Toda guerra, incluso aquella que más pregone los principios o razones de causas religiosas, tendrá siempre como raíz neurálgica lo económico. El Derecho lo que hace es darle contexto jurídico. Lo demás son cuentos chinos o de caminos donde se trasnocha la soldadesca para que la oficialidad duerma pensando en las tácticas del día siguiente. Ahora, es verdad, toda guerra necesita de un motivo que justifique iniciarla o realizarla. No olvidemos que ha habido guerra hasta por dominio de la droga. Recordemos la del Opio ejecutada por Inglaterra contra China (1939-1942); la violencia, por ejemplo, en Colombia y México por dominio del negocio de drogas; la Primera Guerra Mundial encontró su justificativo para desatarla el asesinato del archiduque heredero Francisco Fernando de Austria-Hungría, pero su causa esencial fue necesidad de expansionismo para dominio económico del imperialismo alemán.
El nivel de las injusticias y desigualdades implantado y acrecentado por el capitalismo para la aplastante mayoría de la humanidad, especialmente en los países subdesarrollados, ha hecho posible que la prostitución y la delincuencia alcancen escalafones que antes no fueron imaginados por la mente humana y, fundamentalmente, por la carcelaria. Pero no sería justo culpar exclusivamente al capitalismo de esas realidades porque, por ejemplo, se puede ser muy pobre económicamente pero eso no justifica que la persona afectada por la situación de miseria social tenga que atravezarle un cuchillo, bien afilado, al cuerpo de otra persona para despojarla de su cartera donde lleva sólo el mísero salario, semanal o quincenal, que se le paga por vender su fuerza de trabajo y así poder medio mantener a su familia. Se puede ser muy pobre económicamente pero, por ejemplo, eso no justifica que una muchacha tenga que vender su sexo para así obtener dinero y creer que está haciendo una vida feliz sin dejarse explotar por ningún empresario en particular. Si todos los pobres económicamente en este mundo tuvieran conciencia “para sí”, al capitalismo se le hubiese dado cristiana sepultura desde hace décadas y ya no habrían condiciones para la pobreza económica. Pero mientras eso no suceda o no se haga realidad el socialismo en este planeta Tierra, existirán pobres que busquen en el robo a otras personas la solución a sus necesidades; habrán jóvenes que comerciarán con su cuerpo buscando dinero para satisfacer sus necesidades; habrá gente que busque en el consumo de drogas el olvido de sus problemáticas o en la venta de estupefacientes la riqueza para salir de su pobreza. ¡Tamaño error! Pero bueno, el capitalismo ha hecho que se crea y se respete que cada cabeza es un mundo y debe gozar de potestad para hacer lo que le venga en gana y cuando le de la gana siempre y cuando no se trate de derrocar el régimen y, mucho menos, para eso de revolución que intente implatar la transición del capitalismo al socialismo. Es como una cultura pragmática que le hace ver al necesitado de bienes materiales que no es muy necesario pensar en cosas de liberación sino, exclusivamente, de limitarse a buscarlos a través de riesgos para satisfacción del individualismo muy por encima de los intereses del colectivo. Para el capitalismo lo importante es que la ambición personal, con su egoísmo de guía espiritual, se eleve al máximo y la persona se olvide que lo único que lo puede emancipar de su esclavitiud social es un régimen de solidaridad, trabajo y educación donde todos puedan satisfacer sus necesidades en igualdad de oportunidades en disfrute de libertad.
En el mundo –especialmente subdesarrollado y hasta en países de cierto nivel de desarrollo (caso Brasil)- se ha puesto de moda las guerras carcelarias por el dominio económico de las mismas. Toda guerra necesita de un comandante, de un Estado Mayor y de tropa. La guerra es cosa de disciplina, autoridad, estrategia, táctica y obediencia del inferior al superior. De lo contrario la anarquía acaba, al mismo tiempo, con los unos y con los otros. La guerra es para que un bando sea victorioso y el otro derrotado. El primero se queda con la mayor parte del botín y el segundo debe someterse a las nuevas circunstancias y dificultades de su comdición de vencido.
