Hace sesenta años Bogotá. Hace seis Caracas. Chocan dos fuerzas históricas contrarias. Allá triunfó la muerte. Aquí la vida.
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán frustró la esperanza de un cambio democrático a favor de la justicia social en Colombia. La derecha conservadora impuso su régimen de terror y exclusión, vigente hasta nuestros días.
Millones de colombianos han sido víctimas de esa violencia de clases desatada contra los humildes con hambre de redención. Millones de ellos viven hoy en nuestro país. Mezcla de desarraigo forzoso y subsidio venezolano no reconocido a la pobreza generada en la sociedad colombiana.
Desde el asesinato de Sucre para acá, o, tal vez desde el asesinato del comunero Galán, Colombia ha sido un teatro de crímenes de Estado contra todo aquello que abra cauces al establecimiento de un sistema social justo. Nunca la oligarquía permitirá que le quiten uno solo de sus privilegios.
Venezuela es otra cosa. Aquí Zamora se encargó de bajarle el copete a la oligarquía, aquella que sobrevivió a las andanzas bolivarianas. Por eso nuestra Fuerza Armada tiene un fuerte componente popular; no como en esos países estratificados en extremo, como Colombia y los del Cono Sur, que desarrollaron ejércitos de castas al servicio del imperio y las oligarquías.
La expresión más impopular de nuestra Fuerza Armada se remonta a la represión antiguerrillera de los sesenta y a la torpe reacción durante el “Caracazo” en 1989. Pero la revolución iba por dentro y tuvimos aquel glorioso 4 de febrero, impensable en otras geografías políticas del continente.
Abril del 2002 no hizo sino, poner en evidencia la decadente cara fascista de la oposición y el carácter popular de nuestra Fuerza Armada. Pero eso sólo fue posible por la firme e irrenunciable decisión del bravo pueblo bolivariano de defender su soberanía a todo riesgo. Esa derecha racista y apátrida postrada al modelo de dominación imperialista, se manifestó prepotente e impune. Y hoy sigue su propósito reaccionario de devolvernos al pasado.
El pueblo salvó el proceso salvando la vida de Chávez y retornándolo al poder. La institucionalidad democrática que se iniciaba sobre la base de la Constitución de 1999 salió fortalecida y se animó la conciencia revolucionaria.
El líder tomó mayor conciencia de su compromiso de clase. A los meses proclamó el contenido antiimperialista de nuestra revolución, y, más luego, sorteados el referéndum y el paro petrolero, nuestra convicción socialista.
Se profundizó un nuevo esquema de distribución de la renta petrolera, con acento en la irrigación de los sectores excluidos tradicionalmente con los derechos fundamentales a la educación, la salud y la alimentación adecuada.
Gaitán quedó casi en el olvido en la memoria oficial de Colombia. Igual que Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro o Luís Carlos Galán. La bala del sicario ha escrito más historia en Colombia que la pluma de mil historiadores. Pero las condiciones de vida del pueblo se perpetuaron en la miseria heredada.
Hace unos días, unos colombianos conocidos que viven en el municipio Mara del estado Zulia, me comentaban que trajeron a su mamá desde Cartagena para realizarle unos exámenes y tratamientos en los CDI y centros de salud de la zona. Un joven que acompañó a la señora, consiguió cupo para una carrera universitaria y decidió quedarse. Otro hermano suyo pegó en un taller.
Son dos abriles que han marcado la vida de dos países con una historia común. Allá continúa el frío invierno. Aquí se abrió la primavera.
caciquenigale@yahoo.es