Escribimos esto a 9 aproximados años del acto más criminal que recuerde la Historia Económica de Venezuela. Se quedó corto el “éxodo campesino” producto del engañó de miles de campesinos engatusados por las consejas keynesianas y de unos piratas de la Economía, más vividores que industriosos, más políticos que empresarios, con las raras excepciones del caso. Se trata de muchos miembros de una Fedecámaras que terminó creyéndose dueña de toda la riqueza petrolera, de todos los gobiernos de títeres, de todos los trabajadores y, por si fuera poco, se ha considerado inmune a cualesquiera posibles pasos de factura moral o judicial por parte de la misma sociedad que hoy irreversiblemente luce desprendida de ellos.
Esos ex campesinos terminaron poblando con ranchos el cerro El Ávila, sirvieron como pioneros de lo que hoy se llama “trabajadores informales”, una categoría económica que en Venezuela se conocía como quincallería, suerte de vendedores nómadas, permanentemente ambulantes en su mayoría, y quienes sin invasiones de calles, de plazas ni de centros comerciales de connotada concurrencia.
La deuda económica (la moral la dejamos a un lado, por ahora) que contrajeron estos criminales existe, y aunque sigan escudándose en supuesta impunidad política, más tarde o más temprano tendrán que saldarla. Sus incondicionales del Derecho Burgués bien podrían sugerirles alguna cómoda forma de pago, negociar semejante e ingente mono que pesa sobre sus activos actuales, no sólo por los créditos impagos que siguen adeudando y cuyos intereses siguen creciendo explosivamente, según la normativa y el formato contables burgueses, sino por la todavía no bien calculada pérdida que le ocasionaron a Pdvsa, particularmente cuando se haga una evaluación aproximada de los imponderables económicos de estrés, de zozobra, de inquietud y de muertos que sus golpes en serie le causaron a toda la sociedad, con inclusión de sus propios familiares y amigos, entre los afectados. Sólo tenemos sueños reparadores cuando carecemos de pasivos patrimoniales.
El gobierno actual, al margen de nuestras reservas políticas, el multigolpeado por ellos, ha sido harto flexible y tolerante con sus morosos, lo ha sido con una elasticidad gubernamental rayana en blandenguería, de esas que podrían explicarse por la misma alienación que, como amos del poder, la clase mandante infunde y provoca en sus explotados y sometidos.
Hoy, desvergonzadamente, algunos de esos numerosos morosos cuestionan que los beneficiarios de nuevos créditos blandos, acompañados de exoneración de impuestos, de holgados períodos muertos y la dotación de parques e infraestructuras técnicas industriales, cuestionan, decimos, que todos esos beneficios industriales sean en favor de la gente que precisamente ese grupo de invasores de la cosa pública, usurpadores de la Renta Petrolera, los redujo a la miseria, les robaron sus alícuotas petroleras, y, además, los estuvieron usando para que con el voto democrataburgués, esos damnificados públicos ingenuamente les convalidaran todas sus malas acciones.
Cuando siguen aspirando su pleno retorno al poder político, asumen la imberbe postura de quien no ha hecho nada. Lo hacen sin haber previamente asumido sus culpas. Pudieran hacerlo porque se han encontrado frente a un gobierno que a ojos vistos se caracteriza por no saber ni conocer lo que es pasar facturas con mano dura, y mire que pudiera a hacerlo: le asistiría toda la razón popular.
Con semejantes actitudes políticas, con sus daños al patrimonio nacional (caso Pdvsa, la fuente de toda la riqueza material que los encumbró, alienó e infatuó al punto de creerse dueños del Estado), con esos daños que ya son bastante, sumados al que ora fraudulentamente, ora ventajosamente, adquirieron del Estado paternalista, se nos muestrean como tremendos malagradecidos con la sociedad, así como los indignados de Europa Occidental todavía no reconocen haberse arrogado todos los privilegios que el sistema capitalista les brindó a ellos y a sus gobernantes, todo con pesado cargo a la miseria del resto del mundo explotado por sus propia burguesía.
Su obstinada conducta se explicaría porque se sienten apoyados y respaldados por el capitalista mayor, por sus dueños del exterior, y hacen abstracción de que cada capitalista por rico que se considere tiene su padrote con mayor capital y de este recibe órdenes, desprecio y hasta su propia ruina.
La mayoría de la gente industrial, muchos empresarios, muchos, comerciantes, fabricantes y banqueros, han vivido del Estado, con muy escasas excepciones, y quienes no lo han hecho directamente, sí lo hacen indirectamente.
Ahora bien, lo malo no ha sido que el Estado haya favorecido a tanto empresario maula, más pícaro que capitalista. Lo peor ha sido que, en su desespero e indignación que comparte con los europeos de ahorita, por haber perdido toda opción de prosperidad económica personal sin las subvenciones estatales y municipales de las que tradicionalmente vinieron gozando, saben que en su norte no muy lejano está el abismo de la ruina. Por eso vociferan sobre una país cayéndose a pedazos; se refieren al mundillo clasista e insular donde se desenvolvieron desde hace sus buenos 50 años, y durante lo cuales ni a sus propios hijos lograron enseñarles la industriosidad que les garantizaría la supervivencia mientras el sistema burgués siga respirando.