El advenimiento del siglo XXI se presentó al mundo, sobre todo para América Latina, lleno de incertidumbres. En nuestro hemisferio se habían ensayado las más diversas formas y modalidades de desarrollo. Sin embargo, el horizonte cada vez nos era más sombrío. Ni siquiera los grises, descritos por Hegel en su “Búho de Minerva”, eran visibles para quienes guiaban los destinos de nuestras patrias.
Once años después, no podemos decir lo mismo. Nuestras incertidumbres se han ido despejando, el horizonte se nos presenta con mayor claridad. Nos apareció la luz en el túnel.
América Latina se nos presenta hoy como el continente con mayores potencialidades económicas, políticas y sociales. Ello no es un falso estímulo para darnos fuerza, ante los déficits que aun tenemos. Por el contrario, se trata de reconocer nuestras potencialidades con el objetivo de diseñar el modelo de desarrollo que nos conduzca a alcanzar la felicidad de nuestros pueblos.
Por mucho que se nos quiso imponer el modelo neoliberal, como modelo único de desarrollo, los latinoamericanos hemos venido desmintiendo y desmontando tal pretensión. De manera contraria a como ha ocurrido en otras latitudes donde el neoliberalismo se instauró como modelo único, América Latina le ha demostrado al mundo que es posible establecer modelos de desarrollo distintos al neoliberal. Durante estos primeros años del siglo XXI, los latinoamericanos hemos demostrado que es posible vivir mejor, que es posible alcanzar grandes transformaciones que trasciendan, no solo al modelo neoliberal, sino al capitalismo como sistema mundo; así como también, que no signifiquen el retorno a las experiencias del llamado socialismo del siglo XX o socialismo real. El fracaso de ambos sistemas está suficientemente demostrado.
La América Latina de estos últimos once años es otra. Transitamos hacia el establecimiento de modelos de producción económica propios; a la democracia le asignamos un carácter multidimensional, le asignamos un valor que trasciende el marco político, como su única esfera de acción; en Latinoamérica le estamos dando a los movimientos sociales, un mayor protagonismo; acudimos -de tal manera- a un renacer, a una revitalización, a un redimensionamiento del rol que le corresponde jugar a los ciudadanos en la construcción de una nueva sociedad.
Y, todo ello está siendo posible porque en América Latina se ha venido librando un intenso y profundo debate en torno del neoliberalismo y el pos neoliberalismo. Debate que ha trascendido el escenario académico, haciéndose presente en los más diversos sectores de la sociedad; lo cual, a nuestro modo de ver, constituye un rasgo muy particular de nuestra América, lo que nos hace presagiar que en América Latina los cambios sociales y políticos que se viven, llegaron para instaurarse, llegaron para establecer nuevos modelos de sociedad.
Sin embargo, la posibilidad de que dichos cambios logren su objetivo dependerá de que los latinoamericanos logremos hacer de la democracia un tema en permanente discusión, que nos permita evaluar los actuales logros e imaginar los futuros.
Temas como el concepto y los diferentes tipos de democracia; la participación, su relacionamiento y articulación con los movimientos sociales; el rol, la vigencia y pertinencia de la representación, de los partidos políticos y su crisis de legitimidad; la relación democracia-estado; el rol de los medios de comunicación, de los empresarios, de las fuerzas armadas, de las iglesias y otras instituciones; los derechos humanos, los pueblos indígenas, la relación intercultural y transcultural presente en el ethos de nuestros pueblos, son –entre otros- temas que podrían conformar la nueva agenda de discusión sobre la democracia.
Prof. ULA
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