El Socialismo es también un estado individual. Una subjetividad política, múltiple y colectiva, que da forma al deseo. Vivir como socialista es ir construyendo el socialismo día a día, en nuestra prácticas cotidianas, La valoración del espacio, del tiempo, de la calidad de las relaciones que se entablan, de la coherencia entre el discurso y lo que se hace; teniendo al goce de la libertad como principio de todo, “y por consiguiente –como dijera Marx en sus Grundrisse–, el patrón de la riqueza no será ya el tiempo de trabajo, sino de ocio”, porque no importa lo duro de una jornada, que, como en cualquier deporte, ella nunca será vista como trabajo. Aparecerá entonces el hombre nuevo, visto por Marx, no como un fanático fundamentalista, sino como el homo ludens, “en una sociedad de hombres creadores que juegan y se divierten en el despliegue individual y colectivo de sus potencias…reino que va más allá de la conciencia y la superación de la necesidad. El reino de la libertad sólo comienza, en efecto, allí donde desaparece el trabajo impuesto por el desamparo; la libertad es la superación de la necesidad más allá de la esfera de la producción propiamente dicha”.
Por eso el socialismo es el comunismo hoy, “la unión de las soledades en un proyecto libertario”. Marx prestaba mucha atención a los indicios anunciadores de lo nuevo, de lo radicalmente posible, lo que va siendo a pesar de las circunstancias, allí donde nadie apostaría, donde muchos se niegan a verlo y mucho menos a aceptarlo. Podemos proyectarnos desde estas plataformas teórico-prácticas, para experimentar un futuro que ya es anterior, llegamos al llegadero –que los expertos llaman disyuntiva histórica–: Socialismo o Barbarie dirá nuestra Rosa Luxemburgo. La sobrevivencia misma en el planeta se convirtió en un tema. El papel del científico y del político, dijera Weber, es reconocer la falla, el punto de quiebre; leer la irrupción, reconocer la emergencia de cuándo salta una época; en qué momento cambiar de lectura de los procesos y los movimientos.
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