No era fácil ver la repercusión concreta de la crisis económica en un estallido como el de los días 27 y 28 de febrero del 89; y luego en la metamorfosis de esta fecha en 4F. Pero sí hay claves que podemos utilizar para ejercitarnos, por ejemplo: escapar de los horribles lugares comunes del lenguaje y la palabra hasta donde nos sea posible. Desechar la urgencia y la desesperanza de utilizar la inmediatez como verdad. Luego de más de 20 años del 27 y 28 de febrero de 1989; y gracias a otras fechas que han venido oportunamente en su auxilio, como el 4F y el 13A, “se siente el aire fresco e insurgente de un arte nacido de la risa de Dios”, dirá Kundera, y sus ecos resuenan en ese mismo aire exigiendo justicia. Sabemos de qué mano vendrá. Por eso algunas veces nos regodeamos en su ruidosa presencia que de cuando en cuando encontramos cruzando las calles. Y hasta en el recuerdo de sus excesos, en su seductora promesa y en el espanto que produce en los que temen su vuelta, tal como ocurrió el 13 de abril de 2002 y como ocurre en la microfísica de las rebeliones cotidianas contra todo poder que se oponga al poder popular constituyente.
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