Se celebra a finales de mayo la Semana Mundial por un Nacimiento Respetado. El lema de este año es “La economía del nacimiento”, haciendo alusión a las implicaciones mercantilistas y comerciales que se imponen en la práctica obstétrica actual, y que han contribuido en gran parte a la distorsión de la información que se entrega a las mujeres en período de gestación y a sus familias.
Hasta bien entrado el siglo XIX el parto era asunto de parteras, a pesar del desarrollo de la obstetricia como especialidad médica desde el siglo XVII, cuando comienza el fenómeno de desplazamiento paulatino de los partos de las casas a los hospitales. El desarrollo de la obstetricia como ciencia conllevó innegables avances y logros, traducidos en la disminución dramática de las cifras de mortalidad materno-infantil, especialmente a principios y mediados del siglo XX, aunque en principio el intervencionismo médico fue desastroso, cuando los doctores atendían a sus parturientas sin las más elementales normas de antisepsia.
Ya en las últimas décadas del siglo XX comienzan las denuncias por la llamada “medicalización del nacimiento” expuesta por brillantes médicos y profesionales a nivel mundial, destacando el francés Michel Odent y sus experiencias de atención humanizada a la maternidad en Pithiviers primero y desde hace más de 30 años en Londrés. Aquí en Venezuela resaltan las experiencias pioneras de la Dra. Eva Gumberh y el Dr. Pedro Colmenares, dando pie a la lucha y práctica por nacimientos humanizados y erradicación de la violencia obstétrica por organizaciones y profesionales que nos encontramos diseminados en casi todos los rincones de Venezuela. Se han logrado avances, especialmente en lo normativo-legal, con la promulgación de las Normas de Salud Sexual y Reproductiva del Ministerio de Salud en el año 2003 y la inclusión de un articulado sobre violencia obstétrica en la más reciente ley orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Lo triste del asunto es que estas normativas son olímpicamente ignoradas por las instituciones y por el personal de salud, los cuales en su mayoría desconocen sus contenidos, habiendo algunos que incluso conociéndolos hacen caso omiso de los mismos.
La tergiversación y alteración del proceso de embarazo y nacimiento por parte de los hospitales y personal de salud, el intervencionismo exagerado y absolutamente innecesario en muchos casos, que no en poca ocasiones convierte un evento fisiológico y natural en una cadena de errores y problemas para la madre y el niño en proceso de nacer, son causa importante en el estancamiento y en algunos casos de aumento de las cifras de morbimortalidad maternoinfantil. Este proceso de medicalización, que en principio pudiera tener la mejor de las intenciones, se ha convertido en la más grande amenaza en el mundo occidental para la atención de las embarazadas y su entorno, además de los costos emocionales que conlleva por el componente intrusivo, violento, impositivo que implica este modelo de atención médica, que coloca a la mujer en situación de minusvalía, de alienación de sus propias capacidades, de sus valores, de sus saberes ancestrales.
Es así como encontramos que los países con mejor índice de morbimortalidad son aquellos donde se respeta el proceso natural del parto, donde menor índice de cesáreas existe, y donde en un medio equipado con la tecnología necesaria se estila la atención de los nacimientos en casas, asistidos no por obstetras sino por parteras adiestradas y con experiencia, con índices de complicación muy por debajo de los vistos en países con modelos de atención medicalizados, con Estados Unidos a la cabeza.
El problema actual trasciende la esfera médica, la “cesarización” de los nacimientos amenaza seriamente en convertirse en parte de la cultura social, del “inconsciente colectivo” dirían los psicoterapeutas. Debe ser motivo de debate y recapitulación en todas las esferas de trabajo.
