Las guerras no las practican los países ni sus gobernantes, las llevan a cabo los capitalistas quienes fuera de la fábrica siguen usando a sus correspondientes y desunidos proletarios, quienes alternativamente fungen ora como asalariados, ora como soldados.
Conocer y entrever la trascendencia de la estructura económica de una sociedad no es ni ha sido fácil. A estas alturas, luego de casi 170 años, que llevan los hallazgos científicos de Marx y Engels, sigue creyéndose que los gobiernos, que la mala administración de los recursos patrimoniales, que la iniquidad burocrática, la falta o exceso de religión, la debilidad o excesiva flaqueza de unos países frente a otros, serían las determinantes causas de todo este permanente estado de beligerancia en se hallan nuestros países, desde los prolegómenos más alejados de la división de clases en explotados y explotadores, de “explotadas” y “explotadoras”.
Cuando se identifica las Guerras mundiales como realizadas, pongamos por caso, entre EE UU y otros países, dejamos a un lado los intereses económicos involucrados los cuales persiguen dos objetivos: 1._ la apropiación y/o expropiación de nuevos mercados a favor del vencedor, y 2._ la revitalización maltusiana de la economía, como un todo que a la larga beneficia a todos los capitalistas, viejos y emergentes, encadenados como se hallan dentro de la red industrial fabril, comercial y financiera.
Un eficaz artilugio mediático literario y periodístico ha siso atribuir las guerras a viscerales o caprichosas querellas gubernamentales entre un país y otro, y ha sido así como se han enferulado y solapado los “pacíficos” burgueses, cuando sabemos que los Estados en sí mismo carecen de iniciativa y voluntad propias. Ningún gobernante es ni ha sido autónomo; en una u otra forma son instrumentos de la voluntad popular que a veces luce como violada o sobrepasada por los gobernantes, pero es claro que tales burócratas son manifestaciones del pueblo correspondiente, máxime cuando las autoridades hayan sido electas por voto popular, y éstos apenas puedan modificar parcialmente esa voluntad popular con dosis de demagogia, de carismas encantadores y hoy modernamente con mediáticas polarizantes.
Ni siquiera en los imperios más selectivos los gobernantes nacionales, regionales y locales, han podido evadir el visto bueno de las elites, castas, clases sociales realmente gobernantes, colectivamente mandatarios. Jamás ningún rey logró soliviantar ni burlarse de ningún miembro de la aristocracia correspondiente sin ser castigado porque, sencillamente, los reyes y emperadores pasan pero la clase queda. Todo gobernante sólo logra viabilidad burocrática en la medida que sepa balancearse rítmica y armoniosamente con las variadas corrientes populares, cada una de las cuales posee su propio y definido peso popular que en cualquier momento privaría sobre la posición del riel que lo mantendría o sacaría del poder.
Los países del capitalismo no guerrean, lo hacen como representación y personalización de los capitalistas con sus arsenales, artillería y arsenaleros de mercancías con variopintos usos y presentaciones. Mercancías de consumo final, intermedias, medios de producción como maquinarias, equipos, repuestos, materias primas y dinero listo para la consecuente contrata de asalariados que es el principal objetivo de toda guerra burguesa, más allá de la obsoleta apropiación de oro, plata y demás botines de superada persecución. Poco interesa la anexión per se de territorios, aunque sí su s productivos recursos móviles.
Cuando un país altamente imperial guerrea para disponer en óptimas condiciones de los recursos naturales y otros mercados de insumos o de consumo, lo hace para darle vida a su enfermizo capital, porque dólar en especie o en dinero contante y sonante que no explote asalariado alguno es capital que se pudre irremediablemente dada su alta e inocultable perecibilidad y por aquello de los costes de oportunidad, amenazado constantemente porque siempre habrá otro guerrero que perturbe la paz o tregua burguesa del momento.
Son las guerras apátridas, las de una competencia o guerra de mercadeo que hasta el Medioevo tardío eran guerras latifundistas o de extensión territorial, aunque en paralelo se habla de las inocultables crisis del sistema, en lugar de fracasos de los sus guerreros. No se pelea por territorios geográficos, sino por lo que de ellos y con ellos se pueda comerciar con viabilidad y rentabilidad apátrida y mundialmente razonable dentro de la óptica burguesa.
Las guerras son de mercado, un mercado que se achica aquí pero crece allá, que acapara el capitalista B y cede el C., toda vez que por definición coadmitida nada desaparece, lo que pierden unos capitalistas lo ganan otros, y es así puesto que las destrucciones de fuerzas productivas, hombres, maquinas, edificaciones solo han servido como puñados de cenizas listos para la resurrección del ave Fénix del capital en guerra. Esto abre una oportunidad para seguir hermanando países y naciones sobre la base de que jamás nos hemos peleado; lo han hecho los capitalistas correspondiente y por eso no tenemos por qué asumir una guerra que no es de los pueblos, sino de sus explotadores y explotadoras.
1 http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com marmac@cantv.net