Mucho se ha dicho sobre el 27 y 28 de febrero de 1989, y seguro quedarán aún más cosas que decir sobre un hecho que demarcó socialmente el despertar de un pueblo que parecía resignado versus un Estado, un gobierno y una política absolutamente desfasada de la realidad económica y social del país. No habrá manera material de que Carlos Andrés Pérez y todo su gobierno paguen por haber colocado las armas del pueblo contra el mismo pueblo, pero sin duda, la historia velará porque se haga justicia.
Sin embargo, después de 23 años, sigue habiendo un sector socioeconómico con representación política muy poderoso, desfasado aún de las demandas del pueblo, contra un gobierno que representa a ese pueblo que se lanzó a las calles el 27 y 28 de febrero con el legítimo fin de tener lo que era suyo, y se le había expropiado durante décadas de sumisión a los intereses trasnacionales.
Ese sector socioeconómico con representación política, que dominaba el gobierno el 27 y 28 de febrero es el que hoy en día domina a la oposición venezolana, más allá de los intereses de aquellos que militan (legítimamente) en el deseo de un cambio de gobierno en nuestro país.
Una de las grandes diferencias entre la oposición y el proceso revolucionario es que mientras la oposición lucha por una “unidad” inexistente, artificial y artificiosa, que permanentemente está sometida a la desintegración, y cuyo único factor común es el antichavismo y la ambición por el control del Estado para la satisfacción de sus intereses de clase, el proceso revolucionario vive una “unión” entre la diversidad de pensamiento, con factores ideológico comunes en cuanto al humanismo y la necesidad de transformar el Estado y entre otras cosas, tiene en común el haber sido “víctimas de de la democracia representativa” ese 27 y 28 de febrero.
No tengo ninguna duda, que entre los aciertos y desaciertos del chavismo en el gobierno, uno de los aciertos fundamentales es haber puesto en primer plano el respeto a los Derechos Humanos, aunque aún quede mucho camino por recorrer en este sentido.
Sin embargo, la oposición, por cualquier vía, sigue buscando argucias para defenestrar los logros del chavismo, incluso, apelando a subterfugios constitucionales para tal fin. Un ejemplo de ello en la actualidad es el argumento de la falta temporal expresada en el artículo 234 de la Constitución, vil manipulación leguleya, que pretende confundir al pueblo venezolano, queriendo sustituir el término expresado en el artículo 235 que habla de la “ausencia del territorio” por la condición de “ausencia temporal” que sólo se ha dado en nuestro país en el momento en que el presidente estuvo secuestrado producto del golpe de Estado propinado por esta misma oposición en el año 2002.
Hoy, más que nunca, el 27 y 28 de febrero no se ha detenido, ya que siendo el momento en que el pueblo decidió salir a la calle, este mismo pueblo ha decido no volver más nunca al estado de sumisión, y permanece en ella (la calle), de manera participativa y protagónica.
La recaída del presidente Chávez es una circunstancia pasajera, en el devenir del proceso revolucionario venezolano, que será superable en la medida que tengamos la capacidad de comprender, como él mismo lo ha dicho, que él no es inmortal, pero el socialismo bolivariano y la revolución venezolana, hija del chavismo, si puede serlo, y sólo los hijos del 27 y 28 de febrero podrán hacer de esto una realidad.
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