Al feminista que no es socialista le falta estrategia, al socialista que no es feminista le falta amplitud
El Gran polo patriótico, podría definirse como el necesario espacio de confluencia y articulación de todas las organizaciones políticas y movimientos sociales que apoyan al gobierno bolivariano, conscientes de que la continuidad del proyecto político enrumbado hacia el socialismo depende de la reelección del comandante Hugo Chávez. Sin embargo, cuando recordamos lo que costó aglutinar a los varios partidos políticos identificados con el proceso bolivariano en el Psuv, y sobre todo al observar como evolucionó la configuración de los partidos, nos damos cuenta de la magnitud del desafío que significa aglutinar en una sola gran organización, a partidos y movimientos.
La diferencia fundamental entre ambas formas de organización sociopolítica, viene dada por la lógica de la lucha, donde en el partido está centrada en alcanzar el poder, lo que es decir en ganar elecciones, y en el movimiento social está centrada en la lucha por una reivindicación particular, por ejemplo la lucha de los campesinos por la tierra, la de las feministas contra la discriminación de género, o la del movimiento de pobladores por una vivienda digna y popular. Una visión simplista, plantearía que los movimientos sociales deben “acompañar” al partido político, quien a fin de cuentas es el que dispone de la maquinaria que gana las elecciones, y que argumentar la importancia de los movimientos sociales o equipararlos al gran partido equivale a fragmentar la lucha en la medida que son movimientos diversos con diversas banderas de lucha, lo cual resultaría suicida de cara a cualquier evento electoral.
Sobre este importante aspecto de la conformación del GPP, la tesis 11 del libro 20 tesis de política, de Enrique Dussel, hace un aporte que conviene tomar en cuenta.
Si seguimos la idea planteada arriba en el epígrafe, tendríamos la fórmula para la conformación del GPP. Una feminista puede tener serias diferencias con la estructura organizativa del gran partido político, y podría albergar diferencias que la inducirían a cometer el error de absolutizar su lucha, una lucha que es una reivindicación particular frente a la pragmática partidista de sumar votos para alcanzar una posición de poder que permitiría avanzar hacia un socialismo que, como debe estar lejos de las experiencias del “socialismo real”, se encuentra en discusión, en construcción. Por su parte, el militante del partido, que puede definirse como marxista crítico, bolivariano o humanista, puede considerar legítima la lucha feminista, siempre que no sea, por supuesto, machista. Pero incluso no siendo machista (y el machista puede ser hombre o mujer), podría, de la manera más natural, considerar la reivindicación de la mujer como algo que se logrará al arribar al socialismo, y para eso es necesario que la feminista forme parte de la maquinaria y mas nada.
Es así como la situación que se presenta es una tensión entre lo que Ernesto Laclau denomina la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Surge acá un problema político, o más bien un desafío, político, cuando se advierte que hay tantos movimientos como reivindicaciones particulares, “diferenciales”, que en un principio parecen oponerse. Dussel se pregunta en la onceava tesis “¿Cómo puede pasarse de una reivindicación particular a una reivindicación hegemónica que pueda unificar a todos los movimientos sociales de un país en un momento dado? Es toda la cuestión del pasaje de particularidades diferenciales a una universalidad que las englobe” (Dussel, 2008). En esta parte de su explicación, el autor cita la obra La razón populista, de Ernesto Laclau, donde este explica con detalle cómo se realiza ese tránsito hacia lo que Dussel llama el “unívoco equivalencial”, y que da cuenta del proceso en el que las “demandas democráticas”, aisladas, particulares, se transforman en “demandas populares”, articuladas hegemónicamente a partir de la lógica de la equivalencia.
De tal manera, se hace necesario encontrar las equivalencias a través de un arduo proceso político de intercambio y discusión. Laclau, en el capítulo de la obra citada “La construcción del pueblo”, parece definir al Gran Polo Patriótico cuando establece las tres dimensiones estructurales de ese tránsito hacia lo que nosotros podemos llamar “Hegemonía popular revolucionaria”:
- La unificación de una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial;
- La constitución de una frontera que divide a la sociedad en dos campos;
- La consolidación de la cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales.
La tesis 11 de Dussel constituye así, un diálogo con la mencionada obra de Ernesto Laclau, aunque en su planteamiento de la conformación del “hegemón analógico” ―otra forma de mencionar al GPP― añada también la propuesta de Boaventura de Sousa Santos, quien piensa sobre el tema de la unificación de los movimientos, que cada reivindicación debe entrar en un proceso de diálogo y de traducción, con el objeto de lograr un entendimiento que sin embargo nunca llega a ser el de una universalidad englobante. Dice Dussel que un ejemplo de demanda universal y universalizante de las demandas particulares, fue “la libertad”, en el marco de la lucha por la emancipación de España en 1810. La “libertad”, en ese contexto cobró una primacía indiscutible que tendría la capacidad de unificar a todos los grupos del “bloque patriótico” latinoamericano.
Si en 1810 existía esa demanda universal de “libertad”, de lucha contra la monarquía (poder de uno) y los privilegios aristocráticos (nobleza de sangre) 200 años después, diría que existen demandas más apremiantes y con igual o mayor poder aglutinador: la demanda de liberación de las distintas opresiones inherentes a la modernidad capitalista de los 500 años, donde la mujer feminista toma conciencia de que si esta es afrodescendiente o indígena, obrera o de diferente orientación sexual, sufre mayor discriminación aún. Surgen así las analogías, las equivalencias entre los distintos movimientos que se reconocen antagónicos de un enemigo común, y que son agrupados por una “expresión simbólica positiva” (Laclau, 2005), que ya ustedes saben quién es.
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