El Pran es el comandante, es el jefe supremo. No necesita, para hacer su guerra, de doctrina que armonice la filosofía, la economía y la concepción de mundo que represente la ideología. No, lo que necesita es fuerza, poder, atrevimiento, afán de caudillismo y de autócrata, ser criminal consetudinario, poseer un corazón donde la sensibilidad por el dolor de otros no le conmueva las células del cerebro, tener a punta de pronunciación la orden de matar a sus “enemigos” o a quienes conspiren para arrebatarle el poder, ser mafioso, querer a sus hijos en la misma proporción que odia a sus adversarios o competidores, no necesita la inteligencia sino capacidad de aterrorizar a sus súbditos, manejar dinero para comprar conciencias valiéndose de las necesidades apremiantes de quienes viven en su alrededor. Mejor dicho: un Pran, al mismo tiempo, tiene que ser zorro (para olfatear opositores, conspiradores y buenos negocios lucrativos) y león (para gozar de la fuerza y garras) cuando le toca hacer una guerra buscando la victoria. El Pran, según Sebastiaba Barráez, significa; Preso Rematado Asesino Nato. ¡Santo Dios!
El Pran vive en un pabellón carcelario como la abeja reina en un panal: lo mejor para él, luego para los integrantes del Carro y después para sus luceros. En todas las cárceles del país, como si fuese un ferrocarril, se aprecian a leguas de distancia las diferencias de clases entre los presos. Por lo menos que se sepa, en casi todas las cárceles del país existen pranes que son como la elite más privilegiada, más rica, más poderosa e influyente en los penales. Es el dueño del monopolio económico pero, al mismo tiempo y sin ninguna ideología que valga la pena tomar en consideración, es el jefe del poder ejecutivo porque es quien decide el destino del conglomerado que está bajo su mando; es el jefe del poder legislativo porque es quien establece y dicta las leyes que deben aplicarse o ejecutarse; y es el jefe del poder judicial porque es quien decide las sentencias de castigo o de muerte en el pabellón que esté bajo su dominio absoluto. Un Pran, en el área restringuida bajo su dominio, es un emperador, es un zar, en un sha, en un rey, es el Dios que todo lo decide bajo el estricto control de su carro (estado mayor) y sus luceros (tropa) en función de sus intereses económicos. Mejor dicho: es el capo. Dicen que existen Pranes que por nada del mundo desean salir de la cárcel, porque en ningún sitio tendrían tanto poder y riqueza como en aquellas.
Pero todo Pran, por ser de carne y hueso como cualquier otro reo, también tiene sus dificultades, corre riesgos y está en lista permanente de muerte por la disputa de poder o de expansionismo, esencialmente, económico. Un Pran se parece mucho a un Estado imperialista que cuando crece su población y le escasean sus recursos económicos para mantener su régimen y buscando no endeudarse fatalmente tiene que hacer la guerra para apoderarse de otros territorios y hacerse amo de sus economías. De lo contrario, la población bajo su mando puede rebelarse y corre el riesgo de sufrir un golpe de Estado que lo expulse del pabellón o lo deje frito para el cementerio. Más de un miembro del carro y de un lucero tienen ambición de ser jefe o capo pero para coronarlo tienen que moverse como pez en el agua, león en la selva y águila en el aire. En ningún reino particular puede haber dos reyes o dos capos. Dos Pranes con el mismo espíritu del urogallo, por ejemplo, en una cárcel es una crónica roja de una guerra anunciada que sólo requiere de un motivo cualquiera para decretarla. El mundo de las abejas nos ilustra muy claramente al respecto.
