La sociedad civil entiende al Estado burgués como estamento eterno, hecho para la mediación. No entiende ni comparte el fin del Estado, quieren, eso sí, un Estado para sus fines. Por eso, la ignorancia de algunos paladines de ese desgastadísimo discurso y la llorantina permanente de sus comisionados ante los cambios en curso, no hace más que el ridículo cuando llaman resistencia civil y desobediencia a prácticas que son expresión de la nostalgia por el Estado que desaparece.
Entonces, esta forma de pensar la vida desde la civilidad de la sociedad civil oscurece y afantasma las contradicciones sociales fuertes y diluye a las clases, con todo y sus intereses, en el mundo de las opiniones correctamente canalizadas, confundiendo Estado de derecho con estado de opinión.
Esto hace pensar a muchos que se trata de una sociedad aparte, formada por ciudadanos libres de compromiso y con poder. Sus opiniones reflejadas mayoritariamente en los medios sería la única fuerza válida para ser controladora del poder del Estado, es decir, lo civil sería un poder aparte y separado de lo social y, como tal, fuente de toda legitimidad. Los medios serían sus canales naturales para teledirigir al Estado y los intérpretes de sus deseos, por lo cual, medios y Estado serían una sola cosa y la sociedad civil su forma de control.
Pero, volvamos a las preguntas ¿Qué pasa cuando la “horda”, la “anomalía salvaje”, “el accidente” de la gente en la calle, “el chavismo salvaje”, irrumpe trastocando lo instituido?: los portadores de realidad del discurso político y los representantes de la sociedad civil desaparecen devorados por la fuerza del acontecimiento y rompen su imaginario vínculo con la gente que no se deja “representar”. Derrida, en su libro Fuerza de Ley, sostiene que así como el derecho no es la justicia, aunque trabaja desde el mito de la justicia irreductible, inmutable y eterna, tampoco la representación es el objeto y el sujeto, aunque exprese el contrato y el mito del bien.
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