Si algún daño ha producido el discurso neoliberal, alta y mediáticamente potenciado durante los últimos 30 años, es que logró borrar del imaginario colectivo la ventaja que significa para el "buen vivir" la organización social. En la sociedad venezolana, y en diferentes momentos históricos surgieron las organizaciones de base, yendo desde las sociedades de ayuda mutua, o montepío, en el siglo XIX, hasta las combativas juntas pro mejoras de los barrios caraqueños en la década de los 60 del siglo pasado.
Es por ello, quizás, que todavía grandes porciones de ciudadanos/as no sienten motivación para la participación organizada, incluso ni aquellos/as que epasmódicamente atienden a los llamados que en ese sentido hace el Psuv. No está fuertemente internalizado en sus psiquis que la única manera de alcanzar una vida digna y de igualdad de condiciones y de oportunidades para todos y todas en nuestro país, es encontrándose entre iguales y socializando las experiencias de lucha. Aunque ello parece ser así fundamentalmente en las grandes ciudades venezolanas, donde aún el discurso mediático capitalista y neoliberal del “vive y deja morir” encuentra eco.
Tal vez uno de los factores que inciden en este lento avance de la cultura, y a la vez valor revolucionario y socialista, de la organización social, así como de su valorización por parte de la ciudadanía, es que muchos de las conquistas en materia de derechos humanos alcanzados en esta década larga en Venezuela 1999-2011, han sido producto, más que del accionar organizado y combativo de los sectores sociales más desfavorecidos por la injusta distribución de la riqueza, de decisiones desde arriba, lo que en sí no es malo pero mejor aún si es acompañado del “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”, es decir en la lucha y movilización permanente a nivel popular.
Posiblemente una excepción en esta situación la representen actualmente los campesinos venezolanos, quienes sí han dejado en décadas, e inclusive en el marco de la revolución bolivariana, una importante cuota de sacrificio, reflejada en los asesinatos de centenares de dirigentes campesinos a manos de sicarios contratados por los terratenientes, por defender su consigna de "la tierra es de quien la trabaja".
No hay, pues, mejor aprendizaje social que el que se logra en colectivo. Y donde cada conquista política, social o económica hermanada desde el “nosotros" y en la lucha cotidiana y solidaria, a la vez que va construyendo un verdadero sentido común de vida, por su carácter emancipador y liberador, dialécticamente lo va reforzando en una dinámica de causa y efecto.
Hoy, ese tejido social que viene recuperándose, que puja por renacer, atendiendo al llamado de su máximo liderazgo, sufre los embates “gatopardianos” (cambiar para que no cambie nada), de ese otro tejido constituido también desde arriba, desde el poder del Estado, y a espaldas incluso de las mejores voluntades y la mejor buena fe de ese liderazgo. Se trata de un tejido fáctico o delincuencial, constituido por la red clientelar, la red burocrática y la red de corrupción pública.
¿No será hora de golpear duramente a este peligroso tejido, hijo de capitalismo depredador e inhumano?
*Integrante de la coordinación nacional del Movimiento Social de Medios Alternativos y Comunitarios (MoMAC)
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