Una liga integrada por narcotráfico, capitalismo financiero de casino, complejo industrial-militar, medios forajidos, academia servil y un mundo político que opera como polichinela patético porque ni risa da. Es un circuito impecable: el narcotráfico produce capitales que la banca lava y con ello contribuye a financiar y a enriquecerse más con el aparato industrial-militar que protege a los anteriores, todo acicalado por la dictadura mediática y la dócil academia. La política es mera comparsa para distraer de la acción real, que ocurre tras bastidores. Como ves, no hace falta identificar individuos porque se delatan desempolvadamente. Míralos.
Los medios nos convencen de que hay que ser bruto, ignorante, forajido y millonario, lo que explica la masiva votación de sus candidaturas. Aquí en Venezuela, por ejemplo.
Las fuerzas en juego son tan poderosas, advierte Edgar Morin (La vía, Barcelona: Paidós Ibérica, 2011), que pueden llevar a diversas catástrofes, algunas ya en curso en el Medio Oriente o como las dos Guerras Mundiales. Pero, señala Morin, citando a Hölderlin, «donde crece el peligro, crece lo que salva». Puede y debe producirse una metamorfosis, como la de los insectos, que se transforman hasta lo irreconocible. Está pasando en Venezuela, proceso escalofriante en su velocidad y peligros externos e internos.
Externos: la voracidad vertiginosa del capitalismo en crisis tal vez final, en urgencia de devorar todo, incluso a sí mismo y está destruyendo países uno a uno: Afganistán, Irak, Haití, Paquistán, Libia, los propios Estados Unidos y Europa, continente ocupado económica, política y sobre todo militarmente.
Internos: una oposición fabricada a imagen y semejanza de sí mismo por el Imperio. Y el peligro más formidable: el fariseísmo seudorrevolucionario, que no describo porque todo fariseo es farolero por definición.
Venezuela está jugando un papel estratégico ante esos poderes formidables, una vez más David contra Goliat. Los pueblos oprimidos lo intuyen.
Lo tenemos todo para promover una contracorriente mundial que derrote políticamente este armatoste mortífero. No es caro para un Estado y en todo caso más cara sale una invasión. Como dice Julio Escalona: hay que evitar la guerra a toda costa. Y es posible.
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