Nuestros insumos, sus empaques y hasta su mercadeo están marcados por ser mercancías y servicios de una calidad que no es precisamente de primera.
Efectivamente, hemos carecido de un Ministerio eficiente y eficaz que vele de antemano por esos controles proteccionistas para el consumidor nacional. Los repuestos de automóviles y maquinaria en general dejan mucho qué desear. Los perfumes y sus esencias no conservan sus oloridad original.
Creemos
que hasta los insumos de la farmacopea nacional carecen de larga
frescura. Las partes de automóviles ensamblados aquí generalmente
traen defectos de fabricación. La música clásica, antes en
acetato, luego en casetes y modernamente en CD, traen yerros de
impresión, tergiversaciones melódicas y discontinuidades
cacofónicas. De allí que los ofrezcan apendiciariamente como
obsequios en el precio de revistas llamativas.
Por eso
pensamos que los controles de calidad funcionan allá, en el exterior
exportador. Lo que van desechando nos lo envían, a sabiendas de que
pasarán por aduanas y lectores poco avizores. El ejemplo más
objetivo e incuestionable es el de los libros de texto y afines que
van a ingenuos alumnos y a profesores en general. Las editoriales más
importantes del mundo suelen hacer grandes tirajes de sus producción,
y cuando encuentran erratas menores, medianas y graves, y su
exigentes lectores se quejan, entonces dichas impresoras y
editoriales no incineran ni reciclan esa producción defectuosa sino
que a sabiendas de la pobreza de nuestros controles y del bajo nivel
de exigencia propia de gobernantes y lectores criollos, entonces nos
los venden y a aprecios de primera.
En esa carrera de
importaciones de tercera no quedan a salvo ni siquiera las mercancías
adquiridas en la propia Europa o Asia o las procedentes de EE UU.
Efectivamente, cuando un criollo visita algún país extranjero, en
este huelen enseguida su pobreza contralora, saben que lo traerá a
Venezuela. Para este tipo de comprador tienen inventarios especiales
repletos de mercancía ya desechada por sus CC. Y si usted se vale de
un extranjero para que le consiga una mercancía en el país
productor, pensando que así sí podría ser de primera calidad, se
equivoca. El vendedor sabrá distinguir que ese paisano suyo enviará
ese producto hacia acá y procede en
consecuencia.
Correspondientemente, pero a la inversa,
nuestras exportaciones pasan por el riguroso control de calidad
exigido por nuestra clientela extranjera. Así, los plátanos de
Santa Bárbara del Zulia, agigantados como un antebrazo humano,
adornan los mercados de víveres de Nueva York y otras ciudades
importantes del exterior. Nuestras mejores semillas y frutos de café
y cacao, nuestras mejores bebidas espirituosas, y nuestras mejores
materias primas industriales: petróleos livianos, mineral de hierro
de alto tenor, bauxita, etc.
Ni qué decir sobre nuestros mejores técnicos y científicos que suelen radicarse en ese exterior que sabe cotizarlo y reconocerle su justo valor, ni qué decir sobre nuestros mejores artistas. Por el contrario, no me atrevería a decir que hemos importado lo mejor de la mano de obra europea, por ejemplo.
Semejante conducta asumida por el Estado, por la república, no hace otra cosa que reforzar el criterio marxista, según el cual los gobiernos de estos estados burgueses más velan por la clase capitalista, fabril y mercantil que por los explotados y pendejos, por rusonianos que nos parezcan.