El vacío espiritual causado por la alienación del trabajo nos ubica ante el dilema de cómo romper con las diferentes estructuras de dominación sobre las cuales se ha sostenido, y se sostiene, desde hace siglos el sistema capitalista.
Esto nos obliga a des-construir los valores (o antivalores) que lo han hecho posible, cuestionándolo desde la raíz misma hasta crear nuevos paradigmas mediante los cuales todos podamos conquistar un grado de felicidad superior a la que se nos ofrece, sin disponer de ella en lo inmediato de un modo permanente y auténtico. En lo que sí no hay dudas es que la liberación económica de todos los seres humanos implicará desplegar un amplio ejercicio colectivo de la democracia, cuyas características principales sean siempre la participación y el protagonismo de las mayorías, de modo que se suscite una verdadera revolución en todo lo que atañe al funcionamiento y la vigencia de la sociedad.
Esto, sin que se imponga una elite burocrática que sustituya y usurpe la soberanía popular, puesto que tal elite tendería a perpetuarse y a defender sus propios intereses, así vocifere que su interés no es particular o egoísta sino colectivo y altruista.
En esta circunstancia histórica, el rol del Estado debe ineludiblemente contrarrestarse, confrontarse y reducirse (mas no al modo como lo plantean los partidarios del neoliberalismo económico), facilitando así los espacios que permitan que esa participación y protagonismo de las mayorías se truequen en hechos constituyentes que den mejores posibilidades de transformar el orden social, político y económico imperante. Así, la clásica estructura jerárquica del Estado, dirigida al control social en manos de una minoría privilegiada, pasa a horizontalizarse, haciéndose menos influyente y neutralizadora la autoridad de su burocracia al pasar la toma de decisiones a manos del pueblo organizado, más allá de lo que pueda significar una consulta electoral o plebiscitaria, instituyéndose -en consecuencia- unas nuevas relaciones de poder.
Ambos elementos deben formar parte esencial de cualquier propósito revolucionario y socialista. En el primero de los casos, la actual confrontación mundial capital-trabajo nos expone la necesidad inmediata de revertir la situación de desigualdad, alienación y plusvalía que identifica al sistema capitalista. En el segundo, una verdadera revolución popular y socialista debe orientarse al logro de la felicidad entre iguales.
Por ello, tal como lo demandó José Carlos Mariátegui, “no queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo americano”. Sin esta convicción de por medio, cualquier experiencia revolucionaria que se suscite en nuestros países repetirá los mismos errores, desviaciones y tergiversaciones que permitieron dar al traste con otras del pasado, allanando el camino para una restauración del viejo orden con nuevos nombres y personajes.
Por consiguiente, el socialismo revolucionario por construirse tiene que trascender el limitado marco de lo local o nacional, empalmándose con las luchas emancipatorias que tienen lugar contra la hegemonía capitalista, de manera que se convierta en guía y foco de atención para todos los pueblos del mundo.-
Maestro ambulante. ¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!! ¡¡Hasta la Victoria siempre!! ¡¡Luchar hasta vencer!!
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