Para Jaques Attali, la opinión pública, es en el sentido más amplio, un sistema axiomático que sustenta la idea de una voluntad política colectiva surgida de la tradición burguesa de sociedad civil. Suerte de meta relato que hace la regla de la mayoría colectiva, que se establece como una tabla de sus prioridades y aptitudes, a partir del arco de aceptación de un grupo de ideas que se disputan el consenso. Esto significa la reducción metafísica de la complejidad social al plano unidimensional del deseo de un puño de ONG,s. La abolición de la calidad y consistencia argumentativa de una idea a la fuerza pero a la vez, a la precariedad de la magnitud estadística. Una contradicción flagrante en relación a la naturaleza del discurso liberal, pues supone la abolición del individuo y sus intereses.
El significante Mayoría, se obtiene de sumar uno más uno, al infinito; un número que se actualiza de manera perpetua dada su condición de inestabilidad, ya que cada opinión no es más que un estado de ánimo, un clima cambiante en tiempo presente, que requiere de una permanente ritualización de sus fuentes de legitimidad. El éxito de esta operación implica unos argumentos racionales, unos actores y por sobre todo un libreto y una puesta en escena.
Es así como surge la mitología de una sociedad idéntica a sí misma, es decir, una sociedad sin mayores contradicciones fundantes, pues ellas se resuelven en el terreno de la formación de la opinión. De este modo surge la operación que consagra la idea según la cual sólo son legítimos los juicios públicamente expresados y de algún modo compartidos. Hasta aquí el discurso liberal burgués acompaña la fanática teoría del juicio. Desde aquí, los medios pasan a ocupar por sustitución, el espacio público como lugar privilegiado para la formación de la opinión.
Este solapamiento genera un estado de simulacro por apropiación, logra la ficción de los medios como síntesis de las opiniones colectivas. Esta torsión, este giro, es un movimiento de inversión de sentido desde donde actúan los medios. Lo hacen imponiendo ciertos temas de la agenda informativa y haciéndolos pasar como relevantes. A partir de aquí, su propia opinión es presentada como opinión general, por lo cual el carácter público de su difusión es de suyo la garantía de que representa a la visión de la colectividad sobre un tema.
Luego, ocurre la cartelización de los contenidos informativos y con ello, la uniformización de la verdad social alrededor de una versión de la vida en sociedad que es presentada como verdadera. El espacio público queda reducido a espacio mediático; a unos bloques temáticos de “actualidad”, es decir, aquello de lo que merece la pena hablar y a un conjunto de opinadores de oficio que calificarán la pertinencia y legitimidad de la idea que se debe tener en torno a ciertos temas. Esto no es más que la puesta en escena de la dominación ideológica por parte de una hegemonía.
Veamos por ejemplo, la propaganda anti-venezolana de globovisión con respecto a la economía, tan manoseada en estos días por los políticos de la oposición, en contra-versión a lo que sí es una gran noticia: El desplome de los mercados financieros norteamericanos y europeos, la quiebra de operadoras económicas hasta hace poco incontrovertibles y lo que es más importante; la crisis que todo esto produce al interior del discurso neoliberal. Sobre este asunto, poco, o nada. Tratar de tapar un gran colapso con la sombra del discurso burgués, no hace más que develar el carácter ficcional de una maquinaria comunicacional que ve hundirse el más importante de sus relatos sin poder remediarlo.
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