Hay quehaceres que exigen una reciedumbre moral deslumbrante, una fibra espiritual invulnerable y una robustez emocional maciza, como la de los que atienden los servicios de reclamos, los vendedores de prodigios o de enciclopedias. Tal vez alguien los puso allí como una condena o tal vez ellos escogieron esa misión por mera entrega a la humanidad.
Pero mayor deslumbramiento me causan algunos periodistas y políticos de oposición. Les confían un mandado que cumplen subordinados, sin repliegues ni melindres y, sobre todo —es lo que más me admira—, «en los espasmos de una pasión terrible». Uno los ve o los lee y se les aprecia por encima aquella efusión gozosa de meter embustes y luego descontrolarse cuando se les demuestra que han mentido. Curioso, porque he contratado plomeros, mecánicos, albañiles, médicos, etc., y jamás les he visto tales convulsiones en el ejercicio de su profesión. Más bien hallo serenidad, compostura, honestidad, pero nunca este arrojo esplendente.
Pienso, por ejemplo, en aquellos a quienes se ha ordenado, contra pago puntual en dólares, eso que ellos en su lenguaje tan aseado llaman «calentar la calle». Este mismo año, porque tienen que salir de Hugo Chávez antes de que termine de tejerles la telaraña internacional que ya reluce. Luis Rivero Badaracco conjetura la escena: los doctos dirigentes de la oposición reunidos, los que han dirigido gloriosas batallas como El Golpe de Abril, El Paro Patronal y El Sabotaje Petrolero, La Guarimba, Los Hazañosos Paramilitares, La Resistencia Heroica de Ortega y Esther en los bingos de Caracas, La Épica Resistencia al Régimen en Hoteles Cinco Estrellas, etc. Pasan revista a los despojos que les quedan. Todo menguado: escasos militares, desacreditados medios, chiquilicuatros insuficientes para sacarlos a la calle, meritocracia petrolera desbandada, empresarios haciendo negocios con el gobierno, en fin...
Algún memorioso recuerda de repente que aún tienen las universidades autónomas y la educación privada. ¡Bingo! Por ahí sale la campaña de rumores intrépidamente propalados por los medios de comunicación, así: mujeres, sinceras o comisionadas, llaman a los programas de opinión, ansiosas porque les van a quitar los niños.
Otrosí manifiestan en favor de algunos periodistas y de otros delincuentes que dieron golpes, asolaron el país, etc., y no convocan sino los trescientos loquitos que les van quedando. A unos kilómetros de allí los bolivarianos desbordan las calles en marchas tumultuarias. Me llega a pasar algo así y me declaro en depresión terminal.
Estos no.
Mientras más ridículo hacen, más se desatan en una conducta volcánica. Su soflama es inversamente proporcional a su poder de convocatoria. Tal vez piensan que bramando más fuerte lograrán congregar más gente. Bueno, es solo una idea.
Me enternecieron cuando Chávez divulgó que se había reunido con Gustavo Cisneros. Al día siguiente los sabios analistas, excluidos de esa reunión, inflamados de celos por El Adelantado, declararon cada uno una versión más disparatada que la otra: Chávez le suplicó a Cisneros que aceptara la Vicepresidencia, para así renunciar y que entonces quedara el empresario a cargo de la Presidencia, a cambio de que Cisneros eximiese a Chávez de ir a tribunales. Esa fue la versión más aparatosa, ya no recuerdo de quién porque esos personajes tienen el atractivo paradójico de ser rápidamente olvidables. Otro, un empresario de medios, rival y dolido, dijo que había sido una reunión «clandestina».
Sufren las derrotas más catastróficas de la historia de Venezuela y siguen encarnizados en el mandado que ya Washington dicta profusa y abiertamente: «Vamos a ayudar a la oposición venezolana con dólares y prescripciones precisas».
El empecinamiento en el mismo guion los delata, el Plan A: mentir, mentir y mentir para aterrorizar a la parte más idiota de la clase media y sus alrededores, lanzarla a la calle como carne de cañón, como el 11 de Abril, telón de fondo para pronunciamientos militares o tal vez invasión directa en medio de un apagón mediático. Suben los créditos de la película. El mismo libreto de 2001. No tienen Plan B. Son como las computadoras, que repiten obstinadamente la misma secuencia y si nadie las detiene, continúan infinitamente hasta que se va la luz o se dañan. Estos son peores, porque están hechos a prueba de apagones y de daños del equipo.