Los casos de los Rodeo I y Rodeo II lo que han hecho es poner en el más alto nivel de conocimiento una realidad carcelaria que no debe permitirse por ninguna circunstancia. Cuando un Pran solicita que le respeten sus derechos humanos y que el Estado debe hacerlo, también el Pran debe decirle a la opinión pública si él respeta o no los derechos humanos de otros y reconocer que está obligado hacerlo. Es fácil ponerse a buscar culpables de la crisis carcelaria. El propio Estado venezolano ha reconocido públicamente sus errores mientras que otros lo que hacen es echarle más leña al fuego para ver si pueden pescar éxitos en río revuelto. Pero en este caso, no hablemos de culpas porque eso no se requiere. De lo que se trata es de hacer una proposición que acabe con los Pranes, con sus carros y sus luceros sin que tenga que violentarse ninguno de sus derechos humanos en las cárceles del país. En cualquier otro país, con una situación carcelaria parecida a la de Venezuela, ni una hora hubiesen durado los presos alzados y retando la autoridad del Estado. Sólo un gobierno con la paciencia y la conciencia humanitaria del de Venezuela se cala algo parecido. La solución, por lo menos, no fue realmente sangrienta como algunos creían o lo deseaban.
Sin duda, hay tres cosas que deben aplicarse rigurosamente en las cárceles: 1.- una justa distribución de los presos, porque es una gran verdad que un porcentaje de ellos puede ser regenerado pero otro no, ni siquiera prometiéndole la prueba más evidente de la felicidad terrenal. ¿Quién puede creer en la sinceridad, por ejemplo, de alguien que haya violado niños solicitando que se respeten los derechos humanos de los niños? ¿Quién puede creer en la sinceridad de una persona que ha asesinado –y hasta sin compasión de ninguna especie- a varias personas para robarles sus precarias pertenencias solicitando que se respeten los derechos humanos de sus víctimas? ¿Quién puede creer en la sinceridad de una persona que descuartiza a otro y juega fútbol con la cabeza del muerto solicitando que se respete el derecho a la vida? No debe, por ejemplo, meterse en un mismo pabellón a un muchacho que por vez primera incursiona en el robo con aquel que ya tiene todo un historial de asesinatos. 2.- Desarrollando una política de educación y deporte que abarque al mayor número de reclusos posibles para que hagan una buena inversión del tiempo en actividades que favorecen las capacidades físicas y espìrituales y los alejen del flagelo del consumo de estupefacientes y de los enfrentamietos grupales y personales. 3.- Crear un sistema de empresas donde los presos sean el personal para el funcionamiento de las mismas reconociéndoles todos los derechos labores bajo contratos racionales de trabajo que permita, por lo menos, subsidiar una buena parte de la satisfacción de necesidades materiales y espirituales de los presos y de sus familiares.
Pero amén de eso aquí viene algo fundamental. El Estado debería convocar los esfuerzos conscientes de un número considerable de militantes del proceso (fundamentalmente bachilleres, sicólogos, trabajadores sociales y técnicos sin afectarles la continuidad de sus estudios y bien remunerados), para que sean adoctrinados –fundamentalmente, con cursos de relaciones humanas y se cree un cuerpo de vigilancia, inspección y control carcelario donde sean sus integrantes los que tengan el contacto o la relación directa con los presos. Ese cuerpo de militantes, al servicio de la política carcelaria del Estado, debe poseer la mayor garantía de que ninguno de sus miembros les venda armas ni droga a los presos; que el trato con éstos estará caracterizado por las normas de la solidaridad, la educación y el mayor respeto. Al mismo tiempo, especialmente los trabajadores sociales y los sicólogos, realicen visitas a familiares de los presos para determinar en qué condiciones socioeconómicas viven y en qué pueden ser ayudados para contribuir a mejorarles su situación.
Bueno, esto es simplemente una idea que a lo mejor resulta muy costosa económicamente pero que nada cuesta con ser estudiada por las autoridades del Estado que tienen que ver con el sistema carcelario del país.