Recién fui al mecánico y allí en ese taller recibí una de las mejores lecciones de ética que me hayan dado en los últimos tiempos. En medio de la grasa, los ruidos y gente que entra y sale, el mecánico me dijo: ya viste el Panorama de hoy, le contesté que no y acto seguido me sacó su ejemplar del 6-1-2012 y me hizo leer lo que él consideraba un abuso: una nota de sucesos donde se hacía referencia a la captura de Oscar Martínez, “ el cali”, un buscado narcotraficante, de origen portorriqueño, recientemente detenido en Maracaibo, quien primero ofreció pagarle a los policías 500.000 $ si lo soltaban y luego los amenazó con partirlos en pedacitos. Ni lo uno ni lo otro los convenció, igual lo pusieron preso. Tal vez no le creyeron o mejor aun: son funcionarios honestos que no se dejaron sobornar
La molestia del mecánico provenía de la afirmación hecha por el comisario Villalobos de Polimaracaibo, quien declaraba que no obstante la peligrosidad del detenido, buscado por Interpol, fue capturado “ por dos tristes policías” que ni idea tenían de quien era el sujeto. La indignación provenía del hecho de que lejos de exaltar y reconocer a los uniformados, los banalizaban y casi que ridiculizaban y eso le parecía primero una falta de respeto y segundo un desestímulo a los pocos o muchos policías honestos que si existen en nuestras policías, tanto nacionales como regionales.
Al comienzo él pensaba que era responsabilidad del periodista, pero luego le aclaré que era una transcripción textual de una declaración del comisario, ante lo cual su indignación se volcó hacia el funcionario. Sin embargo me dijo, es tan común ver estas faltas de ética en los medios, donde los periodistas opinan, califica o descalifican a la gente, que no me extrañaba que en este caso fuese así y se dedicó a hablar de la falta de veracidad. Yo no salía de mi asombro.
Me hablaba de casos puntuales, me decía cómo ahora desconfía y no cree todo lo que publican o divulgan los Medios de Comunicación. Me señalaba razones políticas, periodística, histórica y éticas. Me decía: ahora pienso, ahora sé que fuimos largamente engañados, ahora leo y me documento y sé que allí está uno de los combates por cambiar esta sociedad. Ahora “no estamos cogidos a lazo”.
Mi asombro me llevaba a preguntarme cuántas personas más podrían pensar así, lejos de los cenáculos académicos, políticos o periodísticos. Cuántos más habrían cómo él. Cuántos más habrán tomado conciencia del peligro de los medios, del riesgo social que genera su mal uso, de la disociación que generan. Cuántos.
En este país donde los índices sociales han mejorado, donde llevamos la batuta como el país que ha cerrado más la brecha social, seguramente no sea fácil llevar una estadística que dé cuenta de la toma de conciencia de la gente con relación a los medios, pero sería interesante ahondar en el tema. A ver si de pronto, el Latinobarómetro que miden cosas tan intangibles-tangibles como la felicidad y la alegría se arriesga y mide esta variable. Más de una sorpresa nos llevaríamos.
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