¿Aplastarán la esperanza?

Los occidentales vivimos bajo el influjo del mito de Pandora. Hija de Hefesto y Atenea, la bella Pandora heredó todas las cualidades de los dioses: gracia, persuasión, habilidad manual. Pero Afrodita, celosa, le transmitió el pérfido engaño y Hermes, la facilidad de la palabra seductora. Zeus envió a la tierra a Pandora, y con el propósito de castigar a los hombres, le entregó una vasija cerrada con órdenes de no abrirla. Epimeteo, hermano del luego malogrado Prometeo, sucumbió a la seducción de Pandora y la desposó. La muchacha le ofreció a su marido la caja, para tener la excusa de abrirla y saciar su curiosidad. Le quitó la tapa y al momento, todos los horrendos males allí encerrados se esparcieron por el mundo. Sólo quedo la esperanza, apoyada al borde del envase vacío. Sólo ella no echó a volar. La esperanza se detuvo al borde y desde allí se mostró a los hombres.

Su no estar presente, su animar la espera, la hace ser madre del deseo. Esa es su paradoja. Su ausencia es su presencia. Su no estar hace de sí misma un lugar que concita el acontecimiento, que prefigura el porvenir. El mito no aclara qué cosa es la esperanza, pero induce a tenerla y experimentarla, a sentirla, a vivirla. Es decir, la esperanza no es un sueño o un ahnelo. Es una narrativa, es un conjunto de prácticas, un ir haciendo. Por eso es siempre revolucionaria. En ella no hay finitud, desde allí los héroes construían su inmortalidad. La esperanza no es ocultamiento y opacidad, al contrario es línea de visibilidad que se muestra al borde como un horizonte de posibilidades, pues es en sí misma la línea de sutura entre lo real y lo imaginario, de allí su espesor y dimensión inagotable. Ambos elementos constituyen también “el sentido” de lo real que opera como contexto histórico social de la esperanza como proyecto materialista. De lo contrario no sería esperanza, sería promesa y como tal, dimensión metafísica del discurso, falso performativo, siempre inconcluso, e inacabado. Suerte de asignatura pendiente jamás cursada.

Cornelius Castoriadis nos dice, que los ingredientes de la esperanza son dos términos griegos: Legein y Teukhein. El primero significa distinguir, elegir, reunir y contar; y el segundo, adaptar, fabricar, construir, hacer. Del primero se deriva leyenda y logos. Del segundo techné o técnica, modo de hacer. Uno asume el representar, la forma, el decir, la expresión. El otro, la operación el funcionamiento. Mientras la esperanza es del orden de la decisión, la promesa lo es de la sumisión. Por eso la promesa, al igual que Afrodita tiene envidia y quiere acabar con la esperanza. Allí donde la esperanza crea, la promesa inmoviliza. La promesa puede fundar una esperanza falsa, pues no depende de nosotros sino de quien promete. Ya andan por allí los que quieren robarnos la esperanza.

Aquellos que prometen cambiarlo todo de la noche a la mañana diciéndonos que la promesa (una caja de Pandora Renovada) que nos traen es mejor que aferrarnos a nuestra esperanza. “no seas cobarde, suéltala, mira lo que te traigo”, nos dicen desde la voz seductora de Pandora, para que caigamos redondito cual Epimeteo. Su objetivo: que abramos la caja para arrancar de raíz toda esperanza. Instaurar el caótico fin de todo lo que huela a socialismo, comuna y movimiento social.

Basta con hojear el borrador de programa presentado por la MUD para que el asco y el espanto se asomen de la caja. Ya eligieron el rostro de Medusa que tiene en sus manos la caja maldita, la cruzada anticomunista ha comenzado. La cacería vendrá si le permitimos abrir ese paquete.

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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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