Releo una entrevista
a Umberto Eco realizada en 1995 por Juan Carlos Algañaraz y un
libro de María Zambrano: Persona y Democracia. Ambas
referencias encuadran el antes y el después de la muerte congelada
de Pérez en Miami, la disputa por sus tesoros escondidos, su consagración
“heroica” como símbolo estatuario, regio de los planes de la MUD,
los disparos de salva que lo recibieron en el cementerio del Este (en
La Peste yacen los que él y sus otros demonios masacraron en 1989);
la bandera de siete estrellas; en fin, la materia prima de un artículo
que no sé cómo escribir.
Dice Eco que para escribir
El Nombre de la Rosa primero dibujó el rostro de sus personajes.
Midió distancias hasta calcular metro a metro las habitaciones y los
recintos. Olió los ambientes, transpiró sus humores. Si yo hubiese
asistido al funeral de CAP para ver los rostros y la esfinge de la podredumbre
humana, quizás todavía estuviera padeciendo lo que María Zambrano
denomina la “pesadilla histórica”, para lo cual mi conciencia iba
a reclamarme un sacrificio inmerecido.
Si yo hubiese asistido
quizás ahora estaría mostrando los detalles sin matices (o con ellos,
que no se diferencian de la imagen de CAP y de su “endiosamiento”)
de ese pasaje jurásico insertado a plena luz del día en nuestra vida
por obra y gracia de la mala leche. Habría preguntado por Pastor Heydra
e Ítalo del Valle Allegro, porque me gustaría que hablen sobre Yolimar
Reyes y las fotos de Frasso.
Si yo hubiese infiltrado
ese funeral todavía tendría en mis manos las solapas de Octavio Lepage
como recuerdo de su respuesta sobre la muerte “natural” de Jorge
Rodríguez, a quien por órdenes de él y de su difunto CAP mataron
en un calabozo de la DISIP. Pero me quedé en casa, calculando el tiempo
que falta para el homenaje a Pedro Carmona, prócer de carne y hueso
de la MUD e inspirador de su existencia.
Imperdible: pronosticado por Ernesto Villegas.
fruiztirado@gmail.com