Gran y lógica preocupación ha generado entre las miles de usuarias de prótesis mamarias el escándalo público de las piezas francesas PIP, denunciadas como defectuosas y hechas con silicona de uso industrial, calculándose un lote de 500.000 unidades no aptas vendidas en todo el mundo entre 2001 y 2010. Aquí en Venezuela se organizó un numeroso grupo de usuarias portadoras de las cuestionadas prótesis en un portal de internet, y según reseña la prensa se disponen a ejercer acción legal contra la compañía francesa y los distribuidores a nivel nacional.
Fuentes oficiales del ministerio encargado de la salud y voceros de la sociedad venezolana de cirugía plástica han insistido en el hecho de que no es urgente la remoción de estas prótesis, a menos que se compruebe que se encuentren en estado defectuoso, con signos de posible derrame del material fuera de la cápsula hacia el tejido adyacente. Es importante insistir entonces que las pacientes asistan a consulta con el especialista que les colocó el implante u otro con capacidad para realizar una evaluación física mamaria adecuada, para decidir la necesidad de estudios paraclínicos, como la ecografía o la resonancia magnética, para establecer el estado actual de las prótesis implantadas. No dejarse llevar por el pánico es básico para lograr tomar decisiones acertadas en este delicado asunto.
Lo ocurrido revela una vez más las tergiversaciones en la escala de valores en la industria y en la sociedad. Una empresa que para ganar más dinero se arriesga a poner en peligro la vida de miles de mujeres, llevando las premisas del capitalismo salvaje a niveles groseros, ganancia máxima sin importar nada más, lo importante es el rendimiento que se logre. Que conste que este es solo un capítulo más de la lista de desaguisados y actuaciones alejadas del mínimo concepto de ética en las que están involucradas las empresas relacionadas con el negocio de la salud, especialmente la industria farmacéutica, acostumbrada a actuar de manera impune y protegida por los grandes capitales e intereses políticos. Solo en contadas ocasiones, como pareciera ser el caso actual, sale a luz pública y se plantea castigo a tanta indecencia y desprecio por la salud y la vida. Opino que no existe castigo lo suficientemente severo a los responsables de tales actos.
El episodio debe servir también para un alto y una reflexión por parte de la sociedad, de los valores que se fomentan y las prioridades creadas en un ambiente consumista, que parece privilegiar la apariencia como lo realmente importante. No critico la preocupación de las mujeres por lucir bien, aplaudo que se ocupen de cuidar su cuerpo, que se esfuercen por mantenerse atractivas, pero a todas luces las cosas se han ido de las manos con la epidemia de implantes mamarios a diestra y siniestra, al punto de convertirse en uno de los presentes más solicitados para los 15 años de las jóvenes de clase media y alta.
Se ha establecido una especie de competencia, de presión de grupo, que empuja a jóvenes y mujeres a empeñar lo que no tienen para lograr la meta de un busto prominente. Nuestros centros comerciales y playas se han convertido en vitrinas, donde lo único que falta es la firma del cirujano sobre el busto transformado.
Sirva la presente alarma como un momento propicio para repensar criterios, tanto por parte de los cirujanos plásticos como las usuarias, sopesar riesgos y verdaderas necesidades, considerar variables de edad y reproducción cumplida o no. Lo cierto del tema es que no es garantía tener tetas operadas para llegar al paraíso.
cogorno1@gmail.com