Ese no detenerse a volver a estudiar la ruta obviamente equivocada es lo que me tiene convencido de que se trata de un récipe de Washington, el mismo que han aplicado en la antigua Unión Soviética. Claro, como allá, salvo en Bielorrusia, les ha funcionado, se obstinan en aplicarlo aquí con disciplina burocrática. ¿No te pareció raro que durante la «Revolución Naranja» de Ucrania no nos enviaran ninguna información del bando contrario? Estos traviesos chicos se viven al Imperio siguiendo sus instrucciones sin enmiendas. «Estos gringos sí son pendejos», deben decirse contando los billetes verdes.
Por eso celebro a las personas dispuestas a dar la cara por este papelón, a deshonrarse públicamente para nada, pero con tanta saña. Intelectuales excelsos aclamando eufóricos a Carlos Ortega; columnistas de fama bien ganada durante años haciendo el ridículo diciendo que se avecina la cubanización de la educación: van a poner un uniforme de camisa y boina rojas a todos los escolares, incluidos los de planteles privados; vendrán supervisores cubanos a verificar si se está ideologizando convenientemente a los escolares; están por aprobar una ley que otorga al Estado el 50% de la patria potestad y demás afirmaciones, como ves, propias de una inteligencia superior. Solo queda el chiste como respuesta: ¿cuál mitad de patria potestad? ¿La mitad superior o la mitad inferior de los infantes? Los padres con hijos abandonados encontrarán una coartada. Otros piden retroactivo por los años cumplidos criando muchachos, años antes de la confiscación.
Sorprende, a mí al menos, que no les da vergüenza. Sé que les pagan, pero ¿cuánto? No es tanto, porque uno no los ve en yates ni en otros consumos conspicuos, en aquellos apartamenticos y algún restaurante lujoso de vez en vez, convidados por un rico, de modo que por ahí no va la procesión, porque no puedo creer tanta abyección, que por un puñado de dólares estén dispuestos a pisotear su honra en plena calle. Tienen que estar inspirados por una ética tan alta que no la comprendemos. Cosas de dioses, quién sabe. ¿O será masoquismo? Lo peor es que si llegan a ganar, no será por ellos sino por intervención del Imperio y su deshonra será aún mayor.
Esas escenas me dan náuseas y por eso sugiero que tal vez la ética no sea una rama de la filosofía sino de la gastroenterología, porque de arcada en arcada me he ido portando bastante bien. A mí me daría una vergüenza horrible que me vieran entrar en un restaurante, un cine, una plaza, y oyera un cuchicheo cómplice entre codazos: «Ese fue el que grabó el texto del video trucado de Llaguno» o «mira, mira: ahí va el que una semana dice blanco y la siguiente negro» o «no te pierdas a ese: fue el que se puso a hablar mal del gobierno por orden del director del periódico y luego lo despidieron»; «cáete patrás que ese que acaba de entrar es el que el 12 de Abril llamaba a la gente a denunciar chavistas»; «uf, acaba de llegar la que escribió un libro para probar que a Montesinos lo trajo Chávez y luego se demostró que lo trajo gente vinculada con Carlos Andrés Pérez»; «esa que va ahí le escribió un libro de loas a Chávez y luego dijo que mejor nos invadieran los gringos antes que tener a Chávez en Miraflores»; «mira con disimulo al que viene ahí: tiene, por eso no llora, de plomo la calavera».
Me llega a pasar algo así y me retiro al Monte Athos, a un monasterio del Tíbet, a una montaña que quede más allá de los océanos, allende las cordilleras y los llanos y los lagos y los ríos y los cráteres más improbables para allí morirme de la vergüenza. Pero estos no, estos mientras más se enlodan, más orondos lucen. Y no me diga usted los que ganaron sus glorias en la izquierda y ahora perseveran en la «ultraderecha recalcitrante, ultramontana y repugnante», como la califica Henry Ramos Allup.
Empleo la poderosa metáfora de Lorca sobre las calaveras de plomo para expresar mi subyugada admiración por estos campeadores de la vergüenza pública. Muchos bolivarianos los acusan de abyección, de miseria humana y les endilgan calificativos poco higiénicos.
Yo no.
Muy al contrario, invoco extasiado al Dios Mirífico de las Palabras para que me dé el aliento indeclinable que requiero para declamar a estas almas. Ellas solo merecen el loor, la gloria, el canto eterno de las esferas, desfiles de elefantes, monumentos resplandecientes, poemas épicos en octavas reales, Décimas Sinfonías de Beethoven, coros wagnerianos y la recia voz del Divino Rubén, pues ya viene el cortejo, ya viene el cortejo, ya suenan los claros clarines de estos héroes inmarcesibles de la catástrofe.