En nuestro artículo del lunes de la semana pasada dijimos que, con las elecciones del 7 de octubre del año próximo, se inicia una nueva fase del proceso de transformación revolucionaria de la sociedad venezolana, la de consolidación de la formación social socialista, que nos hemos propuesto edificar. Dijimos, asimismo, que la Constitución Bolivariana, es el cuerpo teórico a partir del cual se han creado las condiciones que hagan posible dicha transición. En correspondencia con ello, señalamos que dicho proceso electoral es un “rompe aguas” en la historia republicana de Venezuela. Es el futuro, enfrentado al pasado.
Si ello es así, estamos obligados a diseñar una estrategia que nos permita avanzar en el desarrollo regional, como elemento fundamental del desarrollo nacional. Tarea que debemos emprender a partir de las formulaciones programáticas establecidas en el Proyecto Nacional Simón Bolívar en su Primer Plan Socialista del Desarrollo Económico y Social de la Nación, para el período 2007–2013.
Abordar, pues, la problemática del Desarrollo Regional conlleva una discusión de carácter conceptual acerca de los postulados teóricos de los distintos componentes, estructurales y superestructurales, que conforman una región. En tal sentido, nos parece procedente establecer algunos criterios acerca de lo que entendemos por región. Laserna, nos ha dicho que: “entendemos por región una parcialidad territorial componente de un todo más amplia, diferenciada y definida por la naturaleza de las relaciones sociales que contiene”.
Tal definición nos conduce a señalar que si bien una región constituye un área, zona o parte de un universo mayor (la nación), ella tiene o presenta un conjunto de características económicas, políticas, sociales y culturales que nos permiten identificar variables diferenciadoras que le dan particularidad y, a su vez, permiten su estudio en función de establecer las políticas de desarrollo que les sean propias.
Ahora bien, es nuestro criterio que el Desarrollo Regional no puede obedecer a simples estímulos locales. Éste entraña modificaciones estructurales que den viabilidad y lo hagan posible. Por ello no puede obviarse que los planes de desarrollo regional son, en sí mismo, planes para la transformación regional en función, y en un todo de acuerdo, con el desarrollo nacional.
Como hemos dicho, en anteriores oportunidades, entendemos el desarrollo como un proceso -y no como un momento o fase de una formación social determinada- en el cual la interrelación del hombre con su ambiente busca alcanzar el mayor nivel de igualdad a través de una explotación racional del conjunto de recursos (renovables y no renovables) de que dispone o pueda disponer con el fin de lograr el máximo nivel de bienestar social.
Proceso que no puede ser reducido a la creencia de que un simple reordenamiento del espacio físico constituye, en sí mismo, un mecanismo para alcanzar o establecer un proceso equilibrado o armónico; así como tampoco, puede creerse de que la dimensión espacial no constituye más que un soporte, objeto o ámbito del proceso económico, social y político del desarrollo. Porque, el desarrollo regional no es sólo crecimiento económico, el desarrollo regional debe estar al servicio del hombre y no del territorio. En el sentido de que el territorio, en sí mismo, se constituye en un ente abstracto, subjetivo, si lo desligamos del hombre como sujeto y objeto de la sociedad.
Pues bien, pensar el desarrollo regional supone imaginar un proceso planificador que supere el carácter técnico-normativo, con que se le ha concebido hasta ahora. Una nueva visión del desarrollo regional, pensada desde una perspectiva socialista, debe conducirnos a colocar lo social como su tema central.
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