Según entiendo,
Buenos Aires y Chile han seguido esta misma línea de operaciones; pero
como nos hallamos a tanta distancia, los documentos son tan raros, y
las noticias tan inexactas, no me animaré ni aun a bosquejar el
cuadro de sus transacciones. Los sucesos de México han sido demasiado
varios, complicados, rápidos, y desgraciados para que se puedan seguir
en el curso de la revolución. Carecemos, además, de documentos bastante
instructivos, que nos hagan capaces de juzgarlos. Los independientes
de México, por lo que sabemos, dieron principio a su insurrección
en septiembre de 1810, y un año después, ya tenían centralizado su
gobierno en Zitácuaro, instalado allí una junta nacional bajo los
auspicios de Fernando VII, en cuyo nombre se ejercían las funciones
gubernativas. Por los acontecimientos de la guerra, esta junta se trasladó
a diferentes lugares, y es verosímil que se haya conservado hasta estos
últimos momentos, con las modificaciones que los sucesos hayan exigido.
Se dice que ha creado un generalísimo o dictador que lo es el ilustre
general Morelos; otros hablan del célebre general Rayón; lo cierto
es que uno de estos dos grandes hombres o ambos separadamente ejercen
la autoridad suprema en aquel país; y recientemente ha aparecido una
constitución para el régimen del Estado. En marzo de 1812 el gobierno
residente en Zultepec, presentó un plan de paz y guerra al virrey de
México concebido con la más profunda sabiduría. En él se reclamó
el derecho de gentes estableciendo principios de una exactitud incontestable.
Propuso la junta que la guerra se hiciese como entre hermanos y conciudadanos;
pues que no debía ser más cruel que entre naciones extranjeras; que
los derechos de gentes y de guerra, inviolables para los mismos infieles
y bárbaros, debían serlo más para cristianos, sujetos a un soberano
y a unas mismas leyes; que los prisioneros no fuesen tratados como reos
de lesa majestad, ni se degollasen los que rendían las armas, sino
que se mantuviesen en rehenes para canjearlos; que no se entrase a sangre
y fuego en las poblaciones pacíficas, no las diezmasen ni quitasen
para sacrificarlas y, concluye, que en caso de no admitirse este plan,
se observarían rigurosamente las represalias.
Esta negociación se trató con el más alto desprecio; no se dio respuesta a la junta nacional; las comunicaciones originales se quemaron públicamente en la plaza de México, por mano del verdugo; y la guerra de exterminio continuó por parte de los españoles con su furor acostumbrado, mientras que los mexicanos y las otras naciones americanas no la hacían, ni aun a muerte con los prisioneros de guerra que fuesen españoles. Aquí se observa que por causas de conveniencia se conservó la apariencia de sumisión al rey y aun a la constitución de la monarquía. Parece que la junta nacional es absoluta en el ejercicio de las funciones legislativa, ejecutiva y judicial y el número de sus miembros muy limitado.
Los acontecimientos de la tierra firme nos han probado que las instituciones
perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter,
costumbres y luces actuales. En Caracas el espíritu de partido tomó
su origen en las sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos
partidos nos tornaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido
la república americana qué más se ha adelantado en sus instituciones
políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia
de la forma demócrata y federal para nuestros nacientes Estados. En
Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos provinciales
y la falta de centralización en el general han conducido aquel precioso
país al estado a que se ve reducido en el día. Por esta razón sus
débiles enemigos se han conservado contra todas las probabilidades.
En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente, estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia. Es más difícil, dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre. Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad.
Agosto de 2.011
joseameliach@hotmail.com