Síndrome mediático del 11-A

De los ímpetus que condujeron al 11 de abril del 2002, queda muy poco. El golpe de ese día no sufrió su definitiva derrota el 13 de abril, cuando el presidente retornó a Miraflores, sino nueve meses después, en febrero de 2003, con el fracaso del sabotaje petrolero. De allí en adelante, la oposición extrema y mediática no atinó a hacer otra cosa que huir hacia adelante, en un rosario de torpezas y reveses. Sin culpa de la estaca, como decía el general Gómez, el sapo se ensartó en la guarimba, los paramilitares y el terrorismo, para terminar ahogado en el referéndum presidencial y las elecciones regionales, sendos eventos en los que el escualidismo irredento fue barrido por el voto popular.

Una frase les quedó a los opositores dando vuelta en la cabeza, como ocurre a los locos que viven repitiendo una fijación: “recalentar la calle, recalentar la calle, recalentar la calle”. Prensa, radio y televisión la repiten, repiten y repiten, con la obstinación melancólica de lo que pudo haber sido y no fue. Es un deseo subconsciente sin asidero en la realidad. Los grandes medios de comunicación, incorregibles e irreflexivos, no desaprovechan ningún acontecimiento para intentar cristalizar la obsesión. Dos canales privados de televisión intentan exaltar la “resistencia” introduciendo metamensajes en el himno nacional. En uno, las cámaras se detienen en la figura vestida de luto de una dama que ondea la bandera nacional. Es el símbolo de la oposición en su mejor y más radical momento, pero también lo es de una derrota y una frustración sin atenuantes y sin consuelo. En la otra planta, entre los monumentos nacionales con que acompañan la letra y música del himno patrio, la cámara baja desde el Ávila y panea sobre la plaza Altamira, un lugar de desafío pero también, otra vez, de incontestable derrota.

Ni la muerte del Papa escapó a la locura de esta gente. La cantidad de feligreses que asistió a las misas celebradas, no por pura coincidencia en iglesias del este, hizo creer a los derrotados de abril que la oposición había resucitado y que marchar sobre Miraflores era cosa de toser y rezar. Un canal, como si Juan Pablo II hubiese sido militante de la guarimba piromaniaca y rochelera, colocó en pantalla el cintillo “Luto activo”. Allí lo mantuvo hasta que alguien de la planta advirtió el ridículo radioeléctrico y el rechazo popular que provocó el uso politiquero de la muerte del pontífice. Sólo entonces cambiaron la consigna de la errática coordinadora democrática por un lazo negro. No se pudo aprovechar el deceso del Papa para revivir mediáticamente a la oposición y, mucho menos, para recalentar la calle.

A tres años del golpe del 11-A, la oposición extrema se niega a aceptar la realidad. Vive de deseos y mundos virtuales. Los medios privados que apostaron fuerte para derrocar al presidente constitucional de la república, Hugo Rafael Chávez Frías, han venido perdiendo en audiencia y circulación, pero se resisten a los hechos. Un diario tabloide de Puerto Escondido –Así es (o era) la Noticia- acaba de anunciar su último número, precisamente en abril. Murió. Lo mataron el fanatismo como línea editorial y el amarillismo político como línea informativa. Falleció de falta de credibilidad, una enfermedad letal en el periodismo.

Lo consigna política de “Luto activo” colocada en pantalla ante la muerte de Juan Pablo II, chocó y ofendió a los mismos católicos de la oposición. Fue algo peor que un error. Igual ocurrió con las alusiones políticas que algunos prelados introdujeron durante la eucaristía. La gente no es imbécil. Los medios, en lugar de recalentar la calle, lo que lograron fue calentar contra ellos a un sector de la población ya cansado de que se le utilice. Ese descarado oportunismo religioso y audiovisual terminó por enfriar la convocatoria para marchar con candela y fogatas el 11 de abril. Poco, muy poco han aprendido en los tres años que nos separan del golpe de Estado.

Esta dirigencia se quedó en el 11 de abril de 2002. Se niega a aceptar que después vino un 12 y, sobre todo, un 13 de abril que barrió a la breve y rabiosa dictadura. Sigue allí, catatónica, en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, sin el odiado retrato del Libertador, con un Pedro Carmona de sonrisa congelada en el momento cumbre de su autojuramentación, un tipo leyendo “considerandos” y eliminando poderes e instituciones a diestra y siniestra, y una multitud aplaudiendo histérica y frenética. Esta gente quedó petrificada bajo el paralizante síndrome del 11-A. Nada la saca de allí, de esa pantalla de televisión por la que no pasa el tiempo, ni la historia.




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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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