En 1948, se inició la Guerra Fría. La OTAN habría de ser el órgano a partir del cual el bloque capitalista de occidente trazaría sus estrategias para la dominación mundial; mientras que, por su lado, Stalin sovietizaba a Europa, central y oriental, con idéntico propósito.
Quedaba establecido, de tal manera, un nuevo orden internacional, determinado por un nuevo reparto del mundo. Capitalistas y soviéticos comenzaron a trazar sus estrategias, con el objetivo de hacerse de nuevas áreas de influencia política y comercial. Por lo que, la Guerra Fría significó el establecimiento de un mundo bipolar.
Cuarenta años después ese orden internacional colapsó. Para 1989, el mapa político internacional mostraba muy pocas variaciones en su conformación. A finales de ese mismo año, comienzan a producirse cambios que determinaron el fin de la Guerra Fría.
Sin embargo, bajo el derrumbe del orden de Yalta, comienza a surgir un nuevo orden global que no ha eliminado a la guerra como el instrumento fundamental del ejercicio del poder. La desaparición del paradigma Este-Oeste ha coincidido con el surgimiento de profundos antagonismos dentro de los segmentos Norte-Sur y Sur-Sur, cuya manifiesta expresión ha sido, entre otras, las guerras del golfo, las invasiones a Irak, a Afganistán, los conflictos bélicos en los Balcanes, etc.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización de Estados Americanos (OEA), entre otras, son instituciones heredadas (y herederas) de la guerra fría. Ambas nacieron bajo el supuesto propósito de contribuir con el establecimiento de la paz, de la democracia, de la justicia social, en el universo y en el hemisferio. Sin embargo, ambas han contribuido al desarrollo de políticas inspiradas en el uso de la fuerza; por tanto, estimuladoras de conflictos armados.
Es –precisamente- en ese marco que emerge el nuevo orden mundial, caracterizado y determinado por los planes estadounidenses de hegemonizar, a través del establecimiento de un mundo unipolar, el devenir de la sociedad mundial.
En tal sentido, bien vale la pena recordar que, el Presidente de los Estados Unidos George Bush, al inicio de su primer período de gobierno, formulo la llamada “Política de Seguridad Nacional” que incluía entre sus preceptos el concepto de “ataque preventivo”. Política con la cual se ha querido justificar la intervención militar de los Estados Unidos, contra cualquier otro país que represente una amenaza a su seguridad nacional, tales fueron los casos de Afganistán e Irak y, más recientemente, de Libia.
Bajo el prisma de esa visión hegemonizadora y unipolar, el gobierno de los Estados Unidos planteó en la Asamblea General de la OEA, realizada en Guatemala, el año 1999, su visión sobre la “diplomacia preventiva”, con el supuesto objetivo de reforzar la defensa de la democracia, en el hemisferio.
Pretendía el gobierno estadounidense, hacer coincidir la “diplomacia preventiva”, concepto que había sido acogido por la ONU, cuyo sentido no era otro que el de establecer una especie de “alerta temprana para evitar la proliferación de controversias y/o conflictos entre dos o más partes; el cual, en ningún momento sugiere la intervención temprana para anticipar los peligros potenciales o las crisis de carácter doméstico de los Estados; cuya utilidad es, para prevenir situaciones que pongan en peligro la paz mundial y no para garantizar la integridad de un régimen político determinado”, con su doctrina de “ataque preventivo”.
Propuesta a la cual con demasiada claridad se le veía la costura. La intensión no era otra que producir una resolución en la OEA, que sirviera de justificación a las pretensiones del imperio de actuar en contra del Gobierno del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Pretensión que fue rechazada por la gran mayoría de los estados miembros de la organización.
Si algo ha quedado demostrado en los últimos años es la pérdida de vigencia, de los organismos multilaterales generados en el marco de la guerra fría. La ONU y la OEA, se encuentran enmohecidas por sus vetustas imprecisiones conceptuales, sobre el tiempo presente; ambas, presentan un enorme desfase de la realidad sociopolítica del universo. La contribución que han dado para el establecimiento de la paz, en el respeto a la democracia, la justicia y la equidad social, la soberanía y la libre determinación de los pueblos en el universo y en el hemisferio, ha sido escasa y vacilante. Su obsolescencia pone en evidencia su ocaso, como instituciones de integración multilateral. Ocaso que marcha parejo con el derrumbe del “capitalismo salvaje”, para recordar la savia palabra de su Santidad el Papa Juan Pablo II.
(*) Progesor ULA
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