Un nuevo léxico extraído del diccionario de las luchas recientes, ha ido cobrando espacio, haciendo obsoleto el andamiaje conceptual de las formulaciones teóricas de La Modernidad. Es el restallido aquí y allá de nuevas formas de hacer política. Categorías como biopolítica, biopoder, multitud, potencia, disciplinario, control, república mediática, hegemonía, subjetividad, deseo, cuerpo sin órganos, plano de consistencia, estrato y muchos otros que llenarían páginas enteras, no resultan nada extraños a las nuevas fuerzas sociales posteriores a Seattle.
El horizonte político de las pasiones de las fuerzas sociales del porvenir, poco tienen que ver con los cristales de observación del discurso liberal burgués o con el marxismo dogmático y adocenado. La configuración de las retóricas relacionales y de reconocimiento de actores y sujetos sociales de nuevo tipo, son tales, que representan una autentica barda lacaniana, suerte de frontera epistemológica incontestable e insalvable, que pasa a ser el reto más interesante de la política en los tiempos que corren.
Asistimos a la transición de la sociedad del despotismo de fábrica del régimen del capital, que se expresaba como orden disciplinar, a favor de la era de las nuevas tecnologías mediáticas. Esto implica dúctiles formas de control del tiempo, el espacio y el cuerpo, de manera que desde el margen y la resistencia se abren paso nuevas subjetividades políticas. Esto es, otras formas de lucha y por supuesto, una lectura otra, que contiene el dispositivo perverso de una manera también distinta de señalar las cosas para nombrarlas.
Estos procesos se entroncan con las ancestrales y tradicionales luchas campesinas e indígenas de América Latina, engendrando la mezcla y el carácter de la naturaleza de la actual forma de expresión de la lucha de clases (sustancia del antagonismo histórico fundante de la lógica de sentido del capital); para dar como fruto un nuevo espesor de las contradicciones que hoy enfrenta el mundo. La crisis financiera acelera el proceso y como cuando se disipa una niebla, irá apareciendo, ante los ojos atónitos de aquellos que no quieren ver y que se consuelan con viejos bálsamos discursivos, el modo extenso de las nuevas presencias democráticas de la multitud, nombre político que para resumir, adopta el proletariado que se hace inteligencia general que pugna por una nueva hegemonía.
Por eso, lo nuevo y lo viejo no dialogan hace rato, lo que pasa es que no tienen nada de qué hablar, si lo viejo insiste en dogmatismo conservadores y principios arbitrarios y egoístas, como los que representa e inspira el candidato de la oposición, este que pude solo puede presentar la mascara del anti-Chávez del anti-pueblo, siguen amarrados a la restauración como pensamiento aunque destile puro olor a naftalina.
Por eso es que a algunos les resulta antipático el modo, el performance y el estilo del sujeto Chávez, nombre ahora colectivo de una multiplicidad política que reinventa formas de decir y de actuar, alejadas de los protocolos discursivos de las formaciones cortesanas de los salones señoriales, donde se practican los rituales legitimadores de la burguesía.
La revolución procura construir nuevas frases, nomenclaturas y nombres que se hagan cotidianos. El curso de la historia por venir está en un adentro que es Chávez, un devenir político. Chávez es el pueblo, el pueblo es la multitud en potencia, el chavismo, es el nuevo lugar de la política, allí está situada la multitud y allí se mueven distintas formas del deseo (esperanzas, sueños, alegrías, luchas, solidaridad, deber); depende de lo que la revolución profundice y sea capaz de impulsar, del cuerpo y la carne que haga estrato en la piel común, lo que diga en adelante, como por ejemplo: democracia radical, partido, socialismo.
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