asumir el rol de inversionista, de capitalista;
para dejarse explotar, todo proletario debe
verse obligado a venderse a un
capitalista como asalariado
Cuando se habla de capitalistas y asalariados nos referimos a compradores y vendedores con sentido biunívoco o ambivalente, pero esas funciones no son propiamente burguesas, sino comerciales que se realizan antes de que se inicie todo proceso productivo mediado por las clases de burgueses y proletarios. Y prueba de ello es que los inversionistas en compras de medios de producción y de mano de obra salarial pueden perfectamente ser ingleses, holandeses, españoles, rusos o portugueses, americanos o europeos, asiáticos o africanos, entre los cuales e indistintamente, unos pueden fungir como capitalistas o como asalariados, alternativa o paralelamente. Por su parte, los trabajadores de esas empresas capitalistas igualmente pueden provenir de cualesquiera lugares geográficos, y ambos, capitalistas y asalariados, inclusive, no son extraterrestres porque a estos no se les ha conocido o no se les ha importado todavía.
En régimen burgués, la mezcolanza de nacionalidades, etnias, idiomas, costumbres y hasta religiones de variopinta fuerza proselitista, nos pone en evidencia que este régimen confecciona una oferta que hace abstracción de clases, que el consumidor puede ser un burgués o un proletario, un proletario escapado de la pobreza, o un burgués venido a menos. Esto es indiscutible, basta coadmitir que la condición para entrar en los mercados de oferta o demanda, o ambas cosas, es tener un poco de dinero suficiente para comprara bienes de consumo final, montar un negocio fabril, comercial o bancario, adquirir bienes de demanda final o intermedia. La ley burguesa sobre libertad de comercio da cuenta de todas esas modalidades productivomercantiles.
Ese capital de arranque puede ser propio o ajeno, de buena o mala procedencia, robado, estafado, apropiado indebidamente, conseguido del Estado paternalista, de los accionistas que se prestan a formarse en sociedades anónimas( las que carecen de responsabilidad personal) etc. Ese capital de explotación puede proceder de una práctica deportiva exitosa, de la hechura de una obra premiada pictórica, escultórica, literaria, teatral, musical o arquitectónica; proceder de un hallazgo científico cuando este no choque contra intereses creados, porque, de lo contrario, en ello le puede ir la vida. Por supuesto, el burgués que logre prosperar en semejante matanza económica de unos con otros (lucha intraclasista) empieza a tener capital propio y creciente con cargo a la explotación practicada en casa, en la fábrica, comercio, banco, o al frente de cargos públicos de elevado rango administrativo, o sea, con el dinero fabril trastrocado en ganancias fabriles, g. comerciales, intereses e impuestos varios, con la plusvalía que dejó de pertenecerle a sus creadores pero que el burgués se lo queda cuando, convertido en capitalista, contrata proletarios convertidos en asalariados.
Todas esas posibles fuentes de capital inicial no vienen al caso porque el dinero no tiene dueño, pasa libremente de una mano a otra sin mayor miramiento por parte del vendedor de medios de producción o de productos terminados. Por su parte, los proletarios pueden ser indigentes y consumidores dotados de cierto poder adquisitivo procedente de su oficio como mendicante; pueden ser profesionales universitarios sin capital para dedicarse a la explotación de terceros, pero quienes no obstante tienden a operar como empresarios en libre ejercicio profesional. Estas actividades no menos mercantiles que otras exigen poco capital inicial, una silla, un escritorio y uno que otro instrumento y herramentaje adecuado, además de ser capaz, sin remordimiento alguno, de explotar y hacer dinero con la tragedia humana, con las enfermedades, con el hambre de terceros. Un enfermo puede tocar la puerta de un consultorio médico y no recibir auxilio si aquél no paga la consulta, un niño puede quedar boquiabierto y andar muy hambriento ante una bodega saturada de panes y leches y el dueño seguir en sus quehaceres comerciales como si nada. El sistema lo defenderá siempre ante sus miserables conductas económicas porque sencillamente ellas no son subjetivas. Bodeguero que dé limosnas puede ir a la quiebra, médico que no cobre la consulta no podrá hacerse rico, cosas así. Cuando a estos comerciantes académicos o legos los registra el Estado, les otorga licencia para practicar semejantes miserias y hasta para más.
Luego de que un trabajador asalariado, por cualquier método logre acumular excedentes de ingresos sobre sus gastos personales, por ejemplo, a punta del cobro de honorarios especulativos aplicados a sus clientes, amañándole las cuentas a su patrono, fungiendo de verdugo, sicario o cómplice en asuntos non sancta; pegándose la lotería, apropiándose indebidamente del patrimonio parcial o total de algún familiar ingenuo o de bajos recursos defensivos, o minusválido, o en cualesquiera otras formas irregulares de enriquecimiento ilegal o ilícito, luego de eso, decimos, se hacen de un capital suficiente para desarrollarse como explotador abierto en otras actividades ajenas a su profesión. Su dinero malhabido habrá quedado lavado y limpiado de toda culpa originaria.
Ese ex explotado, lejos de combatir la explotación de la que fue objeto, se convierte de súbito en su desarrollista y hasta perfeccionista del mismo sistema que lo explotó tiempo atrás y que al menor descuido seguirá explotándolo. Cuando un burgués menor comprenda el significado de la transformación de los valores en precios de producción, caerá en la cuenta de que estamos frente a un sistema que no le garantiza estabilidad económica ni moral a ninguno de sus practicantes, pero que, no obstante, recibe por igual todo el desprecio que han ido acumulando los burgueses como causantes originarios de todas las miserias humanas.
Repetimos: Muchos asalariados usan sus grados académicos a título de “licencia de corso” para cometer fechorías burguesamente coadmitidas, por ejemplo, apoyar gratis a la Farmacopea con sus mercancías medicínales sin hacerles ninguna objeción profesional; manejar los casos de injusticia como fuente de lucro, al punto de desplumar a la víctima demandante y al victimario del caso; procurarle economías de costes al empresario constructor de viviendas y afines, amañando informes técnicos, dando su visto bueno “profesional” a obras de segunda o tercera calidad para hacerlas pasar como de primera. Ignoran estos “licenciados” académicos- o se hacen de la vista gorda por el hambre que atraviesen- que al final de cuentas, destapada la olla del caso, serán los culpables puesto que ellos aparecerán como avalistas de esos desaguisados contractuales.
De resultas, los burgueses de una sociedad pueden ser de distinta naturaleza étnica y cultural, pero como capitalistas, se trata de nacionales y extranjeros apelotonados en un mismo país, dedicados al comercio, fabricación o préstamos usurarios. Digamos que ambos, capitalistas y asalariados se hallan unidos en el mundo, y sólo se separan fuera de las fábricas, del comercio, de la banca. De esa manera queda escondida la división clasista de la sociedad.
De allí cobra importancia la elucidación de la división social entre burgueses y proletarios, vale decir la consideración del común denominador de la fuente de sus rentas. Los burgueses pagan salarios y retiran ganancias; los proletarios reciben salarios y entregan plusvalía en las fábricas y concretan las ganancias del burgués en el comercio. Por esa obvia razón el derecho-despectivo de burguesía- de cualquier país no quiere saber nada de aumentos de salarios porque ellos son pagadores e ellos, no sus receptores. Por eso ejercen pleno dominio sobre el proletariado porque en ese poder de dominación les va contar con una mano de obra obligada a trabajar para vivir mientras el burgués vive sin trabajar.
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