“Hermoso es, hermosamente
humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar
a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres
palpita extendido.
… Baja, baja despacio
y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo
al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega
completo.
… Y allí fuerte
se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
De Vicente Aleixandre, En La Plaza
Con las clases sociales burguesas se perfila nítidamente la división entre pobres y ricos en remplazo de esclavos y feudatarios, con sus esclavistas y señores, sus empresarios y trabajadores. Son conglomerados sociales caminantes, cada uno por su lado y entremezclados físicamente, aunque diferenciados por sus roles activos frente a la sociedad, al trabajo, a la cultura y a la tecnociencia. Los ricos suelen meterse a burgueses y explotadores, y los pobres reciben la condición de asalariados o de lumpen.
Pero, la pobrería se nutre con toda persona venida a menos, con quienes sólo tienen “limitadas” fuerzas para mover todos los procesos productivos, y con esa orfandad social muy suya de quienes carecen de patrimonio propio para vivir holgadamente.
En semejante escenario, y donde a los trabajadores les toca moverse paradójica y estrechamente en la amplia banda de la pobreza, saber vivir, sobrevivir y adecuarse a una situación de constantes estrecheces o de apuros económicos de toda índole, allí, decimos, se ha ido fomentando, desarrollando y perfeccionando una cruel experiencia que bien puede identificarse como acervo tecnocientífico de supervivencia en pauperismo, sumado a la buena calidad de resistencia física que eso supone.
Por supuesto, saber ser pobre para sobrevivir como tal es todo un arte de vieja data cuyos artífices han ido recogiendo acumulativamente todos los aportes que cada generación de paupérrimos, indigentes y marginales han ido ingeniando para hacer ranchos, para sacarle sangre a una piedra, hacer de tripas, corazones; ingeniárselas para darle un apetitoso sabor a cuatro conservas de sardinas o a un pestilente mondongo; para atacar sus enfermedades con yerbas milagrosas, con brujos y aguarapaos.
Tales pobres se adecuan y hasta han “aprendido a ser pobres”, para tranquilidad de todos los ricos ya establecidos y/o en proceso de formación.
Pero, abstracción hecha de la buena o mala fuente de su poder adquisitivo, quienes perdiendo por equis causa su holgada posición económica pasan a engrosar la clase de los necesitados, tristemente, entonces ellos se hallan en el insufrible problema de no tener experiencia alguna para sobrevivir en su nueva situación de pobreza adquirida, habida cuenta que jamás fueron pobres. Esto explica la gran desesperación que suele acompañarlos, ante su carencia de mecanismos alternos para sobrevivir como pobres, luego de haber sido ricos desde ñema. Son dos acervos, la transitoria riqueza burguesa y la acumulativa técnica de la pobrería.
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