Lenin
bien explicaba, en su famoso texto El imperialismo, fase superior del
capitalismo, que el imperialismo aparece históricamente cuando se
produce la fusión del capital bancario con el capital industrial. Por
eso denomina al imperialismo como fase superior del capitalismo. El
imperialismo es una expresión propia del modo de producción capitalista
que sigue vigente en la actualidad. Recurre, muchas veces a acciones
militares, muy características del colonialismo, pero somete más por la
economía, las finanzas y la cultura que por las armas –aunque siempre
las armas están por detrás, como el guardaespaldas de un gánster–.
A
propósito de esta caracterización del imperialismo, Lenin desarrolla la
tesis de la división del mundo en países opresores y países oprimidos.
La obligación de todo revolucionario, entonces, es luchar frontalmente
contra el imperialismo –por ende, contra el capitalismo–. En los países
oprimidos, la lucha por la independencia nacional pasa a un primer
plano, entendiendo –quienes somos de izquierda–, que sólo transitando el
camino del socialismo es que se alcanzará la verdadera independencia,
ya que un proyecto de capitalismo autónomo tiene los límites propios que
impone la reproducción del metabolismo del capital.
Ahora bien,
si redujéramos el concepto de imperialismo –tal como suele verse en
algunos análisis- a la prepotencia militar de los países capitalistas,
entraríamos en confusión. El imperialismo norteamericano, por ejemplo,
no es nada más que las bases militares, la CIA, la IV Flota, el complejo
militar-industrial y los marines. El imperialismo es, fundamentalmente,
el dominio económico y financiero de un país, que lo ejerce de tal
manera que anula toda posibilidad de ejercicio de la soberanía.
Venezuela, antes de la revolución bolivariana, era un país sin
soberanía, una mera semicolonia.
Esos métodos sutiles a veces y
otras veces no tan sutiles, que utiliza el imperialismo para someter a
los países, incluyen la sumisión por parte de los países de la periferia
a los organismos “internacionales”, entre otros, el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional. Y, dentro del Banco Mundial está el
Centro Internacional de Arreglo de las Diferencias sobre Inversiones,
más conocido como CIADI.
Pero ¿qué es en realidad el CIADI?
Es un organismo para proteger el régimen de inversiones de las empresas
transnacionales en el mundo. Nada más ni nada menos. Un instrumento del
imperialismo para que las empresas multinacionales estén resguardadas
ante la eventualidad de una nacionalización o expropiación del país
donde ellas hacen “negocios”. Es una institución donde las empresas
pueden demandar a los Estados, pero los Estados no pueden demandar a las
empresas. El CIADI, y así lo dicen sus estatutos, emite veredictos que
desconocen absolutamente las leyes y las jurisprudencias nacionales,
siendo sus laudos inapelables, de “punto final”.
Como bien lo
señala Luis Britto García, la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela, en su Artículo 151, dice: “En los contratos de interés
público, si no fuere improcedente de acuerdo con la naturaleza de los
mismos, se considerará incorporada, aun cuando no estuviere expresa, una
cláusula según la cual las dudas y controversias que puedan suscitarse
sobre dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas amigablemente
por las partes contratantes, serán decididas por los tribunales
competentes de la República, de conformidad con sus leyes, sin que por
ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras”.
Sin embargo, por otras razones de carácter inconstitucional, como las
leyes de Promoción y Protección de Inversiones y Tratados de Comercio,
se han generado demandas del CIADI contra Venezuela que oscilan el monto
aproximado a los 52 mil millones de dólares. Entre las principales
demandantes figuran Exxon Mobil, Conoco Phillips, Crystallex, Gold
Reserve, Cemex, Holcim, Vanessa Venture, Universal Compression y otras.
Estas empresas son en su mayoría estadounidenses (7), canadienses (4),
suizas (2), inglesa (1), holandesa (1), argentina –con sede en
Luxemburgo– (1)…
Si consideramos que Venezuela tiene una
población de 28 millones de habitantes, estas demandas implicarían que
cada ciudadano y ciudadana del país tendrían que afrontar un compromiso
económico con las empresas demandantes de aproximadamente 1800 dólares.
Una familia tipo venezolana de 5 miembros, estaría comprometida –según
la CIADI– a responder por 9 mil dólares. Es el equivalente a una sexta
parte del PIB de Venezuela, tales son los montos de esta multimillonaria
estafa que las empresas multinacionales querían imponer a Venezuela en
concepto de indemnización por los “servicios prestados”.
Pero
Venezuela es libre y soberana. Y en el camino para alcanzar la plena
independencia (política, económica, cultural, tecnológica), ha tomado la
resolución de salir del CIADI, rescatando la soberanía en materia
jurídica y jurisdiccional, rompiendo con uno de los mecanismos que el
imperialismo sostiene para seguir explotando pueblos y naciones.
Es
necesario visibilizar al imperialismo en todas sus expresiones, ya que
su presencia en la Venezuela de hoy sigue siendo, a través de diferentes
métodos, una “Espada de Damocles” contra la revolución bolivariana.
Como bien dijo el Comandante Chávez: “el objetivo supremo, que nadie lo
dude, es la independencia. El camino: la revolución y el socialismo”.
Esta
resolución del gobierno revolucionario tiene que ser celebrada por el
pueblo venezolano, como también debe advertirse que hay malos
venezolanos que se ubican del lado de las empresas demandantes y apoyan
al CIADI. A esos cipayos les llegará el turno de ser juzgados como
verdaderos traidores a la Patria. Ya lo decía José de San Martín: “pero
lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno
espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y
reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la
dominación española: tal felonía ni el sepulcro la puede hacer
desaparecer...”.
fernandoramonbossi@hotmail.com