Con esa pregunta se promovía un programa de concursos patrocinado por una empresa gringa dedicada a la fabricación de cauchos o neumáticos para automóviles. Específicamente se llamaba “Monte sus cauchos…..” y se completaba la frase con la marca promotora.
El citado concurso era presentado y hasta animado, porque así era, por el profesor Néstor Luis Negrón y le acompañaba Cecilia Martínez, una conocida figura de la televisión de la época. El presentador hacía gala de una cierta habilidad que consistía en acertar de qué parte del país provenía el participante o su familia. Lo que no era nada difícil para una persona culta y de su edad en aquella época, cuando la distribución poblacional y emigración no habían complicado la genealogía del venezolano. A manera de ejemplo, era poco probable pelarse al afirmar que alguien de apellido Chacón procedía de los andes. Que un Vallejo, Prada, Meaño o Damas tuviesen vínculos con Cumaná
A la pregunta que el profesor Negrón formulaba a Cecilia Martínez, ésta respondía señalando la cantidad existente en aquel momento para premiar al concursante ganador. Pues, después de cada pregunta y de un programa a otro, el fondo aumentaba.
“El pote tiene ahora diez mil bolívares”, respondía Cecilia, acompañándose de una dulce y bella sonrisa.
Conste, que aquella era una muy buena cantidad, sobre todo sabiendo que el dólar se cotizaba a cuatro treinta.
Justamente, cuando Cecilia Sosa Gómez, se aprestaba para concurrir a la Comisión Electoral de la MUD, a inscribirse a participar en la contienda electoral que soñó democrática y popular, tuvo necesidad de hacer un inventario para contar los cobres disponibles, recogidos entre amigos y viejos agradecidos de los tiempos pasados y por los servicios prestados, y constató que no llegaban ni al 25 por ciento de lo que Ramón Guillermo Aveledo, como en la época que manejaba la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, había establecido a ser pagado por cada pre candidato.
Pensó un rato, volvió a contar los reales, determinó cuánto le faltaba y recordó, como buena profesora de derecho, que ya los griegos habían hecho esos eventos totalmente gratuitos y dijo para sus adentros:
¡Ni de vaina, no me inscribo! De hacerlo tendría que pelar por mi chequera personal y con Chávez en el gobierno qué bien sé de allí no va a salir, para mí la masa no esta pa´ bollo y no veo, de seguir en esto, como recuperar mi plata. Mejor, por ahora, dejo el mundo como está y hago lo que otros. Digo, “me retiro y con este sacrificio contribuyo a la unidad”.
Se acordó de una vieja canción de despecho y tarareó:
“¡Con qué te vendes eh!
Noticia grata.
Espero que te pongas más barata.
Sé qué algún día bajarás de precio.”
Eso sí señores – continuó hablando a solas – les diré con pose de orgullosa, quién de ustedes gane deberá recompensar mi desprendimiento.
Justamente cuando acababa de decirse estas últimas palabras, su jefe de campaña, quién desde cierta distancia la observaba y esperaba por la salida triunfante, mientras ella contaba los cobres, emocionado, a aquella dama todavía agraciada y fina, gritó con desplante:
“Cecilia, cuánto tiene el pote”.
La antigua magistrada, acostumbrada a la solemnidad y no perder armonía, organizó la paca que pese a todo era grande, pues había mucho billete del pequeño, la introdujo en su bolso, levantó rostro, cansado cuerpo todo y le dijo dulcemente, armoniosamente:
Pensándolo bien, no vamos a gastar estos reales para perder y de paso de una vez quedar por fuera. Dejemos la cosa como está y ganemos retirándonos, no hay mal que por bien no venga; más de uno vendrá a nosotros y entonces diremos, como Chávez, repitiendo a los orientales:
¡Venga a mí que tengo flor!
Y sugeriré con mi habitual dulzura, ¿Cuánto hay pá eso?
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