Una de las interrogantes que con mayor frecuencia nos hacemos, en esta búsqueda del camino que nos conduzca a alcanzar la felicidad de nuestros pueblos, es la referida a ¿qué razón puede dar explicación a que una cultura regional como la occidental, que además emergió tardíamente, si se le compara con otras culturas ya existentes en Asia, África y en el continente hoy llamado América, se haya impuesto al resto del planeta? ¿En nombre de qué y de quién, puede justificarse la expansión e imposición de dicha cultura? Siguiendo a Lyotard, podemos decir que la “tiranía de lo universal” se estableció a partir de la “confusión” de universalidad con uniformidad; confusión (no casual) que no ha encontrado –ni puede encontrar- explicación lógica, racional, porque el pensamiento universal, la filosofía, tiene en “el concepto y el argumento” su fundamento. No puede mutar para adecuarse a realidades que no son las suyas.
Con la modernidad capitalista se dio inicio –de tal manera- a la supresión de la convivencia de lo diverso. La imagen y el concepto del hombre que ella impuso, lo convirtió en un ser “individualista y relativamente ahistórico”. Se estableció una racionalidad formal a partir del individuo que le fue impuesta a la sociedad entera, a través de sus instituciones y niveles.
Proceso que, al decir de Harry Barnes, en su Historia Económica del Mundo Occidental, se inició con la expansión europea de finales del siglo XV, “transformó al mundo por medio de las instituciones europeas que fueron llevadas prácticamente a todos los lugares del mundo conocido”; y que, más allá de las motivaciones religiosas, se hacía presente “el deseo de desenvolver más extensas y provechosas relaciones comerciales y el moderno nacionalismo”; por lo que, “el motivo fundamental de la nueva política nacional como se desenvolvió en Inglaterra, Francia y Alemania, fue el de dominar el comercio en interés del Estado nacional... El mercantilismo se asocia a la idea de un egoísmo nacionalista. Se supuso que todo Estado era el enemigo comercial en potencia de todos los demás".
Y que, al decir de J.M. Briceño Guerrero, “fue importado (por América) desde fines del siglo dieciocho,…Sus palabras claves en el siglo pasado (s.XIX) fueron modernidad y progreso. Su palabra clave en nuestro tiempo es desarrollo” Discurso que, “sirve de pantalla de proyección para aspiraciones ciertas de grandes sectores de la población y del psiquismo colectivo, pero también sirve de vehículo ideológico para la intervención de las grandes potencias políticas e industriales del mundo…”.
Pues bien, la modernidad capitalista al uniformar lo diverso clausuró el discurso de existencia de un mundo multicultural, pluricultural e intercultural, le negó su legitimidad. Petrificó la sociedad en una sola objetividad, la suya, con lo cual colocó la historia de los pueblos a un lado. Ya que, como bien lo dijera Weber, lo que identifica el espíritu del capitalismo es: “la existencia orientada únicamente por el lucro”.
Permítanme una nueva referencia del Maestro J.M. Briceño Guerrero, su obra: El laberinto de los tres minotauros, es un libro de primera mano en nuestras reflexiones sobre el tema objeto de estos ensayos breves que hemos venido presentando:
“Me seduce ese gran rostro mestizo en que pueden coincidir sin conflicto Voltaire y Guaicaipuro, el negro Miguel y Juana de Arco, Caupolicán y Platón, el mojan y las computadoras. Me llena de euforia la altísima misión de la nueva cultura, encrucijada cordial y fraternal de todos los caminos del hombre. Deseo que América se acepte a sí misma en su heterogénea plenitud, en su auroral esplendor, y me la quedo mirando; pero mientras más la miro, menos la veo. Solo veo el viejo rostro caníbal de Occidente adornado, casi disfrazado, con los despojos de sus víctimas”.
Ese es el rostro que debemos transformar, he allí la importancia de americanizar lo occidental en América.
Profesor ULA
npinedaprada@gmail.com