Deleuze recomienda a la hora de leer un libro, o cualquier otro estrato del mundo, tener presente que no debemos buscar el significante y mucho menos el significado de las cosas. No hay que preguntarse qué quiere decir un texto. “Hay que instalarse en las potencias, en las conexiones, saber identificar qué energías deja pasar aquí o allá, determinado encuentro de conceptos capaces de producir tal o cuál significado”.
Significar está estrechamente ligado al hecho de producir instantes acontecimientos de tal magnitud que sean capaces de ser reconocidos como parte de lo real. Lacan decía, que un Real, es aquello que no admite otro significado y que desde allí organiza el significado de los demás conceptos. El resto es parte sobrante, es significante vacío, es decir, suerte de recipientes simbólicos que, como una copa esperan ser llenados. Mientras tanto, parasitan de su significado anterior por precario que este sea, como una taza de café que en el fondo conserva un residuo.
Esta marginal existencia residual es parte del envejecimiento y deslegitimación natural del contenido o significado que van dejando, como el desorden que queda en la cocina después de una fiesta, toneladas de trastos y peroles en donde podemos identificar de qué salsa o pastiche “estaba hablando” tal o cuál utensilio, cuando se encontraba actuando a pleno vigor. De manera, que los signos son estructuras abiertas y flexibles de recambio y reenvío, que como parásitos, buscan estructuras discursivas que les actualicen y les devuelvan la vida, a fin de poder sobrevivir a la tiránica relación significante - significado.
De manera que el significado de las cosas está en su arqueología y simultáneamente en el devenir de su día a día. Se puede decir que las cosas no son, sino que van siendo. Así, todo significado, cuando entra a jugar al ruedo de lo social, se contamina y se hace inmediatamente ideológico. Entonces, empieza a formar parte de algún campo de representaciones que lo reclame o recupere para conectarlo discursivamente. Creencias, argumentos, aparatos, rituales y procedimientos forman parte de las líneas de visibilidad y enunciación de un significado. El significado que logre llenar un significante vacío o flotante, es aquel que sobrevivió a la prueba, a las operaciones de la economía política de las palabras y el silencio, al tsunami de los tiempos de lo que debe ser dicho o es mejor callar; a la deriva, de fuerzas que tensan y jalan la línea de un orden de delimitación, enunciación y visibilidad.
Es la lucha por el control hegemónico de la realidad, que conduce a una cierta comunidad, a cerrarse alrededor de un consenso en torno a un Real, que puede ser tan fuerte que gobierna todas las demás relaciones. Tal momento, es el de la equivalencia que destruye la proliferación de cualquier sentido suelto; allí surge el significante amo, que nos permite decir: “Esto es verdadero”. Es decir, “lo que queda instalado en la moralidad gruesa de las cosas”. Entonces, hacer política es perseverar en lo que consideramos un saber, por pequeño que sea el espacio que ocupe. Lo deberían saber los políticos a la hora de establecer sus estrategias, antes de montar el potro de las pasiones y las ambiciones, para así adelantarse a lo que podrían ser los futuros probables que depara el porvenir. Pongamos dos ejemplos: ¿Qué significa la oposición antes y ahora?, ¿Qué significan Carmona y Capriles Radonski antes y después del golpe? No se trata entonces de ocupar una que otra plataforma táctica. Podríamos cambiar un nombre por otro. Hay que saber, dijera Biardeau ¿Qué es lo que hablar quiere decir? Para tener claro cuando, de qué forma, desde qué significante los conecta y les construye un sentido.
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