Bolivar y Miranda

En qué consistió la traición de Miranda. En que a espaldas de sus compañeros de lucha había entrado en tratos secretos con los españoles para firmar una capitulación. Y después de haber hecho esto, y siempre a espaldas de sus compañeros, mandó guardar todos sus efectos personales, incluyendo la biblioteca, en un buque de nombre Zafiro. La idea era partir sigilosamente en la madrugada, dejando a todos sus compañeros en la estacada.   

   Sin embargo, antes de que pudiera llevar a cabo estos planes, los integrantes de su estado mayor se enteraron de los mismos y gritaron "traición". Y de inmediato designaron una comisión  para que se trasladara hasta la residencia del generalísimo y lo detuvieran a fin someterlo a un juicio por alta traición, juicio que inexorablemente implicaba la pena de muerte. Este juicio no se pudo realizar porque Casas, que ya había sido enterado del mismo, los detuvo a todos diciendo "aquí no va a haber ningún juicio, aquí lo que va a pasar es que todo están detenidos". Y dicho y hecho, los apresó a todos y se los entregó a Monteverde. 

   Para empezar, no fue sólo Bolívar el que, después de la traición de Miranda, quería ejecutar a este general. Quienes indignados habían expresado esta intención fueron los integrantes de su estado mayor, del cual formaba parte el propio Bolívar. Ahora, el que junto con todos sus subalternos entregó a Miranda a los españoles fue el comandante de la plaza de la Guaira, un tal Casas, quien habiendo formado parte del ejército venezolano, sin embargo se había dejado sobornar por los realistas. Entre esos detenidos, por supuesto, se encontraba el propio Bolívar, quien se salvó gracias a las gestiones que en su favor realizara una persona muy influyente que había sido muy amiga de su familia y que, a su vez, también lo era de Monteverde. 

   En cuanto a que Bolívar le entregó Miranda a los españoles, calumnia de la que se han hecho eco Carmen Bohórquez y un intelectual cubano de nombre Eusebio Leal, es una de las peores infamias que se han podido urdir contra nuestro Libertador. En primer lugar, porque Miranda era un venezolano. Al respecto les sugeriría a quienes se interesan por estas cosas buscar un país -con excepción de Colombia y México cuyos gobernantes que si por algo se han caracterizado es por carecer de dignidad-, que sea capaz de entregar sus ciudadanos a la justicia de otro. No lo encontrarían. Ahora, si los países no son capaces de incurrir en esta incalificable canallada, Bolívar, que tenía un alto sentido del honor y un elevado orgullo nacionalista, tampoco lo hubiera hecho.  
 

   Pero, además, ¿por qué habría de hacerlo? ¿Para satisfacer un subalterno sentimiento de retaliación? Bueno, se necesitaría tener un deplorable concepto, una opinión muy baja de El Libertador para pensar que el mismo pudo haber albergado un sentimiento tan ruin como este.  Pero si no fue por venganza que Bolívar entregó a Miranda, entonces ¿por qué fue? ¿Para que los españoles lo sancionaran por haber participado en las luchas de independencia de Venezuela? Tampoco este argumento luce muy razonable, porque los venezolanos acostumbramos arreglar nuestros asuntos nosotros mismos. Pero, además, Miranda ante quienes tenía que responder por su infame comportamiento no era ante los españoles sino ante los venezolanos. Entonces, ¿por qué Bolívar haría esa entrega infamante? ¿Cuál sería la razón? ¿Acaso como un gesto de buena voluntad, porque quería congraciarse con quienes mantenían sumida a Venezuela en la más horrenda y espantosa esclavitud? Estas son las cosas que quienes sostienen y difunden ese vil  y asqueroso señalamiento, como Eusebio Leal y Carmen Bohórquez, debían  explicar, y no lo hacen. 

Por otra parte, de haber procedido Bolívar como se dice que procedió con respecto al Generalísimo, eso hubiera significado un magnífico regalo para los españoles, que buscaban a Miranda afanosamente por todo el mundo. . No tanto por su participación en las luchas independentistas latinoamericanas, sino por haber pertenecido a los ejércitos de Napoleón, que por esos años habían invadido a España. No se exagera si se dice que la monarquía hispana hubiera dado cualquier cosa por tenerlo en sus garras  -como finalmente lo logró- para saciar en él sus torvos deseos de venganza. En relación con esto, no me imagino al Libertador haciéndole ningún obsequio a un imperio que había perpetrado las horrendas atrocidades que había cometido contra nuestra población indígena y las que en ese momento Eusebio Antoñanza continuaba cometiendo contra la indefensa población civil de Venezuela.

