Paquetazo Revolucionario, Ejército Industrial de Reserva, China y Otros Países1, (Parte II)

Toda Revolución Socialista debe  pasar por una Revolución Laboral Integral, que auguraría un soberbio repunte económico mundial

 “El modo de producción de la vida material condiciona en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual.” Carlos Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política, Prólogo.

La unión del proletariado mundial, una de las condiciones sine qua non para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas y para el salto hacia la proyectada sociedad comunista, dependerá de la mayor armonía e igualdad social entre los trabajadores asalariados. No se trata de ninguna receta política sugerida por alguien a quien se le haya ocurrido ensayar arbitrariamente al respecto; no es un asunto estratégicamente diseñado, sino productivamente desprendido de las mismas condiciones y relaciones de producción.

Mal puede un técnico de excelente remuneración, pongamos por caso, considerarse “socialmente igual” a los trabajadores y compañeros de equipo laboral cuyas remuneraciones sean inferiores a la suya, y, de hecho, hasta la diferencia de un “pequeño” dólar viene marcando esa distancia y desunión que caracteriza al proletariado mundial. De allí que se nieguen a pertenecer a clase alguna, a pesar de hacerlo.

Los tabuladores salariales no sólo recogen los diferentes precios de cada trabajador, sino que imponen fríamente su desunión como personas. Dentro de la fábrica puede y debe reinar la mayor camaradería, pero, traspasado hacia afuera el umbral de los talleres y galpones fabriles, cada quien va por su serpentino lado hacia sus respectivos núcleos familiares, socialmente no menos diferentes que lo son sus salarios, y se olvidan o pasan inadvertido que en común nada los diferencia en la medida que son todos proletarios de una misma clase. Sus familias, viviendas, diversiones y conciencia terminan siendo consideradas como distintas entre si. 2 

Por todo eso y más, la aspirada unión proletaria también deberían comenzar por la unión de las remuneraciones para ser repartidas en alícuotas de tamaño tal que ningún trabajador se sienta disminuido frente a ningún otro, ni ninguno de ellos, superior a los demás.

Ocurre que tradicionalmente, desde que se instaló el sistema burgués de trabajo, se viene aplicando un criterio laboral, según el cual los trabajadores ganan según su particular preparación tecnociéntifica, sus grados académicos, sus destrezas personales, en fin, su efectiva productividad “personal”. El propio Marx maneja el criterio que permite calcular el salario “justo”, según la dieta mínima del trabajador en funciones, y cuando se suma ese salario al monto del plusvalor concretado en cada jornada, terminamos infiriendo que a cada trabajador se le explota según esos aportes técnicos muy personales, muy disímiles entre la masa laboral, pero esa ha sido hasta hace poco la subjetiva visión del empleador., misma que parece estar siendo reconsiderada por el capitalismo de alto rango explotador.

Esas diferentes explotaciones empresariales, diferentes tasas de ganancia, obligan a que se recurra, como Marx lo hizo, a la teórica promediación estadística social del capital variable invertido en salarios, a la promediación teórica de las ganancias logradas en todas las empresas del ramo, de todos y c/u de los sectores de la producción   involucrados en la obtención del correspondiente Producto Interno Neto (PIN). Y he ahí que nos hemos acostumbrado al error repitiendo el error.

 Veamos: El criterio salarial tecnicista equipara en calidad la mano de obra a las máquinas y equipos, las materias primas y demás componentes mercantiles; esta equiparación es forzosa o inducida y sólo responde al propio criterio capitalista que le permite fusionar y medir en dinero su capital indistintamente de sus presentaciones físicas como valores de uso. Así lo hace, mientras divide el criterio de los trabajadores que se autoevalúan y conforman con su particular diseño técnico personal. Lejos están de mirarse como colectivos sociales; lejos de alcanzar una colectiva conciencia social.

Así, las máquinas, las herramienta, la materia prima, todas estas mercancías serían tan productivas como lo es la mano de obra, la Naturaleza. Cuando así se piensa, el capitalista ha frenado toda posibilidad de que el trabajador se sienta creador de toda esa producción, y termina convencido, por ahora, de que sólo una parte le pertenece como aporte suyo.

De allí  se deriva el cálculo erróneo de una tasa de ganancia obtenida por el cociente del capital adicional logrado en el mercado por la venta de la mercancía producida entre el capital originalmente invertido en mano de obra, a precio “justo”, más del resto del capital complementario y consumido en ella, además de los irregulares costes ilícitos que he criticado en entregas anteriores.3 Esta versión burguesa obliga a Marx a realizar e introducir la categoría de los Precios de Producción4, única manera de promediar y equiparar las ganancias de todos los capitales de las distintas formas de inversión correspondientes a las distintas mercancías, unas como medios de producción, y otras como valores de consumo   terminal.

Tales precios de producción son la más genuina expresión de la desigualdad reinante entre los propios capitalistas, la de sus   particulares trabajadores y la de todos los capitalistas entre sí. Eso significa que los burgueses, razonablemente jamás se han visto como iguales ni pertenecientes a clase social alguna (si niegan   la clase obrera, se niegan como clase burguesa; suelen llamarse empresarios a secas), e igualmente, reafirmamos, los trabajadores en general no pueden considerarse integrantes de un mismo proletariado; suelen llamarse “pobres” a secas. Tales visiones retorcidas han dado pie al bagaje literario diseñado y divulgado por mil y un tecnócratas metidos a Economistas, mismos que no dudan en hacer de cada trabajador un espécimen distinto a sus compañeros de equipo, y a cada capitalista le atribuyen una personalidad especial con sus maneras y peculiaridades de hacer dinero.

Un precorolario sería: la burguesía maneja   parámetros, índices, oficios genéricos, profesiones, capitales e inversiones dinerarias, como si cada una de esas categorías literarias fueran piezas de un ajedrez: Con ello evade las diferencias de precios de las mercancías, de los salarios tan desiguales, y de resultas: cada empresario, cada economista, cada técnico, cada trabajador y empresario, respectivamente, se apropian de sus personal visión del mundo, enganchado como se halla a su s respectivo salario e individualizada ganancia. Una infraestructura material diferente para cada empresario y trabajador, todo lo cual termina formando una desparramada y difusa conciencia  a s o c i a l   no menos armoniosamente diferente entre empresario y trabajador. La conciencia social se nos presenta, entonces, como una maraña de opiniones y apreciaciones subjetivas que imposibilitan la necesaria visión uniforme y de conjunto. El capitalismo aún no madura. Estas elucubraciones continuarán.

http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com marmac@cantv.net

2 León Tolstoi, La Muerte de Ivan Ilich.

3 Los “costes ilícitos” suplen los negados cargos por concepto de plusvalía. Cónfer: http://www.aporrea.org/imprime/a129944.html

www.aporrea.org/ideologia/a120875.html

marmac@cantv.net




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Manuel C. Martínez


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