2012 Año electoral, en el que se confrontan dos verdades y dos proyectos de país en lo que parece ser, por los términos en que se plantea, la batalla final. Se dibujan en el panorama diferentes frentes de ofensiva, el mediático, el electoral y la confrontación de las ideas, el más importante y más relegado
La oposición encuentra el camino de la unidad y logra escoger su candidato unitario. Las fuerzas bolivarianas cierran filas en torno al presidente-candidato Chávez. La atención se distrae a la confrontación entre dos hombres en detrimento de la real discusión en términos de una intencionalmente confusa propuesta neoliberal versus un proyecto que se define como socialista.
En tantos falsos escenarios de batalla, se funden y confunden la democracia mediática con la democracia espectáculo y la democracia de opinión. En el corto y mediano plazo los medios de comunicación social se han constituido prácticamente en el único espacio de debate del consenso político. El foro de discusión ha quedado relegado ante el uso abusivo de los sondeos de opinión, suerte de oráculos que predicen los resultados de la confrontación electoral.
Dado el convencimiento de que se avecina la batalla final, se impone un tono violento en la confrontación que linda entre la violencia simbólica y la física, impidiendo el reconocimiento del "otro" y la aceptación de visiones políticas diferentes, negando la diversidad de actores y la pluralidad que puede y debe existir en democracia. La apuesta es por la eliminación física, simbólica o político-electoral de ese "otro" diferente a mí.
Curiosamente, coexiste una suerte de deber ser que apuesta por el reencuentro, la conciliación y la tolerancia. ¿Es viable en el contexto actual la reconciliación, el perdón y la remisión de las ofensas?
En los últimos años, el manejo de la diversidad ha estado signado por la intolerancia, suerte de odio que reivindica una superioridad cultural y política alternativa. La intolerancia comulga con verdades absolutas y va de la mano de la discriminación, el prejuicio y el estereotipo. La intolerancia representa el desprecio, la negación del diálogo, la libre expresión de los diversos puntos de vista y el conocimiento recíproco. La intolerancia valida prácticas políticas que procuran la eliminación o "purificación" del "otro" como única vía posible de "solucionar" las diferencias.
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