
mayoría de la población del globo se identifique con los valores y
códigos de la modernización imperial.
4) Las clases y pueblos
sometidos protagonizan hoy la más amplia movilización que haya ocurrido
en la Historia en contra de la explotación y en defensa de sus culturas.
Así,
la mayoría de los países de América Latina y el Caribe optan
democráticamente por gobiernos progresistas; el mundo islámico es un
hervidero de movimientos contra las imposiciones imperiales y los
gobiernos sumisos hacia ellas; las potencias emergentes muestran claras
señales de independencia con respecto al G-7.
Pero incluso en países
del bloque hegemónico como Inglaterra, Italia, Francia, España,
Portugal, Grecia e Islandia irrumpen multitudinarias movilizaciones
sociales contra políticas que arrojan la totalidad del peso del colapso
financiero sobre los trabajadores, al tiempo que en Estados Unidos
surgen graves indicios de intranquilidad social.
Como si no faltaran
detonantes para esta vertiginosa situación, una crisis alimentaria
disparada por el cambio climático y la especulación financiera de los
monopolios agrícolas triplica y quintuplica el precio de los alimentos
básicos y coloca a la humanidad entre la espada y la pared. Examinemos
la Historia: gran parte de los movimientos revolucionarios fueron
detonados por escaseces de alimentos, y la que ocurre hoy tiene carácter
global.
El sistema colapsa: sólo la Revolución mundial evitará que arrastre con él al resto del planeta.
Los imperios contraatacan
Los
imperios amenazados por la radicalización de los pueblos en América
Latina, Asia, África y en la misma Europa, responden con un recurso que
la agrava: la multiplicación de agresiones militares en territorios cada
vez más extensos y remotos.
Estos ataques intensifican los
sentimientos culturales y políticos de rechazo de los pueblos invadidos,
y son incosteables para agresores con arcas fiscales exhaustas por la
crisis.
Los imperios quiebran
Pues
los países hasta ahora hegemónicos están en quiebra. Según el FMI, para
2011 la Deuda Externa de Francia equivaldrá al 99% de su Producto Bruto
Interno; la de España al 74%, la de Alemania, al 85%, la de Italia, al
130%, la de Japón, al 204%, la del Reino Unido, al 94%, la de Estados
Unidos, al 100% (World Economic Outlook; OECD,
Economic Outlook). Son pasivos impagables, que es imposible cancelar
devaluando monedas o aumentando impuestos, y que las dirigencias tratan
de financiar eliminando las ventajas sociales de los trabajadores.
Estados Unidos admitió en junio de 2011 que estaba a punto de declarar
una moratoria de su deuda con China. En julio hubo complejas
negociaciones para salvar el euro. Con razón casi todos los Estados en
quiebra se agavillaron para saquear a Libia sus reservas monetarias y
energéticas.
La declaración de una bancarrota fiscal de Estados
Unidos llevaría consigo el desplome de la divisa sin respaldo que dicho
país obliga a aceptar al resto del mundo como pago de sus obligaciones.
Otro tanto podría suceder con un quebranto del euro, cuya salud no es
ejemplar.
Repasemos la Historia Universal: casi todas las
revoluciones de la Época Moderna fueron precedidas por bancarrotas
fiscales que debilitaron y deslegitimaron a los Estados y los forzaron a
solicitar sacrificios imposibles y consensos sociales problemáticos
para conjurar el déficit.
Estos países en bancarrota se desvanecen
también por la declinación demográfica: no tienen consumidores para sus
productos, ni brazos para producirlos. Hacia el 2010 el mundo ronda los
7.500 millones de habitantes. Estados Unidos cuenta con 313.232.000
pobladores, toda la Unión Europea, con 501.259.840. Sus tasas de
crecimiento poblacional son insignificantes. Más de las tres cuartas
partes del incremento total de la población de la UE se debe a la
inmigración. Sus economías dependen de ésta y de la tercerización de
fuerzas laborales en el exterior: a ambas les niegan todo derecho; éstas
pueden corresponder negándoles toda lealtad.
Como resultado de ello,
el ejército de la primera potencia imperialista de la tierra está
conformado esencialmente por mercenarios, reclutados mayoritariamente
entre sus marginalidades excluidas: afroamericanos, hispanos y pobres.
Los beneficiarios de las políticas del Imperio se niegan a luchar por
él. El Imperio Romano cayó después de que sus ejércitos dejaron de estar
integrados por ciudadanos y pasaron a depender de fuerzas mercenarias.
La experiencia podría ser significativa para potencias que dependen cada
vez más de la agresión militar.
La quiebra fiscal y demográfica de
las potencias hasta ahora dominantes no implica que renunciarán en
términos pacíficos a su hegemonía. Precisamente en un clima de
bancarrota del Estado y proletarización de las clases medias surgieron
los fascismos europeos, para tratar de reconquistar mediante la
violencia racista las posiciones perdidas.
La energía fósil se agota
En
fin, el capitalismo en colapso, con su economía del consumismo, del
derroche y del sobrecrecimiento del sector servicios, con sus
maquinarias militares y su sistema de concentración de la población en
megalópolis, está también irreversiblemente condenado por el acelerado e
inminente agotamiento de las reservas de energía fósil que lo
sustentan. Más del noventa por ciento de la energía que el planeta
consume viene del petróleo y sus derivados; las potencias hegemónicas
tienen muy pocas reservas naturales, y a nivel mundial ya ha sido
alcanzado el tope de su producción. De ahora en adelante, la explotación
petrolífera y gasífera sólo aportará rendimientos decrecientes antes de
su agotamiento en un período que podría durar poco más de medio siglo.
Estados Unidos es el mayor consumidor de hidrocarburos del mundo, y
actualmente gasta en ellos unos 600.000 millones de dólares cada año. Su
crisis fiscal podría impedirle continuar tales desembolsos. Ante ello,
intensifica las también incosteables guerras de saqueo de hidrocarburos,
que a la larga plantearán una confrontación de magnitud global con las
restantes potencias del planeta.
Los países imperiales pueden por
poco tiempo reforzar y aplicar su preponderancia tecnológica en tales
conflictos contra los países menos desarrollados, pero históricamente la
sofisticación táctica ha fracasado contra la resistencia cultural y
política popular. Así pasó en los grandes fiascos imperiales de Corea,
Vietnam, Cuba, Argelia, Afganistán, Irak, Somalía, y en la presente
agresión contra Libia, que se esperaba decidir en pocos días y que la
resistencia de los patriotas podría convertir en descalabro para Estados
Unidos y sus satélites de la OTAN.
El mundo se libera
Existen
los recursos científicos y tecnológicos para revertir esa maquinaria
monstruosa hacia una civilización fundada en la conservación de la
naturaleza, el aprovechamiento de las energías y recursos renovables y
el reciclamiento de lo consumido. Pero así como el sistema no puede
ganar sus guerras imperiales porque no entiende el funcionamiento
social, económico y cultural de los pueblos que invade, tampoco se
comprende a sí mismo lo suficiente como para emprender las reformas
culturales, sociales y económicas que lo salvarían. Paralizado en su
modelo predatorio que lo condena a buscar la ventaja propia en la ruina
de todos, es incapaz de entender que la salvación de todos es la
condición de la propia supervivencia.
Nunca como hasta ahora la
amenaza nuclear ha sido tan insuficiente para garantizar que las
plutocracias de un insignificante porcentaje de la población mundial se
apropien de los recursos y del fruto del trabajo del resto de la
humanidad. La Tercera Revolución, una prodigiosa era de cambios y
movimientos renovadores, está en marcha.
luisbritto@cantv.net