La productividad del asalariado impide la proliferación de empresarios de menor giro

La Segunda Revolución Industrial ha Destruido la Competencia

De entrada, así como no existe ningún proceso productivo concreto si no lo referimos a la estructura económica donde se lleve a cabo, es decir, si no identificamos y reconocemos su funcionalidad clasista entre, por ejemplo, burgueses y proletarios, capitalistas y asalariados, asimismo, tampoco  puédese hablar sobre revoluciones industriales ni mejoras tecnocientíficas al margen de esas clases sociales.

El mejoramiento de la productividad de los trabajadores, asalariados  hoy, ayer esclavos y siervos de la gleba,  responde a una larga evolución científica y técnica experimentada por las fuerzas productivas en general. El tránsito del bastón al arado con tracción animal fue una extraordinaria y revolucionaria conquista agrícola, así como el salto de la manufactura a la industria moderna también lo ha sido y con un  mayor grado de potenciación productiva.

Bien mirados estos asuntos económicos, mientras en los regímenes precedentes del capitalismo se fue  incentivando el trabajo y multiplicando las plantillas laborales en este y aquel oficio, en esta y aquella profesión, en la misma agricultura y en las demás especialidades, en los prolegómenos de la Revolución Industrial,  mientras esa evolución marchaba, repetimos,    el PIB  de marras dejó de ser agrícola por excelencia para hacerse manufacturero e industrial. El monopolio económico del pensamiento fisiocrático cedió ante los extraordinarios aportes que empezó brindar la división de trabajo artesanal, y finalmente empezó a reconocerse que no sólo el agro era productivo y creador de riqueza para la nación,  sino toda acción manufacturera. Se terminó entendiendo que el trabajo agrícola también era “manufacturero” en general y que los oficios no agrícolas también generaban riqueza. De estos hallazgos y reconocimientos dio cuenta el renombrado Adam Smith quien transformó  la Economía de naturaleza Fisiocrática a la Economía de naturaleza burguesa.

Pero el reconocimiento del valor-trabajo, que vendría a igualar  la importancia de trabajar la agricultura con   la que empezó a gozar la manufactura (artesanías varias), no agotó el intríngulis del valor- trabajo, un problema que, por cierto, luego de sus buenos 160 años después de Carlos Marx  sigue siendo, consciente o inconscientemente,  ignorado, silenciado, negado, burlado o  subestimado. El clásico J. B. Say admitió abiertamente que el mercado era fuente de ganancias aunque estas no estuvieran respaldadas por ninguna producción física de mercancía alguna[1]

El arribo a las innovaciones técnicas de la gran industria, la armonización o maquinización de las herramientas, desbordó todo el potencial de riqueza material que caracteriza el trabajo y las demás fuerzas productivas. Decimos productivas en sentido metafórico porque, por ejemplo, los medios de y  objetos de trabajo y la tierra en sí misma, sus acuíferos, su minas y afines, sí coparticipan en el proceso productivos, pero buena parte de sus aportes derivan de mismo trabajo previo de quienes han  creado esa “segunda naturaleza” o modernas fuerzas productivas llamadas medios de producción a secas.

Yendo al punto de hoy: durante el presente capitalismo, a pesar de sus crisis y los especulativos pronósticos politiqueros  que tanto abundan sobre su “inminente” acabose, las mejoras productivas de la mano de obra se han visto hipertrofiadas con el auxilio de los modernos medios de trabajo que siguen su carrera explosiva desde el siglo XIX. Con ayuda de estos medios se ha perfeccionado el manejo y acceso a  los objetos de trabajo así como   la producción de materias primas y auxiliares en general, al punto de que las tasas de plusvalía se han   agigantado, de tal manera que, por  término medio, en las grandes empresas automatizadas la recuperación del salario es casi instantánea, y el resto  de la jornada es plusvalía neta.

De eso no hay duda, pero,  aun así, la burguesía y sus magnates cuyas  inmensas fortunas  superan toda medida  de atesoramiento, no termina por justificarlas, a pesar de que una   parte de esas fortunas son declaradas  ante el Fisco de sus respectivos países. El caso que venimos describiendo es que, por muy explotadores que hayan sido, por ingente que haya sido el cúmulo de plusvalía arrancado hasta ahora,  semejante riqueza debe tener una  fuente complementaria  más allá de la producción fabril, ante lo cual, infiérese  que es el mercado    donde es traficado un sobrecosto de producción por concepto de depreciaciones de medios de producción, y específicamente de medios de trabajo[2].

Precisamente, la Segunda Revolución Industrial (SRI) ha sido la panacea de esta fuente alterna de ganancias, dados los levados costes de fabricación de los modernos medios de trabajo,   además  ocurre que por ese mismo elevado coste   sus unidades son de valor y capacidad muy discretos, es decir, se trata de medios de trabajo con una potencial y gran capacidad  de rendimiento o de ayuda a la productividad  del asalariado que impone la permanente e intensa  necesidad de mayor mercado. Estos elevados coste de los medios de trabajo impiden que los medianos y pequeños empresarios puedan adquirirlos, no tanto por falta  de capital dinero que bien pudieran obtenerlo del capitalista financiero, sino porque sólo podrían aprovecharlos en una irrentable  cantidad de su potencial productivo, ante las bajas colocaciones    que el mercado podría permitirles.  

Es por todo eso que la SRI ha representado el freno económico más poderoso que ha detenido los ensayos competitivos mercantiles, y viabilizado las empresas mono  y paramonopólicas que han   reemplazado la añorada y obsoleta  vida mercantil del muy sonado “libre mercado”,  figura, ésta,  altamente ficticia y meramente referencial que jamás ha ocurrido después de que el dinero reemplazó la transacción por trueque. y sobre la cual hablaremos más adelante. 

http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com  

marmac@cantv.net



[1] Carlos Marx, El Capital. Libro II, Cap. XX, Subc. II

[2] http://www.aporrea.org/ideologia/a125977.html


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Manuel C. Martínez M.


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