Y en cuanto a la pregunta que se me hace, en el sentido de que por qué considero reprochable que El Libertador hubiera entregado Miranda a los españoles y en cambio justifico su fusilamiento, debo decir lo siguiente: En primer lugar, porque era a los venezolanos a quienes correspondía juzgar y sancionar la conducta del Prócer y hacerlo de acuerdo con la gravedad de la falta cometida. Y la falta cometida por Miranda fue tan grave, que no había código militar de la época que no la sancionara con la máxima pena. ¿Por qué? Porque un comandante que en plena guerra abandone su puesto de mando, como lo hizo Miranda, no sólo pone en peligro la vida de sus soldados sino también expone al ejército a una inminente y costosa derrota, como en efecto ocurrió con la pérdida de la primera República. Ante un hecho tan grave como este, era imperativo rescatar la disciplina.

   Es oportuna la ocasión para referirnos a un hecho que los enemigos de Bolívar aprovechan con la aviesa intención de mermar y disminuir su gloria. Me refiero  a la pérdida de la plaza de Puerto Cabello. Por dos veces Valencia fue escenario de acontecimientos parecidos. Éste y un motín contra el gobierno republicano promovido por los españoles y en el que al grito de ¡Viva la religión católica! y ¡Muera la independencia!, también participaron los negros y pardos de la región. Para combatir esta revuelta se designó a Miranda, con la esperanza de que su prestigio permitiera restablecer el espíritu combativo de las tropas, que a la sazón se encontraba muy disminuido.

   Al conocer los preparativos que se estaban fraguando para combatir a los revoltosos, Bolívar se le presentó a Miranda para ofrecerle sus servicios. Con el argumento de que el joven oficial era demasiado alocado y peligroso, el generalísimo rechazó a Bolívar. Sin embargo, éste no se desanimó y le pidió a Fernando Toro que lo llevara como su ayudante. Así se hizo, y el resultado de todo esto fue que el que vino a sofocar el alzamiento fue precisamente quien algún tiempo después sería conocido con el nombre de “El Libertador. Pero veamos brevemente como narra Indalecio Liévano Aguirre el final de este episodio. “Y Bolívar –dice el historiador- no desaprovechó la oportunidad. En la primera fila de combate hizo prodigios de valor que a todos asombraron, y a Miranda más que a ninguno. Ahogando en la tormenta de su orgullo el natural temor que todo hombre que entra por primera vez en un campo de batalla, en el ataque de la colina del morro se precipitó contra las trincheras enemigas (…) con la pistola en una mano y el sable en la otra mataba y se defendía…”

   El otro episodio al que he querido referirme, pues ha sido utilizado por los enemigos de bolívar para tratar de desacreditarlo, es la caída o pérdida de Puerto Cabello en 1812. Año en el que también se conmemora la derrota de Napoleón en Rusia. Pero esto, y  para que en forma muy abreviada nos lo cuente, le vamos a dar la palabra al ilustre historiador colombiano.

      “Mientras el generalísimo en forma insensible abandonaba las soluciones militares –recordar aquello de a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración, referencia mía- para sustituirlas por la diplomacia, Bolívar obtenía, gracias a las influencias del marqués del Toro y sin el consentimiento de Miranda, el cargo de comandante de la plaza de Puerto Cabello”. Aquí sigue una descripción topográfica del lugar y de los sitios en los que se encontraban instaladas las diferentes dependencias de la plaza. Destacando la posición privilegiada en la que se encontraba el fortín, o sea, el castillo de San Felipe, lo cual le permitía dominar toda la zona en el que se encontraba enclavada la plaza. También es necesario subrayar el hecho, insólito, por lo demás, que en ese fortín, además de almacenarse las armas de la República, servía también de prisión para los militares españoles que habían protagonizado el alzamiento que acabamos de reseñar.  

   “El 30 de junio -continúa narrando el historiador-, Bolívar en su habitación oyó un tiroteo, y al indagar sobre su origen se le informó que en San Felipe los presos, ayudados por algunos oficiales de la guarnición –o sea por sus carceleros- se habían apoderado del castillo y enarbolado la bandera del rey. Como en San Felipe estaban los víveres, las armas y municiones de la plaza y su posición elevada sobre la misma le permitía dominarla con sus fuegos, la situación era gravísima. Bolívar, sin vacilar un minuto, ordenó a sus tropas prepararse para el asalto y mandó abrir fuego contra los poderosos muros de San Felipe, desde donde no tardaron en contestar con efectos mortíferos para sus fuerzas, colocadas en posición muy inferior”.

