Tal como lo analiza Fernando Mires, en La Revolución que Nadie Soñó, la naturaleza de los cambios está impactando a la civilización de manera transversal y ya lo estamos contemplando. Esto es tan cierto que incluso algunas formaciones avanzadas políticamente, como los zapatistas, además de organizaciones culturales, juveniles y políticas, grupos y organizaciones sociales de diverso tipo y cualquiera que quiera ser escuchado, sabe cómo hacer uso de estas tecnologías y está metido en las redes. Sin entrar en ningún tipo de consideraciones de otra índole, hay que usar la tecnología “superior” porque está allí como un destino, y punto.
Además, otros grupos y actores sociales distintos a las clases tradicionales, están apareciendo y creando nuevas costumbres que no tienen nada que ver con lo que se ha conocido hasta ahora. Lo que supone la aparición de problemas éticos y políticos más peliagudos que las discusiones que hoy todavía, aunque nada desdeñables, preocupan a algunos sobre los contenidos de La TV, sin entrar en otras consideraciones de mayor o distinta profundidad.
Los eventos de nuevo tipo también son el producto del trabajo vivo y en ese sentido trabajo subjetivo y subjetividad general, por eso son condiciones generales de producción de sentido que pueden ser leídas y asimiladas por las nuevas generaciones humanas como diagramas de fuerzas que operan desde su propia existencialidad, como generadores de actualidad que obran produciendo obsolescencias humanas no adaptadas al cambio tecnológico.
Es decir, el nuevo dispositivo también crea una nueva fragmentación y corte, un nuevo pliegue intersubjetivo como el ocurrido entre el hombre del campo y el de la ciudad. Se trata de un dinamismo que en un mismo espacio territorial, actúa desplazando a numerosos contingentes sociales no habituados o entrenados en la comprensión y uso de la nueva tecnología. A este efecto se le conoce bajo el lugar común de brecha social o brecha generacional tecnológica.
La tendencia es a que los cambios profundicen la diferencia respecto a los usos y consumos del dispositivo información-comunicación-actualidad, por ejemplo, que el mundo de los llamados adultos -quienes siguen creyendo que lo más avanzado en tecnología es el internet- sea cada vez más distante en relación con los nuevos usuarios y consumidores de tecnologías.
Pero más preocupante aún, resulta el lugar de la tecnología en la profundización de la brecha entre pobres y ricos, además de la crisis institucional y las tensiones que se proyectan entre países y continentes. Para asimilar este proceso acelerado, los grupos políticos y las clases dirigentes deben estar suficientemente preparados y sus discursos deben decir algo en este sentido al porvenir.
El delirante golpe de estado mediático cotidiano crea un desequilibrio entre el mundo de la vida tradicional y el de la producción de la información-mundo. Tal como lo dijera McLuhan, «el medio mismo es el acontecimiento», que no el mensaje.
Una de las aristas más importantes que se abre en este debate es la referida al papel de la tecnología en cuanto nueva forma de control social, o sea, como nuevo diagrama del poder. En tal sentido, investigadores de todas las latitudes se preocupan por la naturaleza de este nuevo diagrama que comienza a anunciarse, al que llamamos sociedad del control y que bien define la salida de un mundo que va dando paso a otras experiencias cibernéticas que en breve serán el eje articulador de nuevas formas de vida.
Lyotard dice: «El tiempo humano es ya pasado mítico. En pocas palabras, somos cyborg, es nuestra ontología, nos proporciona nuestra nueva manera de ser y hacer política… transfiguración del deseo-máquina como devenir del cuerpo»
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