Encontrar un equilibrio entre la facticidad del pensamiento democrático supone una revalorización de los nuevos sujetos democráticos conocidos como nuevos movimientos sociales, el manejo del conflicto aporético entre diálogo y confrontación y el derecho a la resistencia, entre lo constituyente y lo constituido que, aunque extrajurídico, se abre como una posibilidad para la apertura de nuevos espacios públicos.
Es necesario el acorralamiento del poder tradicional conservador -el enquistado en el Estado burocrático y la vida cotidiana de las masas silenciosas, hasta su desmoronamiento- por parte de las esferas públicas surgidas de los nuevos mundos, de vida a favor de una ciudadanía otra: La única manera de que el poder político no degenere en burocracia, fuerza o violencia es que únicamente sea utilizable para mantener la praxis de la que ha surgido, del revuelo revolucionario, del espacio público político construido por la revolución bolivariana.
Desde esta posición, se apuesta a que lo político tenga algo más que un destino triste, pues su futuro estaría sujeto al reservorio ilustrado de la herencia crítica de la Modernidad, aunque en clara ruptura con la razón instrumental y las nuevas formas deificadas de la democracia mediática. La refundación de los referentes concebidos desde la nueva subjetividad del poder constituyente, revolucionario, permitirían pensar la política, pensar el Estado y hasta pensar el mercado y la sociedad, desde un cuerpo de problemas comunes a otra civilidad, a lo social, que estarían cruzados por la necesidad democrática de la creación de una voluntad ética-política.
Se trata, entonces, de repensar una comunidad que funde su devenir en postulados posnacionales, en la diversidad y el disenso, en una nueva generación de valores que haga la diferencia entre principio y práctica constituyente y puede volcar el estado de cosas a la arena de la construcción del ciudadano otro y a la profundización de la ética como ejercicio inacabado de la libertad (Foucault). Así, el resurgir de la política sería la utopía de la densificación del ciudadano. Retomar y fundar esta utopía es una titánica tarea, pues involucra saltar la democracia vacía o democracia de los procedimientos hacia una democracia real, romper con el cínismo procedimental que entiende a la democracia como práctica puramente burocrática. Sería la radicalización del discurso de lo político.
Ahora bien, esta postura debe tomar en cuenta los cambios en la naturaleza de la sociedad y el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad del control. Sobre este paso Deleuze plantea un cambio de discusión, o en otros términos, cambiar de registro y analizar a las sociedades desde el modelo civilizatorio de la cultura dominante, que no es exactamente el modelo institucional disciplinario. Adentrarse en el nuevo papel del dominio mismo en lo que se denomina nuevas configuraciones de sentido.
En efecto, para Deleuze, al hablar del control hay que remitirse a las nuevas subjetividades contenidas en estos procesos y a las colectividades de sentido que se configuran, asegurándose nuevos espacios, aún no imaginados, más allá de la red institucional existente, desplazando la formas deconstrucción de pensamiento tradicional, y recreando lo social desde la trilogía pensar-crear-resistir. Hoy, al referirse a las actuales esferas de dominio en donde no será posible seguir afirmando la democracia como un juego de representación de mayorías y minorías.
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