“Para entender a Marx hay que dejar de ser marxista”. Tomado de un sobreepílogo del Manifiesto Comunista, de autor anónimo.
Antes de tratar el tema del oro, empecemos por reconocer que antes de que un burgués se convierta en capitalista y explote asalariados, debe necesariamente fungir de comerciante. Acude al mercado y compra medios de producción y mano de obra, como primera fase del movimiento del valor, vale decir, del capital[1]. Luego de cumplido el proceso de producción de valores de uso, vuelve al mercado para la venta de esas mercancías ya empreñadas de plusvalía.[2]
Sin embargo, desde la aparición en los escenarios académicos de la pesada y fuerte denuncia formulada por los científicos Carlos Marx y Federico Engels en el texto del epígrafe, y en la enjundiosa obra de Economía Política que el primero de ellos elaboró luego de sus detalladas, exhaustivas, juiciosas, objetivas y científicas “críticas” a la incipiente y abortada Economía Política Clásica, tan en boga en su época, cuando la problemática que albergaba el sistema capitalista ya mostraba sus potenciales alcances, y asimismo decepcionaba a quienes todavía saboreaban el triunfo burgués contra el “ancienne régieme”, desde esos momentos, decimos, muy razonadamente se sigue negando, la explotación del asalariado y justificando la ganancia como una diferencia meramente aritmética ocurrida en los precios de compraventa. Así lo entendió el viejo fenicio y así continúa entendiéndolo el comerciante del presente milenio cristiano. Reducen, pues, la explotación, fábricas adentro, a una pueril transacción comercial a la orden de hasta el más insignificante de los trabajadores informales.
Tal como lo extraemos de sus propios textos - nobelados incluidos- los apologistas del régimen de explotación feudal, cuya propiedad privada sobre medios de producción les venía dada desde sus inicios, como pioneros del comercio internacional que fueron, siguen todavía al servicio incondicional de los dueños del dinero comercial o dinero precapitalista, una propiedad que los emergentes burgueses del siglo XVI lograron acrecentar mediante un despiadado proceso de expropiaciones de tierras y herramientas de trabajo que Carlos Marx identificó como la Génesis de la Acumulación Primitiva del capital, necesaria para el arranque sostenido del nuevo orden burgués[3].
Ciertamente, “la relación oficial” entre capitalista y asalariado, esa relación amparada y prescrita por las leyes jurídicas laborales, tiene un carácter meramente mercantil”. El problema económico y extrajurídico se presenta cuando averiguamos porqué el asalariado vende su fuerza de trabajo y no opera por su cuenta y, más bien, vende su trabajo o mercancías diferentes a dicha fuerza. La respuesta la ofreció Marx en El Capital[4], pero, insistimos, inconsciente o deliberadamente, todavía la idea de ganancia comercial sigue privando en los explotadores y panegiristas capitalistas.
Como eso es así, y síguese mirando la ganancia burguesa como simple logro de mercado, es inferible que deberíamos aprender lo que éste a diario nos enseña, y en el cual la “ley de Gresham” viene al caso.
Por ejemplo, aprendamos que todas las mercancías son reducidas a una cantidad de dinero, que los patrimonios contabilizados se miden en dinero; con dinero se va al mercado, también con él se va a los bancos y en estos depositamos gemas y joyas en general, directamente en sus bóvedas, pero con facturas de propiedad donde se señala detallada y cuantitativamente el valor o precio de compra. También depositamos dinero contante y sonante, oro en lingotes o en pepitas, y divisas varias, acciones, títulos de valor de variopintas procedencias, y hasta dinero mal habido en las llamadas cuentas bancarias “secretas”, pero en común se trata de depósitos de cantidades de dinero respaldadas por este mismo o por otros valores.
El oro no escapa, pues, a su expresión monetaria como una, si no la única, de las más usuales, importantes y fuertes mercancías que fungen de respaldo de hecho de todos los demás valores propios resto de las mercancías materiales. Por esta razón, y según dijimos en la entrega anterior(http://www.aporrea.org/ideologia/a129009.html), cuando un cliente cualquiera deposita mercancías en especie, su receptor y depositario asienta su valor como una síntesis monetaria, en dólares, por ejemplo, que fungen de unidad de cuenta, aunque el respaldo de esa cantidad de dinero también quede asentado como mercancías especificas con todas sus características mercantiles, peso, número de unidades, fechas de hechura, etc.
El oro llega al banco con determinado precio, y con determinado precio sale de aquel, pero ambos movimientos patrimoniales ocurren en dinero. De allí la importancia de esta ley de Gresham, que no tiene apoyo jurídico alguno ni tampoco científica, pero sí mantiene validez en el marco de la Economía Vulgar Burguesa que por ahora rige las transacciones económicas del mundo.
Y por esa misma razón, en caso de accidentes, desgracias, guerras, incendios, etc., si el depositario es el afectado, como obviamente no podría reintegrar los depósitos siniestrados con la misma especie recibida, los reconocería en dinero. Es la contabilidad dineraria ampliamente coadmitida en régimen burgués.
Vemos así cómo la ley de Gresham logra desplazar el oro por simples papeles de hasta dudosa conversión o convertibilidad. Pero hay más, lo asientos contables comprometen el balance financiero de cada empresa, y en consecuencia los pasivos sólo montan equivalentemente al valor en dinero de los activos, independientemente de que estos últimos se hallen en especie. A esta realidad debemos enfrentarnos.
marmac@cantv.net
[1] Carlos Marx, El Capital, Libro Primero, Sección VII de Cartago, Introducción.
[3] Obra cit., Sección VIII, Cap. XXVI.