Por favor, lea y estudie esta parte de la carta y analícelo profundamente, seguro que comprenderá por qué Simón Bolívar, el Libertador, fue el hombre más grande de América.
Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires, Chile
y el Perú; juzgando por lo que se trasluce y por las apariencias, en
Buenos Aires habrá un gobierno central en que los militares se lleven
la primacía por consecuencia de sus divisiones intestinas y guerras
externas. Esta constitución degenerará necesariamente en una oligarquía,
o una monocracia, con más o menos restricciones, y cuya denominación
nadie puede adivinar. Sería doloroso que tal caso sucediese, porque
aquellos habitantes son acreedores a la más espléndida gloria. El
reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por
las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo
de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones
que derraman las justas y dulces leyes de una república. Si alguna
permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la
chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad; los
vicios de Europa y Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres
de aquel extremo del universo. Su territorio es limitado; estará siempre
fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará
sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones
políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre.
El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo
régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero lo corrompe todo;
el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara
vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos,
o se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serían aplicables
a toda la América, creo que con más justicia las merece Lima por los
conceptos que he expuesto, y por la cooperación que ha prestado a sus
señores contra sus propios hermanos los ilustres hijos de Quito, Chile
y Buenos Aires. Es constante que el que aspira a obtener la libertad,
a lo menos lo intenta. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la
democracia, ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia; los primeros
preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones
tumultuarias, y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará
si concibe recobrar su independencia. De todo lo expuesto, podemos deducir
estas consecuencias: las provincias americanas se hallan lidiando por
emanciparse, al fin obtendrán el suceso; algunas se constituirán de
un modo regular en repúblicas federales y centrales; se fundarán monarquías
casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas serán tan
infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras
revoluciones, que una gran monarquía no será fácil consolidar; una
gran república imposible. Es una idea grandiosa pretender formar de
todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue
sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua,
unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un
solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse;
mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses
opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América.
¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojala que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración, otra esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un Congreso europeo, para decidir de la suerte de los intereses aquellas naciones. Mutaciones importantes y felices, continuas pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales. Los americanos meridionales tienen una tradición que dice: que cuando Quetzalcoatl, el Hermes, o Buda de la América del Sur resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él restablecería su gobierno, y renovaría su felicidad. ¿Esta tradición, no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¿Concibe usted cuál será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetzalcoatl, el Buda del bosque, o Mercurio, del cual han hablado tanto las otras naciones?
joseameliach@hotmail.com
Septiembre de 2.011