La solución de ese problema no está reservado a ningún régimen, ni su confrontación tiene porqué atribuírsele a ninguno de los sistemas económicos hasta ahora conocidos. El desequilibrio económico está inscrito en la propia dinámica del ser humano, del trabajador y su desarrollo durante su trabajo.
De entrada, decimos que cualquier Tratado sobre Economía debe centrarse en las provisiones para conservar el “desequilibrio económico”, y no en evitarlo. Ciertamente, el desequilibrio económico aflora por primera vez en el sistema capitalista porque hasta entonces ni los costos de producción ni la contabilidad burguesa conocieron los cargos por concepto de “depreciaciones” ni de plantillas de asalariados. Los esclavos operaban y sus amos daban cuenta de su producción. Los siervos sembraban y cosechaban en tierras ajenas y muy poco necesitaban del intercambio mercantil. El comercio se limitaba al trueque y a las compra-ventas en ferias estacionales.
Sin embargo, si usted consulta los textos de Economía burguesa, todos ellos se plantean el equilibrio del mercado como el meollo de la ciencia económica. Cómo lograrlo ha ocupado la mente de numerosos Economistas. Todos ellos comienzan por reconocer la inconstancia de los gastos de inversión representados por los bienes duraderos o medios de producción como máquinas, herramientas, y afines, sobre la base de que los montos de las reposiciones varían permanentemente con arreglo a vida útil de unos medios más duraderos que otros, lo que obviamente provoca sobreinversiones o sobreempleos periódicos alternados con desempleos no menos cíclicos.
En esa literatura no se menciona la inversión por concepto de mano de obra como factor de desequilibrio, sino como víctima del mismo, razón por la cual jamás se hallará en aquella un hilo conductor que le guíe hacia el equilibrio en su mercado monetario. Es común en toda esa literatura hablar de escasez en un mercado que de partida produce sobrantes en unas ramas, y faltantes en otras, pero no porque el mercado así se lo imponga a la producción, sino todo lo contrario.
Esa literatura identifica la escasez, o el desequilibrio cuantitativo entre la oferta y la demanda, como una característica de la desarmonía natural que presenta la combinación entre medios de producción, y entre estos y la mano de obra empleada. Hay densos tratados sobre la contrata laboral, sobre la moderna tecnología con sus innovaciones y métodos organizativos destinados al logro de una combinación entre los factores de la producción que garantizarían un mínimo de faltantes o de sobrantes en tales o cuales materiales, tales o cuales técnicos, tales o cuales máquinas y edificaciones, a fin de lograrse un máximo de ganancias y un mínimo de despilfarros.
Por su parte, la literatura alterna, la marxista, se nos presenta como antagónica frente a los intereses de la burguesía, razón por la cual jamás se podrá esperar de los economistas apologistas del sistema capitalista otra cosa que nuevos ensayos tendentes al reciclaje de la misma “problemática mercantil” aunque elevada a nuevos peldaños de conflictividad e inestabilidad económicas.
De resultas, todos esos consejos, tanto marxistas como capitalistas, han resultado de baja eficacia, las crisis sobrevienen y cada vez lo hacen con mayor intensidad. En tal sentido, podemos afirmar que de muy poco ha servido toda esa rimbombante y pletórica teoría Económica burguesa y antiburguesa. Nuestra Universidades menos ortodoxas debería limpiar sus existencias bibliográficas de una literatura que nos presenta el problema del desequilibrio económico como ajeno al proceso de producción, es atribuido al mercado y no a la verdadera causa, sobre la cual pasamos a presentar nuestras primeras consideraciones.
Este es el caso: Los trabajadores burgueses y sus familias son una variable cuyo desarrollo es inevitablemente ilimitado. Cuando Marx habló del desarrollo de las fuerzas productivas que probablemente darían cuenta de las desigualdades sociales, lo hizo sobre esa base. Brevemente, esto significa que ningún salario, por elevado que luzca, podrá satisfacer 100% las necesidades del trabajador durante mucho tiempo, habida cuenta de que a mayor confort de la familia, mayor nivel de exigencias, de necesidades y de su correspondiente cobertura con bienes de mejor calidad en el menor de los casos. Mejor calidad significa mayor costo de producción, y esto traduce mayores precios, menor poder de compra y nuevos desequilibrios salariales.
Eso explicaría porqué los empresarios procuran congelar los salarios a corto, mediano ya hasta largo plazos. Los contratos colectivos a 1 año, 2 años o más, evitarían las reprogramaciones de inversiones de capital. La mayor durabilidad de las nuevas máquinas persigue lo mismo, y con lo cual la contrata laboral y el empleo de medios de producción tiende a estancarse a la par de que el empresario acumula sin cesar.
Pero, además, recordemos que, bajo régimen burgués, todos los medios de producción son cargados al costo de producción, y de este se derivan los precios de venta al público. Los precios no se forman en el mercado, salen de las fábricas y en este sólo se realizan. Salvedad hecha de las materias primas, el resto de esos medios son gastos del inversionista, representan las condiciones de producción que otrora le fueron arrebatados a los campesinos productores y artesanos de la Alta Edad Media. Como tales, esos costos de inversión asimilados al costo de producción, al precio de venta, agregan dosis de “normalidad” para que el mercado se mantenga desequilibrado puesto que los consumidores terminan dedicando buen parte de sus salarios a la “compra” de unas inversiones que no les pertenecen. De esta manera las rentas del trabajador sufren constantes mermas en su poder adquisitivo, y lo cual es otra manifestación de desequilibrio estructural.
Con trabajadores cuya fuerza de trabajo, si bien es cada vez más productiva, se encarece con nuevas necesidades, los patronos deben reprogramar automáticamente y cada año nuevas inversiones por tal concepto sin esperar mayores y puntuales reclamos de parte de sus trabajadores. De esta manera ese patrono justificaría sus mayores exigencias de productividad, el encarecimiento de sus mercancías. El problema del desequilibrio desaparecería como si se tratara de nuevas contrataciones o aumentos del empleo. Por supuesto, mejores salarios con mayor calidad en bienes implican mayores exigencias de capital, este dejaría de estancarse, no habría presiones para darle empleo a la plusvalía acumulada, los conflictos laborales se minimizarían, y ya sólo quedaría el problema de la baja de la tasa de ganancia que, por lo demás, tampoco es un problema, sino una característica de un sistema que crea riqueza gratuita a favor de una clase que la usa más para seguir acumulando que para satisfacer las inevitables y crecientes exigencias salariales de una mano de obra en constante desarrollo personal y familiar.
[i] http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com