Sobre el papel de los medios de comunicación en la sociedad, no son pocas
las controversias que se han generado en los últimos años. De calificarlos
como simples herramientas o canales de comunicación, se ha arribado a la
definición de cuarto poder, que incluye la influencia de los mismos en la
conciencia ciudadana, la capacidad para generar riqueza mediante el impulso
de marcas y la fuerza política que otorga a sus propietarios.
Es a este último aspecto (la fuerza política de los medios) al que quisiera
referirme en esta oportunidad, partiendo de la realidad vivida en Venezuela,
donde prácticamente hemos estado inmersos en un laboratorio mediático.
No creo que alguien ponga en duda la tesis de que los dueños de los medios
de comunicación venezolanos forman parte de la contienda política y usan los
mismos como herramienta de lucha y presión; sin embargo, lo que no ha sido
determinado, por lo menos científicamente, es el impacto que las victorias o
las derrotas políticas han ocasionado a los medios.
La historia tiene miles de ejemplos de cómo hombres, sociedades e
instituciones se han agigantado o han sido relegados a posiciones
secundarias como consecuencia de las victorias o derrotas obtenidas en el
plano político; pero los medios en todos los casos actuaron como
herramientas y no como protagonistas, de manera que las consecuencias
siempre recayeron sobre los actores principales.
El diario chileno El Mercurio es quizás uno de los mejores ejemplos de
protagonismo político, ya que en buena parte fue responsable del golpe de
estado que llevó al gorila Pinochet al poder; pero las consecuencias deben
haber sido mínimas, dado el hecho que lograron su objetivo y se alzaron con
la victoria.
Diferente es el caso de Venezuela donde los medios han resultado derrotados
y donde bien vale la pena evaluar más allá del impacto económico, las
consecuencias de sus errores.
Pocos medios de comunicación han desempeñado en el escenario político, el
papel de los medios venezolanos. Hoy cuando se conmemoran tres años de
aquellos sucesos de abril que costaron la vida a varias decenas de
compatriotas, donde resultaron heridos varias centenas de ellos y que
sumergieron al país en una profunda crisis política y económica, bien vale
la pena intentar definir cual fue el papel de los medios y cuales pudieran
ser sus consecuencias actuales y futuras.
Cuatro fueron los roles jugados por los medios de comunicación, dentro del
plan destinado a derrocar el gobierno de Hugo Chávez y a instaurar una
dictadura.
Ellos actuaron como los agitadores que caldearon los ánimos y promovieron,
cual producto cualquiera, las acciones destinadas a crear las condiciones de
conflictividad, odio y violencia en una buena parte de la sociedad
venezolana.
El rol de verdugo fue quizás el más triste de los desempeñados en aquellos
días. Evidentemente complotados con poderosos factores económicos asumieron
la responsabilidad de “fabricar” las pruebas que comprometerían al gobierno
en el asesinato de decenas de venezolanos. Nadie podrá olvidar como filmaron
a unos ciudadanos que se enfrentaban a la Policía Metropolitana y los
mostraron como los asesinos de los manifestantes, a pesar de que la marcha
sobre la que afirmaron que disparaban nunca llegó a ese sitio.
También asumieron el papel de represores durante la breve dictadura. Al más
puro estilo del viejo oeste norteamericano se vio a los reporteros de los
canales de televisión, pidiendo ayuda para capturar a los funcionarios del
gobierno caído. Con asombro vimos a periodistas inducir respuestas que
justificaran la represión contra gobernadores que se negaban a reconocer el
dictador.
El de censores fue otro de los papeles por ellos desempeñados. No es la
primera vez que en el mundo, los medios se imponen censura, pero nunca antes
se había visto una censura colectiva y autoimpuesta.
Increible resultó para el mundo y los venezolanos que mientras que en las
calles corría la sangre producto de la lucha que un pueblo libraba por
retornar a la democracia; los medios de comunicación guardaban silencio
absoluto y transmitían música, comiquitas y beisbol. A ningún canal, emisora
o periódico se le ocurrió cuestionar el asedio al cual fue sometida la
embajada de Cuba por casi cinco días.
Todas esas actitudes fueron asumidas por los medios privados, sus dueños y
reporteros; en una acción que no tiene precedentes en la historia de la
humanidad; pero fueron derrotados por un pueblo que ha crecido un mundo en
lo que a conciencia política se refiere.
¿Cuáles son las consecuencias de estas derrotas para los medios y para la
comunicación social en general? No creo que sea yo el llamado a dar la
respuesta a esta interrogante, pero permítanme una afirmación:
En credibilidad, circulación, audiencia y poder de influencia deben haber
perdido una millonada.