“¡Mamá, mamá! ¿Cuanto falta para que volvamos a la edad media?”, preguntaba un menor en un cuento de Orwell. Pues parece que ya no falta nada. La ciencia ficción habría acertado al suponer un mundo de reyes, cortesanos, déspotas y princesas gobernando un planeta globalizado y altamente tecnologizado. U. Eco a firmaba en los 90, que estaba próximo un nuevo Medioevo, pues para construir una edad media solo hace falta llenar al mundo de demandas insatisfechas, esperanzas inalcanzables, supersticiones, represión y hambre. “Se requiere principalmente de una gran paz amenazada y de unos gendarmes dispuestos a todo”. Una sociedad capaz de juzgar, controlar y aplastar si fuera necesario, a los nuevos “bárbaros” y cada uno de sus brotes y expresiones. Y otra vez yo estaba allí, frente a la tv, y no lo podía creer (no se por qué hago eso), David Cameron, primer ministro británico amenazaba con lo que luego sería la más brutal represión jamás vista, a los pobres de su país diciendo, “no permitiré que una cultura del miedo se apodere de las calles del reino”, así mismo, invitaba a los ciudadanos a delatar a sus vecinos y alertaba: “tenemos decenas de horas de grabación que vamos a revisar para capturar uno por uno a cada vándalo”, todo esto a propósito del Caracazo británico que se vivió en varias ciudades cercanas a Londres, luego del vil asesinato de un joven trabajador, padre de cuatro niños, cuyo único delito fue ser pobre y negro. Asesinato que la policía quiso encubrir difamando al muchacho muerto, sembrándole una pistola y diciendo que había disparado. ¿Qué hacer ante semejante declaración? ¿Con qué cara ir al cine o a la cafetería, luego de ver a la misma policía que mató y sembró al negro, allanar viviendas humildes a media noche, tumbándoles la puerta, para secuestrar a niños y adolescentes; colocarlos ante jueces de tribunales donde la decisión ya fué tomada con anterioridad? ¿Esperar un pronunciamiento de Naciones Unidas condenando la represión y exigiendo el respeto a los derechos humanos? Para Cameron y la élite en el poder son vándalos. Lo afirman los mismos corsarios que acaban de despojar a Libia de más de 150.000 millones de dólares, y se lo dicen a un pueblo al que le acaban de reducir aun más la poca seguridad social que le quedaba. Solo le faltó citar al Maquiavelo que conversa en el infierno con Montesquieu, en el lucido cuento de Maurice Yoly: “mi sueño es convertir a la sociedad en un lugar en el que la policía sea una institución tan basta, que en el corazón de mi reino más de la mitad de sus habitantes vigilará a la otra parte”. Mientras tanto, el tribunal mediático hace de las suyas señalando y estigmatizando a miles (ya van mas de 2000 detenidos y se sospecha que la cifra de muertos es superior a 10) de jóvenes que quedarán más resentidos. Para la élite no existen causas y condiciones sociales para lo sucedido. Al descontento y la indignación globalizada, plomo y peinilla. “Esa gente no piensa en el terrible daño que le hacen a la imagen del país”, vociferaba iracundo un parlamentario británico en La Cámara; mientras pedía mano dura. Claro, la imagen debe ser la de la última boda real, que por cierto le costó unas cuantas coronas más a los contribuyentes. Por ahora han aplastado la rebelión. Lograron controlar todo con buena pronunciación, con la puntualidad y la elegancia propia del estilo de un corte inglés. Pero el virus está allí, en todas partes, desde Israel a Chile; de España a Egipto; los bárbaros llegaron para quedarse y la sociedad no tiene respuesta a una crisis que cada vez es mayor. En un cuento de Kafka un personaje asegura: “En el mundo hay demasiada esperanza, pero no para nosotros. Descuida, cuando llegue el mesías ya no será necesario, porque será muy tarde”.
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