   “El 30 de junio, continúa narrando Aguirre, Bolívar en su habitación oyó un tiroteo, y al indagar sobre el origen del mismo se le informó que en San Felipe los presos, apoyados por algunos oficiales de la guarnición, , se habían apoderado del castillo y enarbolado la bandera del rey.”  Después de esto, sigue unos comentarios sobre Miranda, quien, además de afirmar que Venezuela estaba herida de muerte, se empeñaba en atribuir la derrota de la independencia a la pérdida de la plaza de  Puerto Cabello. Al respecto, dice…”Existe un hecho, sin embargo, que permite comprobar cómo dentro de los planes de Miranda, Puerto Cabello no tenía la exagerada importancia que se le pretendió dar: su negativa a auxiliar a Bolívar, como éste se lo pidió encarecidamente. Si Miranda hubiera pensado que aquella posición le era indispensable, algo hubiera hecho para ayudar a su                                                                                                                                                                                                                comandante. Pero ocurrió todo lo contrario. Por una parte, no tomó medida alguna para ayudar a Bolívar, y por la otra trató de aprovecharse de este desgraciado acontecimiento para convencer a sus tropas de que ya no tenía objeto continuar en la lucha y que se debía ponerse a buscar un armisticio honroso para suspender el inútil derramamiento de sangre.  Perdida su esperanza en una posible ayuda extranjera, se decidió aprovechar la pérdida de Puerto Cabello para justificar el abandono que, por falta de fe o por cansancio, se prepara a hacer de la causa de la República”. Y sigue diciendo: “En la madrugada del 1ro. de julio, después de que el bergantín Argos fue incendiado por el fuego enemigo y de que el capitán Camejo desertara con 120 hombres, Bolívar le escribe al generalísimo: Ahora son las tres de la madrugada, os informo que la guarnición y los presos se han sublevado en el Castillo San Felipe y han roto el fuego desde la una de la tarde sobre esta plaza. En el Castillo están casi todos los víveres y municiones. La goleta Venezuela y el comandante Martínez han sido apresados. Los demás buques se hallan bajo sus fuegos como bajo los míos y solamente el Celoso se ha salvado muy estropeado. Debo ser atacado por Monteverde y si vos no lo atacáis inmediatamente y os derrotáis, no sé cómo podría salvarse esta plaza, pues cuando llegue este parte, debe estar atacándome”.

   Miranda, dice Indalecio, nada respondió a este llamado angustioso, ni tomó providencia seria para salvar al comandante del puerto. Es decir, digo yo, a nuestro Simón Bolívar.

NOTA: Con motivo de mi reciente artículo titulado “La Jornada laboral y el golpe de estado”, un amable lector me envió un correo redactado en los siguientes términos: “Alfredo, si un edificio en construcción queda por la mitad por los obreros que trabajan hasta la 5 de las tarde, sin duda que al día siguiente cuando regresen en la mañana lo encontrarán en las mismas condiciones en el que lo dejaron al partir el día anterior. Pero si al ellos irse para sus casas llegaran otros obreros a continuar la obra, se terminaría el edificio y al día siguiente los primeros obreros comenzarían en oro edificio y habría más trabajo para todos y más viviendas”.  Así lo veo.

  RESPUESTA: Buenas tardes, Diderot, Yo lo veo –y me perdonas si no coincido contigo- de una manera muy diferente. Porque el problema es que el número de trabajadores de los diferentes turnos de los que tú hablas ha aumentado, y ello para construir la misma cantidad de pisos por día. Con lo cual no sólo aumentarían los costos sino que también se incrementarían los precios para el consumidor. Porque esa es la cuestión, Amigo Diderot. La cuestión es que los empresarios en el caso improbable de que aumentaran el número de trabajadores, no lo harían para producir más, sino para mantener inalterable el mismo nivel de producción. Es decir, que se produciría la misma cantidad de productos con una mayor cantidad de mano de obra, o sea con mayores gastos. Con lo cual, como ya dije, no sólo aumentarían los costos de producción sino que se incrementarían también los precios al consumidor.

   Por otra pate, aprovecho la oportunidad para decirlo, a mi juicio ha sido sumamente inconveniente para el proceso económico haber mantenido por tanto tiempo el suspenso en relación con una materia tan importante y delicada como es la que tiene que ver con la jornada laboral. Esto se debió haber dilucidado en el menor tiempo posible para que cada quien supiera a qué atenerse. Porque quién duda que los despidos que se han registrado en La Polar y Banesco no hayan tenido que ver con esta incertidumbre creada alrededor del tema. Es indudable que en materia económica Chávez ha estado muy mal asesorado. Alfredo S.

alfredoschmilinsky@hotmail.com



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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