Después de oír su rueda de prensa donde “reveló” la mala intención del gobierno venezolano de sacar, “de manera secreta”, sus reservas internacionales de los bancos norteamericanos y europeos para trasladarlas a bancos chinos, rusos o brasileños; algunos podrían imaginar que ese diputado, enterado, como agente del imperialismo que es, de los planes que ante “determinadas contingencias” sus jefes iban a poner en marcha, no pudo contenerse y se le salió el resollo. Pensar eso es darle al diputado Montoya un papel beligerante, que requiere, entre otras cosas, poseer valor e inteligencia.
Otros, más racionales, pudieran suponer que tal declaración es evidencia del enorme desprecio que siente por el pueblo que lo lleva a creer que es posible engañarlo para tapar una realidad que hasta el más ingenuo ahorrista conoce: no se puede tener los cobres (como los llama él) en entidades bancarias poco confiables. Esos ahorristas saben no sólo del peligro financiero sino sobre todo del político.
Habrá algunos, con cierta dosis de cinismo, que pudieran atribuir semejantes declaraciones al pragmatismo político que asume como válido cualquier cosa si se trata de agarrar pantalla de TV y centimetraje en los diarios.
Yo, más por viejo que por sabio, creo que lo del diputado Montoya es sólo un asunto de brutalidad congénita. Ella pocas veces ha tenido mejor expresión que con estas declaraciones. Sólo se le equipara su reconocimiento al haber estado bajo las órdenes de Manuel Rosales. ¿Qué más se le puede pedir?
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