Una verdad de Peroguyo: Todo lo que se dice o se difunde por cualquier medio alcanzando a otros, es inmediatamente del dominio social y por eso, crea un estado de realidad. Una puesta en discurso es una narrativa argumental, un mundo de significados, un universo de sentido en sí mismo. La construcción ideológica de una totalidad que puede prescindir de relación empírica. No hay apuestas inocentes en el terreno discursivo, todas contienen, diría Zizek, el discreto encanto de la ideología, con sus pasiones interesadas y sus direcciones ocultas. Por eso, desde chiquito, mi mamá me decía: “cuídate mucho Juanito de aquellos que se presenten como neutrales, es ideología pura cubierta de piel de cordero”. Como antídoto me hacia saber que la ideología no es ni mala ni buena, no se trata de un asunto de orden ético. Es siempre del dominio que nos hace animales políticos; y eso habla de la dimensión de los medios y los fines. Una teoría del juicio debe tener presente estas consideraciones. Por eso, todo discurso es cacofónico, auto referido y redundante en sus repertorios tópicos; encadena sus enunciados llenando los significantes vacios en torno a un cuadro de productos organizados como reglas de producción y circulación de todos los demás significados existentes, convertidos en lugares comunes o equivalentes al núcleo discursivo central. Por ejemplo, cuando un opositor dice: “nosotros los venezolanos”, se asume como un representante que habla por la totalidad. O cuando sugiere que su mara es una mesa democrática, deja de lado la historia nefasta de los personajes y organizaciones que la integran en función de unos auto-decretados “intereses superiores”. Lenin decia, sin saber de semiótica: “Siempre hay que preguntarse porqué y para qué, imaginarse que pasaría si gobernara tal o cual política”. El discurso organiza la acción que es el despliegue y la puesta en escena del discurso, impermeable a otras influencias. La mayor o menor aceptabilidad, el encanto de un discurso, le es dada por la capacidad seudo-per-formativa en la renovación de la promesa que contiene. Foucault decía que somos sujetos hablados, poblados por dentro de órdenes y eslóganes que se activan e intervienen cada vez que el sentido de nuestras vidas, es decir, la carga ideológica de nuestras baterías vitales se siente amenazada. De manera que no se trata de convencer a nadie. Se trata de construir las condiciones de conjunto que intervengan las prácticas desde la fibra mas intima de la subjetividad de cada quien, en doble movimiento desde lo colectivo. Las relaciones sociales, son modo de producción de una hegemonía y en ese sentido, creencias instaladas como programas corriendo una expresividad. Por eso es tan importante conocer e intervenir los estilos de vida, no imponiendo nada, sino integrando sus modos y creencias a un discurso principal, lo que llama Laclau, activar la función de paralelaje que transforma emociones en creencias y filiaciones. Hacer política es crear un campo de identidades capaz de construir una totalidad de discurso para arrastrar y arropar a la sociedad toda, dotando de pre-visibilidad y justificación al interior de una regularidad, a cada quien. Una suerte de eco interior que resuene en cada conciencia, organizando en gustos la necesidad. De manera que al interior de la opacidad nadie engaña a nadie, no hay imposturas. Una sociedad nueva es otra configuración de las máquinas deseantes que disparan hacia afuera los mundos interiores dotando a lo indecible de una retorica inteligible. Creo que lo dicho podría resumirse en esta frase de Deleuze: “Todo esta en la piel, transcurre sobre la superficie, en este saber consiste el arte que nos permite acceder a las profundidades”. Los políticos podrían empezar por dejar hablar a la gente.
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