Quizá, los historiadores -por razón de ciencia- no han narrado o descrito aún -desde el punto de vista de la historia y no de la política- el significado exacto del 11 y del 13 de abril en su verdadera interrelación dialéctica como dos fenómenos demasiado cercanos en el tiempo, separados sólo por veinticuatro horas. Tal vez, para un político sea fácil su interpretación y su explicación, pero para un historiador, que debe unir y dividir los fenómenos sociales de manera distinta al filósofo, no le resulte tan fácil, por lo menos, la explicación de dos hechos tan vinculantes, donde uno (11 de abril) ha sido común en nuestra historia como golpe de Estado, que le arrebata el gobierno al pueblo, y el otro (13 de abril) como una locura masiva del pueblo, que recupera pacíficamente el gobierno que le habían arrebatado. Eso jamás había acontecido en la historia venezolana, aunque antes en plena Guerra Federal, se produjeron hechos de militares que se alzaron contra los conservadores gritando vivas a los federales pero a las pocas pidieron las cabezas de los federales gritando vivas a los conservadores; o casos como el del coronel León Rodríguez que se sublevó solicitando que formaran gobierno Páez y Falcón en nombre de conservadores y de liberales. Cosas de militares, pero no de civiles del pueblo.
Sin dominar la ciencia política y, mucho menos, la ciencia historia, se me ocurre pensar que el 11 de abril fue una especie de una batalla perdida en una guerra por el pueblo, donde el nuevo gobierno -al estilo Blucher en Waterloo- quiso desaparecer o extinguir todo vestigio del gobierno que derrocaba; reprimir toda voz o toda mano alzada que lo protestara, calcinar todo un sueño en menos tiempo de lo que dura una pesadilla en la cabeza de un orate; borrar del mapa la democracia participativa para que volviera a reinar exclusivamente la representativa excluyente; romper todos los lazos de solidaridad revolucionaria que el gobierno depuesto había tejido con naciones que buscaban aires de hacer valer su soberanía frente al imperialismo estadounidense; dar una lección que la palabra socialismo en boca de un gobernante es un sacrilegio y un desafió insoportables para los amos del capital; que la chusma no tiene ningún derecho a decidir su propio destino; que los cultos tienen la incuestionable potestad de pensar por los de abajo o seres inferiores. Mientras que el 13 de abril fue una especie de una guerra ganada en una batalla por el pueblo, donde su gobierno demostró toda la magnanimidad de que es capaz con el enemigo vencido, perdonó pecados a diestra y siniestra para que los pecadores quedaran libres y volvieran a disfrutar de condiciones para seguir con sus conspiraciones; invocó a los apóstoles del reformismo en vez del Cristo que desenvainó la espada y expulsó a los mercaderes del templo; llamó a la calma y a la reflexión cuando tenía que valerse de las circunstancias para justificar todas las medidas que desarmaran, por lo menos, casi completo a los más acérrimos enemigos del proceso revolucionario; en fin, demostró o dio prueba de toda la generosidad y del humanismo extremo de que es capaz un gobierno con sus bárbaros detractores.
El 11 de abril fue un momento en que se reafirmó el rostro exageradamente violento y de su carácter represivo de una clase y de unos partidos políticos que gobiernan de espalda a su pueblo, para servir exclusivamente a los intereses de la oligarquía capitalista. El 13 de abril fue la evidencia de la otra cara de la moneda, esa que es capaz de poner el otro cachete para que le den otra cachetada, porque no tiene corazón para la venganza ni para execrar a los conspiradores por actos lesivos al pueblo que intentan derrocarle su gobierno.
El 11 de abril fue el típico golpe de Estado que utiliza a una masa de pueblo alabándola hasta que la dirigencia entra triunfante al palacio para decidir, sin la participación de aquella, la conformación del nuevo gobierno y el destino de la nación. Los convidados de piedra quedan fuera de todo diálogo y de toda concertación que se produce entre oligarcas y sus políticos de turno. El 13 de abril fue la típica acción de una masa de pueblo que llega al palacio y hace valer su voz, sus derechos y, además, hizo una demostración de magnanimidad al incluso dejar que muchos de los golpistas tuvieran tiempo de escapar sin que ni siquiera se les tocara la piel ni con un pétalo de rosa.
El 11 de abril, si hacemos alguna analogía con el pasado, recuerda –salvando las diferencias de tiempo- con aquel golpecillo que se materializó contra el presidente Pedro Gual en 1861, que no fue mucho lo que duró. El discurso de los golpistas del 11 de abril no tendría nada que enviarle a aquel que pronunció el coronel Echezuria el amanecer del 29 de agosto de 1861, cuando dijo: “Ciudadanos: la fuerza armada, velando por nuestras libertades y por la salvación de la República, se ha pronunciado al amanecer de este día (29 de agosto) contra el Gobierno del Doctor Pedro Gual. Ello sostiene el orden público y da garantías a todos los ciudadanos, en su nombre, y por la autoridad de que estoy investido, os invito a concurrir a las cuatro de la tarde al edificio de San Francisco, con el objeto de deliberar libremente sobre la situación y resolver la que convenga al país. Venid todos. Yo os ofrezco la más decidida protección. En mi debéis ver sino al defensor de la sociedad y el amigo cordial de todos mis compatriotas.
Ciudadanos: a San Francisco, con la patria en el corazón a ejercer un acto de soberanía popular”. Claro, tendríamos que aclarar que en el día golpecillo del 11 de abril de 2002 no participó la mayoría de la fuerza armada, sino un grupo de altos oficiales, y que no se llamó al pueblo al palacio de Miraflores para decidir quiénes formarían el nuevo gobierno ni nada que ver con el destino del país. Y lo otro necesario de aclarar, es que Julián Castro sólo podría ser comparable a Chávez en que era militar, pero jamás y nunca ni en concepción política ni en concepción ideológica. De esto sabe el pueblo venezolano mucho más que cualquier historiador o cualquiera que opine sobre la materia.
Y en la respuesta dada por Pedro Gual (vicepresidente encargado de la presidencia) unas horas luego de haber estado preso, aunque no igual, hay un elemento fundamental que dijo Chávez a su regreso triunfal, producto del rescate que hizo el pueblo y un numeroso grupo de militares, en la madrugada del 13 de abril de 2002. Copiemos parte del párrafo pronunciado por Gual y hasta un ciego se percatará de lo que le hicieron a él que también hicieron a Chávez: “Venezolanos: un alzamiento de las tropas que guarnecían esta ciudad y pueblos circunvecinos, esta mañana, me han privado criminalmente de una libertad impidiéndome el ejercicio de mis funciones constitucionales. Más no he renunciado, ni renunciaré al cargo que me conferisteis de Vicepresidente de de la República encargado hoy constitucionalmente del poder ejecutivo. Ninguna fuerza ni coacción será bastante a arrancarme este depósito confiado a mi honor y lealtad…”